Por segunda vez en menos de una semana, Camila se despertó maldiciendo el sol en la habitación de Ryan. Esta vez muy sola y muy desnuda. No le dio la más mínima importancia a su cuerpo, e intentó cubrirse el rostro con todo lo que encontró sobre la cama y volver a aquel sueño maravilloso en el que ella y un hombre muy sexy hacían surf desnudos en una playa paradisíaca, pero no fue posible.
Tal vez debería recomendarle a Ryan hacer algo con aquellos ventanales, como pintarlos de negro o cubrirlos con concreto, porque le parecía que despertar en aquella habitación con dolor de cabeza y odiando al sol iba a convertirse en una costumbre.
¡Carajo! Sus ojos se abrieron como platos cuando se dio cuenta de lo que realmente significaba todo aquello. Era la novia de Ryan, en serio tenía un novio y en ese momento estaba en su cama, y había medio discutido con su ex esposa y estaba considerando (aunque en broma) pedirle que pintara de negro sus ventanas para la próxima noche que pasara allí. Se estaba volviendo serio para ella, joder. Aunque sonara increíble, Ryan le gustaba mucho más, aun siendo tan diferente al tipo de hombre con el que solía salir. O tal vez justo por eso.
¿Era todo aquello una locura? Posiblemente sí. ¿Y qué? La locura era la sal de la vida, después de todo.
El sonido del teléfono la sacó de sus pensamientos. Tal vez no debía contestar, aquella era la casa de Ryan y no estaba segura de tener derecho a tomar sus llamadas. ¿Dónde estaba él, además?
Esperaba que quién fuera que intentaba contactarlo, se cansara y lo dejara estar.
Efectivamente, tras nueve timbrazos, el aparato dejó de sonar, pero solo para volver a hacerlo treinta segundos más tarde. Ser paciente no era una de sus mayores virtudes así que al tercer tono del aparato demoníaco, contestó.
—Aló —Ni loca iba a fingir que era la secretaria de Ryan, sólo contestaría el puto teléfono.
—Hola —La voz de Ryan le respondió del otro lado de la línea—. Has tardado en contestar ¿Te he despertado?
—No. Es que no estaba segura de si debía tomar la llamada. —tardó unos segundos en notar que estaba recibiendo una llamada de Ryan en la casa de este —¿Dónde estás?
Lo escuchó reírse y se encontró a sí misma en la vergonzosa y cursi tarea de imaginarlo. Era la primera vez que hablaban sin estar uno frente al otro. ¿Era aquella una etapa del noviazgo que debían agotar?
—En el trabajo. ¿Dónde más estaría?
La risa de Ryan la contagió.
—Oh, cierto. Había olvidado que tienes un trabajo —se burló.
—Tal vez debí llamar a tu móvil, pero ¿Sabes qué? No tengo tu número. Y es gracioso que no lo tenga después de todo —hizo una pausa unos segundos— Ha pasado menos tiempo del que me parecía —murmuró.
—Ryan, no hagas eso.
—¿Qué cosa?
—Contar los días que llevamos de relación o lo que sea que sea esto.
Él volvió a reír. Al parecer ella se había vuelto su bufón personal en poco tiempo.
—Soy contador. Contar cosas es lo que hago —replicó— Volviendo al tema, si me das tu número puedo evitarme muchas cosas, como dormirme esperándote en tu sofá mientras tu recorres la ciudad en busca de cervezas y galletas de chocolate.
—No tengo celular.
—¿No tienes? —Él pareció un poco confundido, como todos— ¿Qué hacen las personas cuando quieren localizarle?
—Bueno, partamos del punto de que casi nunca nadie quiere localizarme, pero cuando se da el caso, mismo que haces tú, van al bar o a mi casa.
—Es muy raro que alguien no tenga celular en pleno siglo XXI.
Ella se quedó en silencio unos segundos pensando en cuál sería la mejor manera de contestar para no tener que responder más preguntas. Porque entrar en el tema sería dar explicaciones sobre su vida y posteriormente de su familia, que era una conversación que no deseaba tener.
—Yo... simplemente no lo necesito.
—Bueno —Él pareció entender su renuencia a tocar el tema— Hay de comer en la cocina. Estaré en casa más o menos a las cuatro treinta, me gustaría que me esperarás, pero si no puedes nos veremos en la noche.
Por un momento ella pensó en irse a su casa, pero, ¿Qué haría allí? Ya no tenía que ir a trabajar, no había nada a volver a su departamento a una hora determinada.
—Te esperaré.
—Bien. Te veré en un rato.
Después de la conversación con Ryan todo transcurrió lentamente; desayunó en la cocina, vio TV en el salón, volvió a comer, leyó tres páginas y un párrafo y medio de un libro de contabilidad fiscal que había en un librero, se quedó dormida...
A las 3:39 decidió sentarse en el balcón a dejar pasar el tiempo. Unos minutos después, como si la vida quisiera joderla un poco más, vio salir caminando a la tal Judith. Para más fastidio, perfectamente arreglada como muñeca barbie, por completo de rosa.
Se dio la vuelta para decir adiós a alguien en el balcón inferior y luego sus ojos se fijaron en Camila.
Por unos segundos tan corto que a ella le pareció haberlo inventado la cara de la mujer se desfiguró en una mueca. Camila sonrió y le dijo adiós con la mano, mientras la mujer se daba la vuelta y subía furiosa a un auto gris. Por lo menos no era el jeep rosa de Barbie.
Camila se rio de ella hasta que le dolió el estómago, luego volvió a tomar el libro a ver si podía dormir un poco más.
Ya podía explotar la puta.