Carpe Diem

*30*

Justo a las 4:30 de la tarde, Ryan entró en su departamento y tan pronto como cerró las puertas se dio cuenta de que había algo diferente, aunque todo continuaba como lo había dejado en la mañana. Iba rumbo a la habitación en busca de Camila cuando cayó en cuenta de qué era lo que estaba mal: la puerta que daba al balcón estaba totalmente abierta, cosa que no pasaba casi nunca.

Salió y la encontró dormida sobre uno de los sillones. Se acercó a ella y tomó lo que tenía sobre su regazo, uno de sus libros, abierto hasta la quinta página. La miró y sonrió. Aun no comenzaba a leerlo pero ya sabía lo que le esperaba.

Tomó el libro y volvió a entrar en la casa, la dejaría en paz un rato. Después de colocar el libro en su lugar, se dio un baño y fue hacia la cocina con la intención de preparar algo de comer. Comenzó a sacar cosas del refrigerador y a colocarlas sobre la encimera mientras intentaba decidirse por algo en particular.

Quince minutos después, había terminado y estaba poniendo los platos sobre la mesa cuando Camila entró. Sabía que adorable no era una palabra con la que se la pudiera describir frecuentemente, pero así era como se veía en ese momento: vestida con su ropa, despeinada y somnolienta. Pasó una de una de sus manos por su ya desarreglado pelo y le lanzó una sonrisa que bien podría derretir el acero. ¡Oh, por todos los Santos! Estaba enganchado. Totalmente enganchado. Completa y absolutamente enganchado.

Le había permitido que se metiera dentro de él en menos de un mes. Y sin siquiera intentarlo.

No era como que estaba enamorado o algo así, pero sentía... algo más allá de la simple simpatía o la atracción sexual. La extrañaba tan pronto como la perdía de vista y cuando no estaba con ella pasaba el tiempo pensando en lo que haría cuando lo estuviera. Y el sexo... era casi lo mejor de todo, no iba a mentir, era fantástico. Y ella era tan... Camila. No había otra forma de describirla y no había otro nombre que darle a lo que sentía en ese momento: estaba muy enganchado.

—Si, sé que parezco sacada de una explosión, pero no es necesario que me mires así —Ella estaba parada frente a él y lo miraba con una sonrisa ladeada.

—No, yo solo... —"Solo estaba pensando que eres preciosa"—Olvídalo. Tienes hambre.

Los ojos de Camila brillaron y su vista se dirigió a la mesa.

—Siempre. Huele estupendo.

Sin decir nada más, se sentó en la silla que estaba más cerca y él dejó un plato frente a ella antes de tomar asiento a su lado. Camila comenzó a comer sin decir palabra. Por segundos, Ryan la escuchaba emitir pequeños y casi imperceptibles gemidos, así que no necesitaba que le dijera si le gustaba o no; lo que necesitaba era que parara de hacer aquellos ruidos o él terminaría enloqueciendo y saltando sobre ella.

Afortunadamente, ella levantó la vista hacia él con una sonrisa en los ojos y sus gemidos se detuvieron.

—Entonces, dices que no sabes cocinar, pero puedes preparar cosas como éstas.

—Bueno, hay una mujer, llamada Becca. Viene martes y sábados a hacer la limpieza. Si está de humor cocina cosas, luego pone la comida en pequeños recipientes en el refrigerador. Es muy amable, ni siquiera sé por qué lo hace.

—Tal vez le gustas.

Ryan intentó con todas sus fuerzas contener las carcajadas que se estaban formando en su garganta. Era lindo ver que ella podía ponerse un poco celosa, también era halagador.

—No lo creo, pero si así fuera, ella no es mi tipo.

—¿Ah si? ¿Y cuál es tu tipo?

Él fingió pensarlo un poco.

—Para empezar, me gustan de menos de cincuenta. Tampoco me atraen las mujeres con nietos, no es personal; y no creo que las canas sean sexys, además...

—¡Es una anciana! —Lo interrumpió, entre divertida e irritada— Has estado burlándose de mí y ella es una anciana.

—¿Qué puedo decir? Te ves dulce cuando estás celosa.

—Yo no soy dulce bajo ninguna circunstancia y no estoy celosa —replicó ella, intentando contener la risa.

—De acuerdo —No pudo evitar lanzarle una mirada de "No te creo nada"

—No estoy celosa, Ryan —Repitió ella con voz amenazante.

—Te creo. Totalmente.

Aunque los ojos de Camila se clavaron violentos en él, seguían luciendo divertidos.

—Tengo algo para ti —murmuró. Ella levantó la vista, que había vuelto a posar en el plato, mirándolo con curiosidad.

—¿Para mí?

—Si —Ryan apartó su plato para levantarse de la mesa e ir hacia una bolsa color lila que había dejado sobre el sofá al entrar.

Ella parecía estudiarlo y no aparentaba rebosante de alegría de saber que él le tenía un regalo. Ryan caminó hacia Camila y dejó la bolsa frente a ella, pero ella no lucía muy interesada o ansiosa por abrirlo.

—¿Qué es? —inquirió con cautela.

—Lo sabrás cuando lo abras.

Ella tomó la bolsa como si tuviera miedo de que en algún momento un animal salvaje saltara de ella y le mordiera. Tan pronto como la abrió y vio lo que había dentro, volvió a colocarla sobre la mesa.

—No puedo aceptarlo. Lo siento.

—¿Por qué no? Es solo un teléfono.

—No necesito un teléfono, Ryan, por eso no lo tengo. Si lo necesitara fuera a comprar uno con mi dinero —replicó. Él podía ver como intentaba calmar su genio.

Lo que menos deseaba era iniciar una discusión con Camila por algo tan tonto como un teléfono, pero aun así se vio en la obligación de hacer algunas aclaraciones al respecto.

—Primero que nada: si lo necesitas, no es bueno que andes por ahí sin que nadie (y no solo yo) tenga manera alguna de comunicarse contigo. Segundo: ya lo compré yo, con mi dinero. Es solo un regalo y no lo hice por altruismo, sino porque me gustaría tener forma de hablar contigo cuando no pueda verte.

—Aun así, no tenías que regalarme algo tan... extravagante sin siquiera preguntarme antes.

—No es extravagante, es un teléfono celular común y corriente, además nunca he visto a nadie preguntar para hacer un regalo.



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En el texto hay: humor, chica ruda

Editado: 16.01.2022

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