Carpe Diem

*51*

Ryan no podía decir que estuviera pensando en algo en concreto. Apartó la vista del vaso de café que Judith le extendía y la fijó en su mano, en el agujero casi imperceptible que tenía en el dorso de la palma, que un par de minutos atrás había estado cubierto por una bandita y antes de eso, ocupado por una vía directa a sus venas.

Prefería mirar eso que pensar en cualquier otra cosa. Tal vez estuviera sedado y un poco mareado por los medicamentos, pero sus pensamientos no paraban, iban de aquí para allá en un claro intento de volverlo loco y él sabia que lo que necesitaba no era un café caliente: lo que necesitaba eran noticias de Camila.

Por desgracia, no reunía las fuerzas suficientes para preguntarle a Judith que diablos hacía allí, aunque tampoco quería ser grosero, tomando en cuenta que más que nada, aquel día había sido una buena vecina. Levantó la vista hasta el maldito café que ella seguía ofreciéndole y con esfuerzo lo tomó, solo para que lo dejara en paz.

—Bébelo todo, Ryan, te hará bien entrar en calor —murmuró, dejándose caer en el asiento del lado.

Un par de enfermeras cruzaron la puerta frente a ellos, esa misma puerta por donde se habían llevado a Camila, según Judith, pero ninguna los miró.

Él prefirió fijarse en ellas en lugar de responder. Entrar en calor no era una de sus preocupaciones ahora y no estaba seguro de poder decirlo de una forma cortés así que mejor quedarse en silencio.

—Todo va a estar bien, recé un poco en el camino.

Ryan asintió. En serio quería agradecerle a Judith las molestias; el llamar a la policía, preocuparse por él y seguir las ambulancias, dado que él se había desmayado. Además de comprarle café, como había dicho, una buena vecina.

Su vista siguió al par de policías que pasaron frente a él, era el mismo par que intentó hacerle preguntas unos minutos atrás y que no habían conseguido que abriera la boca una sola vez. Era consciente de que tendría que declarar en algún momento, pero por lo pronto lo único en lo que podía pensar era en cuándo le darían noticias de Camila. Se decía a sí mismo que ella resistiría. Camila era fuerte, incluso más que él. No moriría así, no de esa manera.

Desde que le habían permitido marcharse de urgencias habían pasado al menos veinte minutos que se sentían como cuatro horas, y no sabía si se trataba de la incertidumbre, la desesperación o que su ex mujer pareciera resuelta a no parar de hablar.

Aunque Ryan hubiera preferido que no estuviera allí, debía agradecer la compañía y el café, aunque este último estuviera a punto de quedarse frío entre sus manos.

Un doctor atravesó la maldita puerta metálica de sus pesadillas y sin saber por qué, Ryan se puso de pie de un salto. El hombre venía con la vista fija en ellos, lo que le hizo saber que le tenía noticias. Él no supo si sentir alivio o terror por la cara del doctor.

—Familiares de Camila Smith, supongo —habló, en tono bajo.

Ambos asintieron.

—Bien, supongo que usted es la pareja —añadió, fijando la vista en Ryan—. Necesitaré un familiar que firme unos papeles.

Ryan tardó unos segundos en poder encontrar su voz.

—Su familiar más cercano acaba de disiparle, su madre está muerta —murmuró—. Soy solo yo, a menos que pueda rastrear a su papá en Japón.

El hombre ladeó la cabeza y miró unos papeles que traía en las manos.

—Bueno, supongo que tendrá que servirnos, entonces.

—¿No piensa decirme como está? —Ryan odió esa maldita medicación como no había odiado nada jamás, porque, aunque su voz sonara calmada y monótona, por dentro se estaba volviendo loco y su centro de control daba vueltas gritando desesperado por saber de Camila.

Esta vez el hombre no le sostuvo la mirada.

—Estamos haciendo todo lo posible.

—¿Qué es todo lo posible? —insistió.

El hombre pareció pensarlo antes de contestar.

—Su cuadro es delicado, una de las balas estaba alojada en el pulmón derecho, perdió mucha sangre; ahora necesitamos que nos firme unos papeles para continuar trabajando, aún hay otra bala, pero sacarla en su estado puede ser peligroso así que...

Ryan sacudió la cabeza haciendo que el doctor dejara de hablar.

—¿Qué? — cuestionó el doctor.

—¿Cuál estado? —esta vez Ryan tuvo que esforzarse un poco más en que su tono fuera audible.

El hombre miró de él a Judith como si no entendiera la pregunta, luego volvió a fijar los ojos en él.

—Disculpe, ¿no dijo que era la pareja?

—¿Cuál estado? —insistió.

—El de embarazo, por supuesto —señaló, como si fuera obvio—. Su novia tiene trece semanas de embarazo, señor, y me gustaría que me firmara algunos papeles para aprobar algunos procedimientos.

Ryan no pudo escuchar una palabra más después de "embarazo". Su cabeza comenzó a dar vueltas y de repente las piernas le temblaban, pero no pudo acercarse hasta el asiento que había estado ocupando así que solo se pudo quedar congelado. ¿Embarazada? ¿De... su bebé? La noticia la provocó cúmulo de sensaciones que ni siquiera pudo poder en orden.

—Señor...

—Ryan, tienes que firmas esos papeles —le sacudió Judith.

Él la miró, como si acabara de notar su presencia.

»¡Ryan!

Judith le golpeó el brazo y entonces, en modo casi automático, Ryan aceptó el bolígrafo que el señor le ofrecía y firmó el papel sin siquiera verlo. Cuando vino a entender la seriedad de lo que había hecho, el doctor ya había traspasado las puertas metálicas y desaparecido.

Sin embargo, él no pudo moverse de donde estaba, seguía estando pegado al suelo. Un bebé. Un bebé con Camila era mucho más de lo que podría desear, pero no podía sentirse feliz en esos momentos, porque un bebé solo significaba que, si algo salía mal, tenía muchas más cosas que perder.

—Bueno, felicidades —murmuró Judith, apretándole el hombro.

Ryan no quiso pensar en lo surreal que era que su ex le felicitara por estar esperando un hijo con otra, menos en esas circunstancias.



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En el texto hay: humor, chica ruda

Editado: 16.01.2022

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