Carpe Diem

*48*

ℛyan entró en su departamento haciendo el menor ruido posible. Si lograba llegar a su habitación y cerrar la puerta, tal vez, y sólo tal vez, podría evitar a Mía el resto de la noche. Sabía que Camila no estaba en la casa; cada día por más de una semana ella había estado inventando excusas para evitar a su hermana tanto como fuera posible, él no era tan creativo y se había convertido en la carne de cañón, porque según Camila si desaparecían ambos, sería demasiado sospechoso.

Con delicadeza cruzó el salón y se adentró en el pasillo; una enorme sonrisa se dibujó en su rostro, estaba a segundos de encontrarse totalmente a salvo. Pero como nada es perfecto, justo cuando su mano estuvo a centímetros de tocar el picaporte de su cuarto, la puerta de la habitación de invitados, que Mía ocupaba, se abrió y esta apareció.

—¡Oh, Ryan! No te escuché llegar —comentó mientras terminaba de ponerse un pendiente.

Ryan la miró de arriba a abajo. Mía estaba más arreglada de lo que solía estar. Eso sólo quería decir que, después de todo, Dios había escuchado sus plegarias y tenía algún plan que la mantuviera ocupada el resto de la noche.

—¿Vas de salida? —preguntó, intentando contener la sonrisa de felicidad que amenazaba con asomar. Tampoco quería ser grosero.

—Sí, saldré con unas amigas esta noche. Ya sabes, largo tiempo sin vernos y eso — Mía hizo ese gesto de niña engreída que Ryan había notado que hacía con frecuencia y que tanto le molestaba.

—Que te vaya bien, entonces.

La vio cruzar el pasillo conteniendo las ganas de gritar de alegría. Tan pronto como escuchó la puerta del departamento cerrarse, entró a su habitación y le envió un mensaje de texto a Camila.

"Ya no es necesario que te escondas toda la noche. Tu hermana salió con unas amigas y no me parece que vaya a volver pronto. ¿Te espero para cenar?"

Presionó el botón de enviar y se metió a la ducha. Cuando salió revisó su celular para ver si había recibido respuesta de Camila. Efectivamente, tenía un mensaje de ella; un breve y directo "si". Ryan no pudo evitar sonreír. No iba a negar la mayoría de las veces, las respuestas de Camila lo desesperaban porque no tenía idea de lo que significaban, pero en ese momento en particular pudo imaginársela suspirando aliviada.

En el tiempo que Mía llevaba en la casa no habían tenido un solo rato para ellos. La chica era un auténtico dolor de cabeza y Ryan comenzaba a arrepentirse de haberse ofrecido de anfitrión. ¡Si la historia ya había demostrado que los anfitriones siempre terminaban jodidos! Mía era un huracán, una fuerza de ruido y desastre que amenazaba con acabar la paciencia de todos con sus excentricidades y sus comidas veganas; y poder deshacerse de ella, así fuera por un par de horas, seguro sería lo más cercano a la paz que tendría en un par de semanas.

Camila tampoco parecía demasiado emocionada, es decir, nunca lo estuvo, pero en los últimos días, sobre todo después de la visita al cementerio, ellas parecían mucho más molestas alrededor de la otra. Ryan no necesitaba ser psíquico para entender que se habían peleado, la pregunta era: ¿por cuál de todas las razones que tenían había iniciado la discusión?

Ella se había negado a contarle, por supuesto, y Ryan sabía que a menos que se tratara de algo de vida o muerte, Camila no le referiría lo que había pasado.

Todavía sonriendo, fue a la cocina y miró en la alacena y en el refrigerador en busca de algo que cocinar. Al parecer, Mía lo había desperdiciado todo en comidas "saludables" que terminaban en lo más profundo del cubo de la basura así que Ryan se rindió casi de inmediato, tras una búsqueda infructuosa en la que solía encontró sal, mostaza y harina de maíz. Nada comestible podía salir de la mezcla de esos tres ingredientes, aunque de seguro Mía (que era incluso peor que su hermana en la cocina) habría encontrado algo espantoso que hacer con ello.

Llamó al restaurante de comida china que se encontraba a varias cuadras de allí y que era el favorito de Camila y en los próximos minutos, mientras esperaba por su pedido, se dedicó a intentar ordenar un poco su cocina que había sido víctima del paso del huracán Mía. Él se repetía que debía tener un poco más de paciencia con la chica

Se dirigía a abrir la puerta cuando algo en el salón llamó su atención. Sobre el reposa brazos de su impecable sofá azul cielo, destacaba de una forma horrorosa la marca de un pie. ¡Un maldito pie! Se acercó para verlo mejor y se encontró con pequeñas manchas de esmalte de uñas color vino.

Recordó dos días antes cuando había llegado y encontrado a Mía pintando las uñas de sus pies en el sofá.

¡Era el final! Eso era todo lo que iba a soportar. Podía aguantarse su tono de voz, podía aguantar su actitud de niña malcriada, incluso su asquerosa comida, pero no soportaría aquello.

Tenía que hablar con Camila, Mía debía irse o él terminaría volviéndose loco usando el cabello de Mía como utensilio de limpieza.

Camila regresó a la casa a penas veinte minutos después. Y sonreía. Ryan agradeció a los cielos la ausencia de Mía, porque llevaba días sin verla tan relajada.

Él se encontraba en la cocina, terminando de poner un poco de orden allí y se dijo que, debido a aquella sonrisa, esperaría un poco más antes de hablar de la abominable mancha en su sofá.

—Oye, huele bien — murmuró ella acercándose hacia la encimera y halándole suavemente el pelo de la nuca antes de depositar un beso en sus labios.

Ryan intentó no demostrar su sorpresa.

—¿Te refieres a la comida china o los montones de desinfectante que acabo de usar?

—Ambos —La sonrisa de Camila se ensanchó unos segundos—. No me digas que Mía volvió a quemar algo.

Él negó con la cabeza y se recordó sus planes de esperar al menos hasta el postre antes de comenzar a quejarse.

—Hoy no ha quemado nada, aunque ya podemos esperar un poco más y ver si aparece la policía en un rato.



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En el texto hay: humor, chica ruda

Editado: 16.01.2022

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