Carpe Diem

*39*

¡Carajo! Después de haber logrado evitar a Ryan durante tres días, había creído tontamente que al fin lo había lo había conseguido. Renunció a servir las mesas en el trabajo y ahora se hacía cargo de la freidora, no contestaba sus llamadas e incluso había desenterrado la llave de su departamento para poder cerrar con seguro por primera vez. Todas las noches cuando llegaba a casa, se fijaba muy bien que él no estuviera merodeando por ahí, esperando para hablar con ella. ¡Lo había hecho todo! Pero como siempre, Ryan Ross parecía no entender el mensaje.

Esa noche había estado demasiado cansada para tomar las precauciones necesarias contra él, pero podía jurar que no había visto su auto fuera al llegar. Volvió a concentrarse en él, que aún no contestaba a su pregunta, sino que la miraba como si fuera algo brillante y maravilloso.

—Ryan, respóndeme —Él pareció volver desde muy lejos. Camila sacudió la cabeza, prefería no saber lo que fuera que estuviera pasando por su cabeza— ¿Sabes qué? Mejor olvídalo. Sólo vete, estoy deshecha.

Aquellas palabras parecieron traer a Ryan bruscamente de cualquier lugar en el que se encontrara. Dio unos pasos hacia ella y sus ojos formularon cientos de preguntas.

—Pero yo... necesito que hablemos.

—Pues no va a poder ser hoy —contestó ella. No estaba en condiciones de soportarlo. No esa noche.

—¿Puedes ver lo infantil que estás siendo? —Ryan empleó ese tono de maestro universitario dulce pero firme que ella tanto odiaba.

No respondió, solo siguió su camino escaleras arriba, pero como era de esperar, él la alcanzó y la hizo volverse hacia él. Parecía más decidido de lo que lo había visto nunca.

—¿Donde has estado? Pareces muy cansada.

—Ese es mi problema. Si no estuvieras aquí, en medio de mi camino, seguro ya estaría en la cama.

«Mentirosa» le gritó una voz en su interior. Los días pasados apenas había logrado conciliar el sueño, eso sin contar la noche que había pasado en casa de Tina solo porque había llegado a su casa y Ryan estaba fuera esperando, queriendo hablarle; esa había sido la peor noche de su vida. La hija de Tina la había obligado a leerle su historia favorita que era, precisamente, la que Camila más odiaba: La Sirenita de Disney. La razón de porqué la odiaba con todas sus fuerzas, era porque le molestaba que las personas siempre quisieran un final feliz. La vida no era perfecta, a las personas le pasaba cosas malas; como la pobre Sirenita, que lo había dado todo por un hombre que no podía quererla y al final no había encontrado mejor remedio que la muerte. Trágico, pero cierto, no como esas mierdas que Disney le metía en la cabeza a las niñas.

Por desgracia, la pequeña Alice amaba la estúpida Sirenita y no había entendido la explicación fatalista de la tía Camila (así había comenzado a llamarla). Así era como había terminado la noche recibiendo miradas reprobatorias de Tina.

—¿Has comido algo?

La pregunta de Ryan, que ahora había cambiado el tono por el de madre preocupada, la hizo sentirse aún más frustrada.

—No, no he comido nada —respondió—. No hay entregas a domicilio en la comisaría. ¿Sabes?

—¿Estuviste detenida? —preguntó él, alarmado mientras la miraba atentamente de arriba a abajo.

¿En serio se creía su madre?

—No idiota, yo no. Tom estuvo detenido, Mandy y yo sólo fuimos a sacarlo de allí para que no lo matara su papá.

Para ese momento, ya estaba muy cansada para seguir discutiendo allí así que comenzó a subir los dos tramos de escaleras que le faltaban, ya no le importaba que Ryan la siguiera, solo quería poder sentarse, quitarse los zapatos y descansar.

—¿Tom, el que trabaja contigo? ¿Qué le pasó? —preguntó mientras subía las escaleras tras ella.

—Bueno, digamos que Tom tiene una extraña manera de enamorarse, así que aunque está loco por Mandy quiere demostrar que es un macho y coquetea con todas las que van a la cafetería. Hoy puso la vista en una chica que fue con unas amigas, ella fue muy clara con respecto a que no estaba interesada, pero él no pareció comprenderlo hasta que le roció gas pimienta en el rostro y llamó a la policía alegando un muy justificado acoso.

Lo escuchó reírse a sus espaldas. Ella también se habría reído en otras circunstancias, pero no ese día. Entró en su departamento y se tiró en el sofá, exhausta.

—No es gracioso. No te imaginas la cantidad de dinero que hubo que pagar para sacarlo de allí.

—Lo gracioso es la suerte que tengo de que no tengas gas pimienta.

Camila dejo escapar un risilla, pero no lo miró mientras abría la puerta de su departamento y se quitaba los zapatos nada más entrar.

—Posiblemente lo hubiera usado en ti una o dos veces en estos días y lo sabes.

Ambos volvieron a reír, y Ryan inteligentemente volvió al antiguo tema.

—Tal vez debieron dejarlo al menos veinticuatro horas. Para que la próxima vez lo piense antes de hacer estupideces.

Ryan se sentó junto a ella , tomó una de sus piernas y la colocó sobre su regazo, luego le quitó el calcetín y comenzó a masajearle los pies. Ella no intentó resistirse, ni siquiera lo pensó. Continuaría estando enojada después de aquello, porque en serio se sentía bien.

—Solo está enamorado. No es estúpido por eso —comentó con los ojos cerrados. Ella tampoco tenía calidad moral para juzgarlo por hacer tonterías, cada quien se saboteaba con lo que tenía a mano.

—Bueno, yo también lo estoy, pero aún no he logrado que me apresen por ello.

Camila se quedó de piedra al escuchar aquellas palabras y un sudor frío bajó por su columna. Abrió los ojos de golpe y se encontró con los ojos de Ryan fijos en ella. ¿Era posible que estuviera diciendo lo que ella creía que decía? 

 



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En el texto hay: humor, chica ruda

Editado: 16.01.2022

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