Carpe Diem

*44*

Cinco días habían pasado desde que él y Camila habían resuelto las cosas. Como era de esperar, al final ella fingió olvidar que tenían una conversación pendiente y Ryan lo había dejado estar, agradecido de, al menos, haber vuelto a su antigua normalidad. El asunto de las cicatrices y los secretos estaba oficialmente aplazado hasta que ella decidiera y él sospechaba que pasaría mucho tiempo antes de que llegaran allí.

Las cosas volvían a ser normales, o por lo menos tanto como lo había sido antes de la discusión. Camila se había quedado a pasar dos noches en su casa sin ninguna objeción e incluso una vez había hecho la cena sin salar ni quemar nada. Todo un logro.

Él, por otro lado, intentaba no pensar en el hecho de que le había dicho a Camila que la amaba y no había recibido ninguna respuesta al respecto. Ambos actuaban como si no hubiera sucedido, pero el débil orgullo de Ryan lo atormentaba cada vez que recordaba la cara de pánico de Camila cuando él se había puesto cursi.

El pensamiento lo acompañaba a todos lados. Ese día lo había seguido al trabajo y se burlaba de él mientras se preparaba para una reunión importante.

Así que mientras su escritorio estaba repleto de papeles que se suponía debía revisar, él estaba preguntándose si había hecho bien en decírselo o en cambio debió de guardar sus sentimientos solo para él, por lo menos hasta asegurarse que eran correspondidos.

Un ruido lo sacó de sus elucubraciones y tardó una milésima de segundo en descifrar que era su celular. Miró en todas direcciones y no pudo localizarlo, el sonido era débil y Ryan recordó que la última vez que lo había visto fue antes de que todos aquellos papeles se encontraran sobre su escritorio. Comenzó a echar a un lado folios y documentos hasta que el aparato apareció ante sus ojos. Contestó rápidamente al ver la foto de Camila en su pantalla. Siempre sonreía al ver aparecer aquel rostro fruncido precedido por el tierno dedo mayor de ella, que lo había pillado tomándole fotos mientras dormía en el sofá.

—¿Sí? —Tardó unos segundos en descifrar los extraños sonidos que provenían de la línea— ¿Camila?

—No creo que pueda con esto Ryan —Un breve gemido salió de su garganta—. Creo que voy a volverme loca.

—¿Camila? —volvió a preguntar entre confundido y preocupado— ¿Sucede algo?

—Mía acaba de enviarme los datos del vuelo. Aterrizará mañana a las dos de la tarde y yo tengo que ir a recogerla.

Ryan la escuchó sorberse la nariz.

»¿Por qué acepté esta locura?

Ryan respiró aliviado. Por un momento había pensado que algo en realidad malo estaba sucediendo, pero a esas alturas los ataques de Camila con respecto a la visita de su hermana se habían hecho tan frecuentes que él se había creado su propio protocolo.

Claro que en ese momento su protocolo se fue al carajo cuando la escuchó sorberse la nariz nuevamente.

—¿Estás llorando?

—¡Claro que sí! —chilló Camila— ¿Qué voy a hacer con Mía aquí? Ni siquiera estoy en condiciones de recibirla, esta casa es una pocilga por mucho que intente que no sea así; no es el tipo de lugar al que está acostumbrada, yo no soy el tipo de persona al que está acostumbrada.

» Tengo ganas de llamarla y decirle que morí o mejor aún, no presentarme en el aeropuerto mañana —Hizo una pausa para tomar aire y luego emitió un sonido teatral—. Pero no lograré nada con eso, lo sé, a estas alturas debe conocer la dirección de mi casa, la de mi trabajo y la tuya junto con tu partida de nacimiento; me encontrará de todas formas. No tengo escapatoria.

Ryan nunca había visto a Camila tan alterada. Parecía como si fuera a entrar en shock en cualquier momento.

»Oh Dios. Creo que estoy hiperventilando, creo que voy a vomitar —continuó alarmada.—. Dime algo, Ryan, maldita sea.

Ryan se quedó petrificado. ¿Qué podía decirle a una mujer que estaba teniendo un ataque de pánico provocado por la visita de su hermana menor? No tenía ni idea. A su cabeza solo acudía la pregunta: ¿Dónde había ido Camila la fría y controlada? ¿Acaso había tomado vacaciones y dejado a cargo a su contraparte la histérica?

—¿Por qué no te calmas un poco? —sugirió— Es sólo tu hermana, todo saldrá bien.

Tan pronto las palabras escaparon de sus labios, Ryan se arrepintió.

—¡No me digas que me calme! ¡No estoy loca, jódete!

Él podía fácilmente refutar aquel argumento, pero prefirió no hacer nada al respecto.

— Bien. Dime que puedo hacer para que todo se solucione y lo haré. Sólo, por Dios, deja de llorar.

Camila seguía llorando como si alguien hubiera atropellado a su perrito o algo a así.

—Es que no lo sé... quiero como tres burritos y al menos dos hamburguesas y quiero embriagarme, pero eso no va a solucionar nada, ¿cierto? —sollozó.

Ryan necesitó recordarse que estaba preocupado para no estallar en risas.

—Creo que no lo hará.

— Es que no entiendes —Ella volvió a llorar y Ryan necesitó un poco más de esfuerzo para comprender lo que decía— Mía llegará mañana y este lugar... es un asco. No hay nada en el mundo que puedas hacer a menos que encuentres un departamento decente que pueda alquilar y al que pueda mudarme antes de mañana a las dos de la tarde.

Ryan se quedó en silencio analizando la situación. No había muchas opciones que pudiera brindarle, ella llevaba semanas buscando departamento y no había encontrado nada, estadísticamente no había ninguna posibilidad de que encontrará algo antes de veinticuatro horas y parara de llorar, que al fin y al cabo era lo que a él le interesaba.

—¿Sigues ahí? —preguntó Camila sorbiéndose la nariz por segunda vez— Lo que me faltaba, te has cansado de mí y ya no quieres hablarme.

— Aún estoy aquí, Camila, solo relájate un poco, ¿si? ¿Por qué no tomas tus cosas y vienes a mi casa y luego te traes a Mía? No estarías del todo mintiendo si le dices que vivimos juntos.



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En el texto hay: humor, chica ruda

Editado: 16.01.2022

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