Carpe Diem

*46*

Ryan volvió a mirar a la hermana de Camila mientras hacía un esfuerzo por no hacer una mueca y taparse los oídos. Durante las casi dos horas que habían estado cenando había monopolizado la conversación mientras Camila apretaba el puño debajo de la mesa y Ryan se preguntaba qué era peor, la velocidad a la que hablaba o el volumen al que lo hacía.

Casi saltó de alegría cuando Mía se excusó para ir al baño unos minutos y sus tímpanos pudieron tomar un descanso. Tan pronto como la perdió de vista, se acercó a Camila y sonrió mientras le preguntaba al oído.

—¿Siempre ha tenido ese tono de voz tan... enérgico?

Ella le dio a cambio una sonrisa sarcástica.

—Parece que ha empeorado con los años. No quiero imaginarme que pasará cuando tenga sesenta y esté realmente sorda.

Ryan tomó el puño de Camila apretado sobre su muslo y la hizo aflojarlo.

—Sólo relájate, o habrá que contarte el brazo al final de la noche —Bien, tal vez no fuera la mejor manera de animarla, pero algo debía intentar.

Dos minutos después, Mía volvió a la mesa y con ella su estruendo tono de voz. Ryan se encontró preguntándose hasta qué punto podía herirse a sí mismo con un cuchillo de mesa.

El resto de la velada fue lo mismo, Mía hablando de sí misma, Camila apretando los puños bajo la mesa y él descubriendo su faceta de suicida mientras sonreía como si nada sucediera.

Cuando por fin abandonaron el restaurante japonés al que Mía prácticamente les había obligado a ir, Ryan estaba que saltaba de la alegría, pero como nada era perfecto tuvieron que escucharla todo el camino hablando de su amado auto que llegaría al otro día. Saber que pronto llegarían a la casa y podría perderla de vista con cualquier excusa tonta era la fuerza que lo mantenía de pie y con una sonrisa en los labios, de lo contrario era muy probable que se hubiera estrellado contra el primer poste de luz que encontrara.

Afortunadamente, al llegar a la casa Camila hizo uso de su no tan sutil encanto y logró que Mía se marchara a la cama sin decir más de veinte palabras.

Ryan respiró profundo y agradeció a los dioses que Camila hubiera leído sus pensamientos e hiciera callar a su hermana, porque si seguía escuchando a Mía por otros cinco minutos, cosas horribles podían suceder.

Luego de que Mía se encerrara, Camila se fue también a su habitación, pero Ryan tardó unos minutos más en el salón. Solo ahora comprendía todas las veces en las que ella le había dicho que no querría a su hermana en la casa, bueno, era cierto, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás y él estaba dispuesto a sacrificarse unos días más con tal de evitar que Camila enloqueciera.

Lo que no había logrado evitar era que parara de llorar, de hecho, eso la encontró haciendo cuando entró en la habitación o más bien secándose las lagrimas en un fatal intento por disimularlas.

—¿Qué pasa? —cuestionó y tuvo que morderse la lengua para evitar el "ahora" que casi se le escapa.

Camila suspiró.

—No pasa nada.

Él puso los ojos en blanco.

—Te estoy viendo llorar —susurró, dejándose caer a su lado y tomando las manos de Camila entre las suyas—. Pensé que estaba todo bien.

—Y lo está.

—¿Entonces por qué lloras?

Ella pareció pensarlo un momento.

—No lo sé... Creo que estoy asustada.

—Si es por lo de tu hermana yo...

—No tiene nada que ver con ella, yo... —El labio le tembló, luego apartó la mirada— Solo tengo miedo de que arruine todo.

Ryan se dejó caer junto a ella en la cama y la rodeó con su brazo, acercándola más a él. Quería decirle cosas que la ayudaran a sentirse mejor, pero no se le ocurría nada. Habría dado cualquier cosa para que ella dejara de llorar todo el tiempo, para que cambiara esa cara de tormento que a su vez lo atormentaba y le gritaba cuan inútil era, pero mientras lo lograba, solo atinó a besarle el pelo y acariciarle el brazo.

—Todo va a estar bien —susurró y deseó estar tan seguro de lo qué decía como quería hacerle creer. 

 



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En el texto hay: humor, chica ruda

Editado: 16.01.2022

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