Ryan.
Veinte minutos, nueve preguntas y dos cervezas por parte de Camila después, continuaban sentados en el sofá como niños que no sentían el paso del tiempo. Ella parecía estar disfrutando y eso hizo que Ryan se sintiera el hombre más poderoso del mundo, porque después de cómo había sido recibido, que ella le sonriera era un logro.
—Te toca. Pregunta —dijo mientras se apoyaba en el respaldo del sofá. Empezaba a sentir el viaje en coche desde casa de su madre hasta la ciudad.
No había descansado nada en los últimos días y tras llegar a la ciudad lo ideal hubiera sido que se encerrara y durmiera todo lo posible, pero nada era ideal últimamente y no podía sacarse a esa chica de la cabeza así que había terminado apareciéndose en su trabajo y luego en su casa sin ninguna justificación que lo respaldase.
—Bien... —Camila pareció dudarlo un poco, aunque algo en él le decía que no era un gesto inocente— Cantidad de parejas sexuales.
Ryan abrió los ojos de golpe y levantó la cabeza mirándola fijamente. Se quedó en silencio a ver si ella corregía lo que acababa decir o le decía que era una broma. Pero Camila solo lo miró con una media sonrisa que intentaba ser inocente, pero que debía ser la sonrisa que tenía la serpiente en el jardín del edén cuando engañó a Eva.
—Por supuesto que no responderé a esa pregunta. ¿Es lo mejor que se te ocurrió?
—¿Tienes algún problema con ello? —se burló. Él podía notar como se esforzaba por contener la risa— Es algo tan simple como un número.
—No lo haré —repitió, nervioso, mientras movía la cabeza en señal de negación— Es algo privado.
—No seas aburrido Ryan, somos adultos —insistió, ensanchando su sonrisa diabólica, que a la vez era la sonrisa más sexy que podía recordar, fuera del porno— Dijiste que podía hacer cualquier pregunta —añadió, haciendo un mohín.
—¡Yo no dije eso! —murmuró. ¿Por qué de repente hacía tanto calor en aquel lugar?
—Sí lo dijiste...
—No lo recuerdo, pero ya que consideras que es algo tan simple, ¿Por qué no respondes tú?
— ¿Porque yo fui quien preguntó? —replicó irónica.
—Porque haces preguntas que no tienes las agallas de responder —señaló cruzándose de brazos.
Esbozó una sonrisa arrogante, sabía que ella se negaría a responder, pero luego vio la sonrisa maliciosa en la cara de Camila y se arrepintió de haberla retado. El gesto de superioridad le duró muy poco para su gusto
—Dieciocho.
—¿Es en serio? —Los ojos de Ryan se abrieron como platos— ¿Te has acostado con dieciocho hombres?
—No, me he acostado con dieciocho personas. Dos eran mujeres —sonrió con falsa inocencia—. No te pongas puritano, Ryan.
Por solo un par de segundos él se distrajo en lo bien que sonaba su nombre cuando ella lo decía, pero eso fue solo un pestañeo antes de que su cabeza volviera a lo que acababa de es escuchar.
— Dios santo —murmuró, intentando no lucir tan sorprendido como realmente estaba—. Pero si solo tienes 23 años.
—Si hace sentir mejor a tu moral, estaba drogada cuando ocurrió y no me gustó. Lo del lesbianismo, quiero decir.
— ¿Esperas que eso me haga sentir mejor?
Debía admitir que sí, bueno, era ligeramente conservador, tal vez un poco más que ligeramente. Había sido criado en el seno de una familia religiosa, iba a misa cada domingo, y hacía sus oraciones cada noche. No tenía idea de por qué sentía la necesidad de involucrarse con aquella mujer que representaba todo lo que le habían enseñado que estaba mal. ¿Y por qué cada vez se sentía más atraído por ella?
—Yo solo decía —repuso ella encogiéndose de hombre, y por unos segundos Ryan sospechó que le decía todo aquello para divertirse mientras lo veía enloquecer.
Intentó calmarse y no parecer un cretino. En definitiva, lo que Camila hiciera con su vida no debía importarle.
—Bien. Sigamos jugando —señaló.
—En vista de que te has saltado una pregunta, me toca a mí, y como he respondido algo muy personal, a ti te toca hacer lo mismo —sonrió ella. Parecía regodearse en su maldad, que Dios lo amparase si le esperaba otra pregunta como la anterior.
Ryan gruñó por lo bajo.
—Escuché eso. No vas a librarte de esta pregunta, Ryan —Hizo una pausa de unos segundos, como si no estuviera totalmente segura de preguntar lo que fuera que estuviera en su mente— ¿Por qué te divorciaste?
Ryan se quedó en silencio unos segundos, preguntándose en qué momento le había contado que estaba divorciado, porque no recordaba haberlo hecho; también se preguntaba si estaba obligado a responder. Sabía que su rostro estaba fruncido porque ese era su gesto habitual cada vez que su ex esposa o su matrimonio fallido salían a colación en cualquier conversación.
Por supuesto que el tema era difícil, sobre todo porque Judith y Earl no terminaban de darle el espacio de sanar sin tener que ver sus horribles caras cada mañana como si todo fuera perfecto. Y él no quería ser el imbécil inmaduro que no lo superaba, pero tampoco era tan fácil.