Carpe Diem

*50*

Un minuto exacto había transcurrido desde que Ryan salió del departamento dejando a Camila a solas con la rara de Mía. No era que confiara en ella, en Mía, quería decir, era más bien que una parte de ella no lo hacía sentir cómodo, otra parte aun más cruel entendía por qué Camila huía de ella y por eso le costaba tanto entender que le pidiera estar a solas.

Por lo general, ella era la que hacía todo lo posible por no pasar ni diez minutos con su hermana.

Recordó que la noche anterior Camila le había dicho que le pediría a Mía que se fuera de la casa y de repente todo tenía sentido, incluso los gestos de psicópata mal disimulados de Mía.

Agudizó sus oídos mientras su cuerpo se mantenía tenso. Dentro del departamento no se escuchaba nada, ni gritos, ni golpes, lo que quería decir que la conversación se estaba llevando a cabo dentro de las normas de la decencia. Nunca lo admitiría en voz alta, pero le sorprendía.

¿Sería correcto quedarse allí sin saber que estaba sucediendo dentro? No podía evitar sentirse un ansioso. Se recostó de la pared y comenzó a buscar en sus bolsillos y maldijo cuando no encontró allí su teléfono móvil, ya que la conversación parecía ir a largo, al menos necesitaba algo que lo distrajera. Trató en el bolsillo pequeño se su camisa, pero obtuvo los mismos resultados. Intentó hacer memoria y recordar dónde había dejado su celular.

Maldijo cuando el recuerdo volvió a su cabeza. El auto, lo había dejado en el Auto después de una larga llamada con su hermana menor.

Sintió ganas de romper algo de la frustración. No quería moverse de allí ni un poco porque no sabía en qué momento Camila podía necesitarlo, pero se ponía inquieto cuando se aburría, lo que justo estaba pasando en ese momento. Una voz en su cabeza le peguntó por qué diablos lo necesitaría Camila. Estaba solo tratando con su hermana, él sabía como funcionaban esas cosas: discutían un poco, alguno se enojaba, dejaban de hablarse un par de días y luego todo volvía a la normalidad. Ese era el protocolo.

Se deslizó contra la pared hasta el suelo, resignándose a que tal vez aquella conversación se tomaría más de lo que esperaba. Estaba agotado, había sido un día difícil en el trabajo y lo único que quería era quitarse la ropa y meterse a la cama, no estaba de ánimos para estar pasando por aquello y, sin embargo, allí estaba.

Los ojos se le estaban cerrando cuando un ruido lo trajo de nuevo a la realidad. Se quedó quieto una facción de segundo, ¿un golpe? ¿Acaso lo había imaginado?

Como si se tratara de una confirmación, lo volvió a escuchar. No se movió de donde estaba. Su cerebro necesitó un par de segundos para identificar que venía de su casa, pero aun así no atinó a moverse, no tenía idea de por qué estaba congelado, hasta que recordó su conversación con Mía la noche anterior y se le heló la sangre.

¿Te gustan las armas, Ryan?

La pregunta se repitió un par de veces en su cabeza antes de que lograra reaccionar y se levantara del suelo. Casi se golpea contra la pared al correr hacia la puerta. No recordaba que su corazón latiera a aquella velocidad en su vida y una parte de él esperaba que la puerta se abriera y Camila apareciera admitiendo haber roto algo, pero no pasó.

Al entrar en el departamento el silencio lo envolvió, haciéndolo sentir más nervioso. Quiso llamarla, pero ni siquiera tuvo tiempo de hacerlo mientras corría hacia el pasillo y cuando su voz llegó hasta su garganta, ya tenía el más horrible de los escenarios que jamás vería, justo en frente.

Mía continuaba de pie justo donde la había unos minutos atrás y Camila... estaba tirada en el suelo y como si se tratara de alguna maldita broma, había un charco de sangre a su alrededor.

Dio un paso, pero las piernas no le respondieron y por un momento fue demasiado debil siquiera para pensar.

Levantó la vista hacia Mía, que continuaba de pie, como en shock. Ella lo miró y sus ojos hicieron contacto unos segundos, desde donde se encontraba, Ryan podía ver como temblaba.

—¿Qué... hiciste? —las palabras salieron de él en un susurró débil. Era la pregunta más estúpida que alguna vez había formulado y aun así tenía que hacerla.

De los ojos de la mujer que tenía en frente comenzaron a deslizarse un par de lágrimas, pero a él no le importaba eso.

—Yo... no quería hacerlo —gimió Mía y los temblores de su cuerpo se incrementaron— no quería hacerle nada... Dios mío, te juro que no quería.

Ryan apartó la vista de ella. Mía era lo menos importante ahora y aunque una parte de él que no conocía quería usar cualquier cantidad de balas que tuviera esa cosa en la mujer que tenía en frente, la parte sensata comprendía que Camila lo necesitaba más.

Haciendo gala de una fuerza que no sabía tener, caminó hasta ella con pies temblorosos y de dejó caer a su lado. Calmó como pudo las ganas de desmayarse y las sacudidas de su cuerpo.

No sabía qué hacer, en los programas policiales que siempre veía en televisión solían decir que no se debía tocar a la víctima, porque podía hacerle más mal que bien o podía "comprometer" la evidencia. No sabía si todo eso aplicaba en aquel caso, pero aun así se acercó a ella todo cuanto le fue posible y tocó su rostro. Los ojos de Camila estaban cerrados y tuvo que acercarse hasta su rostro para confirmar que aun respiraba. Su piel estaba pálida y fría.

El pánico lo dominó. Ya no era sangre lo que corría por sus venas, sino una mezcla entre miedo, desesperación y una cantidad de rabia que ni él mismo sabía que podía albergar.

Volvió a levantar la cabeza hacia Mia, esta vez por necesidad.

—Tienes que llamar una ambulancia, por favor... —susurró— Por favor...

Pero ella no paraba de temblar.

—¿Por qué no dejó de gritarme? —Ella no parecía estarlo escuchando y fue entonces cuando Ryan por fin se fijó en el arma en su mano. Hasta el momento no se le había ocurrido que estaba junto a una loca armada y potencialmente peligrosa— Solo quería que habláramos, le dije que se quedara tranquila... yo no... no sé cómo... ¡Ay Dios, maté a mi hermana!



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En el texto hay: humor, chica ruda

Editado: 16.01.2022

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