Carpe Diem

*52*

Ryan sintió los golpes sobre su hombro y, por unos instantes, se resistió a despertar. Estaba agotado y lo único que quería era pasar una hora o dos en su casa y así... Se removió espantado cuando recordó donde estaba, aquella silla dura e incómoda no era su cama y el dolor de cuello que le martillaba no estaba ni cerca de parecerse al descanso.

Abrió los ojos y se encontró con el rostro severo del doctor.

—Le dije que se fuera casa —señaló el hombre cruzándose de brazos.

Ryan se enderezó en el asiento y sintió su espalda crujir, pero se cuidó de no hacer ningún gesto que hiciera pensar al doctor que había tenido la razón cuando le dijo que se marcha a descansar.

—¿Cómo está Camila? —cuestionó. En ese momento su cabeza no daba para hilar otra frase.

—Está estable, y estará en observación unas horas más, sedada —habló calmadamente—. Usted no podrá verla por un rato así que, por favor, vaya a su casa, tome una ducha y ya pare de dormir en los pasillos del hospital.

Él se contuvo para no hacer una mueca. Lo de "dormir en los pasillos del hospital" era una exageración, solo habían pasado dos noches. Pero era que, cuando la madrugada anterior el Doctor Kells salió del quirófano y le dijo que la cirugía había terminado, Ryan no pudo moverse de allí. Había querido verla, por supuesto, pero el médico se negó rotundamente y a él no le quedó de otra que acampar en los pasillos.

Judith fue una compañía aceptable por unas horas, pero al final se había marchado a su casa y a él no le apetecía encerrarse en el lugar donde le habían disparado a su novia. Más espantoso aún, donde alguien acababa de morir apenas unas horas atrás.

Cuando, la noche anterior, el doctor volvió a encontrarlo en los pasillos, repitió su petición de que se marchara y que el hospital le avisaría cuando Camila estuviera despierta, pero él no pudo hacer eso, así que tenía sentido que lo mirara como si hablara con algún demente.

—¿Por qué no hacemos algo? Estaré aquí todo el día, si me da su número telefónico yo mismo le llamare cuando Camila esté en una habitación y usted pueda verla.

—No me voy a ir —Su voz sonó como un murmullo sin vida.

El hombre resopló y se dejó caer junto a él.

—¿Es consciente de que puedo llamar a seguridad y hacer que lo saquen? —susurró— Claro que no quiero hacer eso, entiendo por lo que está pasando, pero necesito que vaya a su casa. ¿Se imagina la cara de la pobre Camila cuando despierte, lo vea y lo huela después de tener casi dos días tirado en los pasillos?

Ryan arrugó la cara y se dio cuenta de que el maldito doctor había logrado su cometido cuando sintió la necesidad de comprobar si de verdad olía tan mal.

—Bien. Pero si no me llama...

—Claro que te llamaré. ¿Crees que quiero una paciente abandonada en el hospital? Eso es demasiado papeleo.

Para regresar a su departamento, Ryan necesitó tomar un taxi y por un momento sintió ganas de retrasar el viaje todo lo posible, pero la idea de que quería estar con Camila tan pronto como pudiera y la posibilidad de que el doctor Kells lo llamara mientras hacía el tonto por ahí, le hicieron cambiar de idea.

Cuando el taxista lo dejó frente a su edificio, sintió una especie de escalofrío que no pudo explicar. Nunca había tenido tan pocas ganas de estar en su casa y que algunas personas lo miraran disimuladamente mientras hacía el esfuerzo de no temblar y dirigirse a su departamento, no lo hizo mejor.

Aquella vez se sintió más cansado cuando le tocó subir los cuatro tramos de escaleras hasta su piso. Sentía que en cualquier momento saldría corriendo, sorprendentemente encontró las fuerzas para llegar hasta su puerta y, tras un par de segundos de vacilación, traspasarlas.

Durante todo el camino Ryan estuvo pensando en esa mancha de sangre que vio junto a Camila en medio de su pasillo y se sentía atormentado ante la idea de volver a verla, sin embargo, cuando entró en el departamento lo primero que sintió fue el fuerte olor a desinfectante. Cerró la puerta a sus espaldas, y caminó lentamente hasta el pasillo cuya imagen lo había atormentado por horas, para encontrarse con que relucía.

Antes de que pudiera preguntarse si se había metido en el departamento equivocado, Judith salió de la habitación con un bolso en una mano y un par de guantes en la otra. Se detuvo sorprendida solo unos segundos y luego le sonrió.

—Hola. No pensé que aparecerías por aquí hoy.

Ryan necesitó un momento antes de poder encontrar su voz. ¿Aquello era algún tipo de regresión o algo?

—Judith... ¿Qué estás haciendo aquí?

Ella ladeó la cabeza, como si fuera obvio.

—Limpiando, Ryan, claramente. Y también tomé un poco de ropa para llevarte al hospital. No pensé que vendrías.

—Bueno, yo... es que...

—Es bueno que lo hicieras, así tomas una ducha —Lo interrumpió, dejando el bolso que Ryan suponía que tenía su ropa, en el suelo—. ¿Tienes hambre? Pensaba llevarte sopa de pollo, puedo ir por ella a mi casa si quieres.

—¿La sopa de pollo no es para la gripe? —Aquella era una pregunta estúpida, pero fue lo único que pudo pronunciar mientras su cabeza era un lío de demasiadas cosas que no lograban organizarse.

Judith solo enarcó una ceja.

—¿Para qué pregunto? Da igual. Métete a la ducha, Ryan y yo volveré en un momento.

Su tono de voz fue tan firme que a Ryan no se atrevió a llevarle la contraria y se metió directo a su baño. Se llevó el teléfono con él por si recibía alguna llamada del doctor Kells mientras estaba en la ducha, pero eso no sucedió y cuando salió de allí con ropa limpia y cuarenta y dos horas de sudor menos en su cuerpo, pudo entender la insistencia de todo el mundo en que tomara un baño.

Cuando salió al pasillo, el departamento había dejado de oler a desinfectante para verse embargado por el aroma de la sopa de Judith y, aunque Ryan no podía estar más lejos de sentir apetito, debía admitir que olía delicioso.



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En el texto hay: humor, chica ruda

Editado: 16.01.2022

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