Camila.
Ni siquiera había despertado del todo y Camila ya se estaba mordiendo la lengua para no maldecir. ¿Por qué el sol daba directo en su cara? Ni siquiera habían ventanas en su habitación. Se dio una vuelta en la cama e Intentó deshacerse de la modorra antes de abrir los ojos completamente y se quedó de piedra por unos segundos al encontrarse en una habitación para nada parecida a la suya, en un lugar que definitivamente no era su casa.
Amplio, iluminado, organizado hasta la perfección, con paredes pintadas de un luminoso color verde manzana... Aquel lugar era todo lo que su departamento no sería nunca, sobre todo porque odiaba el verde. Cerró los ojos con fuerza y maldijo. Por supuesto tenía que ser Ryan.
La niebla que cubría sus pensamientos se dispersó con lentitud y entonces Camila recordó todos los acontecimientos de la noche anterior, al menos hasta que había terminado medio inconsciente en aquel lugar del que no tenía ni idea.
Al parecer se había quedado tan dormida que no podía recordar nada después de que se metió en el auto de Ryan Ross, sin embargo se giró en la cama y alargó la mano hasta una de las almohadas y sonrió como tonta ante su tacto. Al menos él no había mentido al respecto.
Miró con detenimiento la cama en la que aún estaba acostada y que evidentemente había compartido con él. ¿Por qué seguía siendo tan tonta? ¿Por qué confiaba tanto en alguien a quien apenas conocía? Si en ese momento Ryan estuviera en la cocina limando su cuchillo de carnicero para cortarla en pedacitos, ella ni siquiera sabría como salir huyendo de aquella casa porque no tenía idea de como había entrado en ella.
¿Era por su cara, o por la forma en que le hablaba? Había visto bastantes documentales como para saber que los asesinos seriales también podían ser encantadores, tal vez ser encantadoramente torpe hasta llegar a la ternura era era la técnica de Ryan y en cualquier momento entraría por esa puerta, cuchillo en mano, dispuesto a desmembrarla.
Sintiéndose estúpida por sus pensamientos que obviamente eran estúpidos, Camila se levantó de la cama dispuesta a ir por él, y de pasa ubicar las salidas de aquel lugar (que siempre serían útiles en caso de fuego, se dijo, no porque desconfiara de él), pero se detuvo al ver lo que llevaba puesto. Deslizó su mirada por toda la habitación, pero allí no estaba su ropa, todo parecía demasiado perfecto para dejar espacio a algunos trapos desperdigados.
Por supuesto, era Ryan, así que conociéndolo (aunque realmente no lo conocía demasiado) de seguro su ropa estaría planchada y almidonada en algún lugar reservado exclusivamente para la ropa recién lavada de los visitantes que aparecían por sorpresa.
Salió de la habitación buscando a Ryan, guiándose por los ruidos de una casa en la que parecía no haber nadie más que ella.
La verdad era que aquel resultaba un lugar bonito. Como la habitación, el resto del apartamento estaba pintado de verde y aunque parecía que alguien había decidido combinar allí todos los tonos del color, era un sitio acogedor. Camila pasó junto a una mesa llena de porta retratos, pero no se detuvo a mirar ninguno, porque aunque el raro de Ryan le despertaba muca más curiosidad que cualquier otra persona, lo que menos quería en esos momentos era ponerse a meter la nariz en sus asuntos personales.
Continuó caminando hasta llegar, milagrosamente, a la cocina y allí lo encontró, sentado en la mesa, desayunando. Él la sintió llegar y se volteó, al verla sonrió y la invitó a sentarse frente a él. Camila intentó no pensar en sus fachas o el hecho de que claramente estaba vestida con su ropa; para ella también era raro verlo vestido sin ropa de trabajo, lo que una vez más la hizo pensar en lo poco que se conocían y sin embargo ahí estaban, a punto de desayunar juntos.
Eran un puto chiste, pensó, el problema no era haberse acostado con él o incluso pasar la noche juntos, no era la primera vez que pasaba con gente a quien conocía menos. El lío era darse cuenta de que estaban formando algún estúpido vinculo. Una persona inteligente se inventaría alguna excusa y saldría de allí dispuesta a ocultarse de él a como diera lugar y ella era una persona inteligente, sin embargo, allí estaba, sentándose en su mesa, dispuesta a comer lo que sea que Ryan Ross hubiera preparado.
—Buenos días —dijo él y de repente Camila puso en mute el desorden de su cabeza para pensar en lo mucho que le gustaba su voz.
—Hola —murmuró, dejándose caer frente a él.
—¿Dormirse bien? —Ella notó la burla en su voz, pero decidió ignorarlo.
—Si. Muchas gracias. Espero que tu también —Tomó una de las tazas que estaban sobre la mesa y se sirvió un poco de café bajo su atenta mirada. Podía ver como él hacía un esfuerzo para no burlarse.
¿En serio, en que momento pasó a ser él quien se burlaba?
—¡Ay, ya dilo!
Ryan la miró fingiendo no comprender su pregunta, no era buen actor, debía decir.
—¿Qué cosa?
—Que me dormí como bebé. Ni siquiera recuerdo como llegué aquí.
Ryan estalló en una carcajada y Camila fijó los ojos en él esperando a que terminara de reírse de ella. Al final, cuando recuperó el habla y logró decir una frase completa su cara estaba tan roja que ella sintió ganas de golpearlo con su taza a ver si le quedaban ganas de seguirse riendo.
—¿Qué quieres que haga? Te dije que descansarán los ojos, no que hicieras un viaje astral y dejaras tu cuerpo sin vida tirado en mi auto.
—Eres muy gracioso —Hizo una mueca, esperaba que notara el sarcasmo, pero bueno, era Ryan, así que prefirió aclarar— Tienes un pésimo sentido del humor.
Él se levantó de la mesa aún con una sonrisa en el rostro y comenzó a preparar algo que Camila no podía ver, lo observó moverse de un lado a otro, sacando cosas del refrigerador mientras ella no lograba quitarle los ojos de encima. Unos minutos después volvió junto a ella con un plato con tostadas, tocino y huevos tan grande como el que él mismo acababa de comer.