Cartas a la celda cuatro

El día

Hoy era, el día más importante había llegado y todo apuntaba a ser un día genial, Ambar estudió durante día y noche, como nunca antes lo había hecho, esperando con ansias a que llegara esta fecha, nunca fue una estudiante sobresaliente, sin embargo, algo que sí tenía era perseverancia, y se dispuso a utilizarla a su favor en esta ocasión, nada la detendría, al despertarse su madre estaba sentada en la orilla de su cama, quien la observaba tiernamente, como si fuera lo más precioso que tenía, acariciaba la cabeza de su hijita, que en un abrir y cerrar de ojos se había convertido en una joven en búsqueda de su destino, la alegraba saber que no terminaría como ella, trabajando en horarios pesados, no, su hija sería diferente. Ámbar sintió el cariño de su progenitora y notó que la había estado viendo por bastante tiempo, mientras entrecerraba sus ojos.

—¿Qué, asombrada de la perfección salida de ti? —dijo Ambar con una sonrisa, amaba bromear con ella, sentía que era como su más preciada y única amiga.

—Soy toda una artista, ¿cómo algo tan bello pudo salir de mí? —respondió con su dulce voz.

—Ya mamá, no exageres, ¿qué te trae a mi cama? —La hija sabía que lo deseado por ella era que tuviera éxito y aliviar sus nervios, pero quería escucharla ahora para amanecer motivada.

—Ya lo sabes, hija, eres mi más grande obra, mi mayor tesoro, en verdad no comprendo la razón por la que quieres tanto ingresar a esa universidad, pero yo te apoyo y te apoyaré por siempre, así que anímate, enlístate para la batalla y ven a la cocina, que te tengo preparado un desayuno de campeones—dijo mientras se levantaba de su cama.

Ambar no lo dudó se levantó rápidamente, quizás ella no comprendía su razón, no podía decírsela, pero para alguien que buscaba escapar sin causar problemas a alguien a la que le tenía tanto aprecio, ingresar ahí era lo que definiría parte importante de su vida, con todas esas emociones en mente, corrió hacia ella y la abrazó por la espalda, mientras algunas lágrimas se le escapaban.

—Mami, ¿y si no ingreso?, ¿qué haré? —pregunté con voz quebrantada la joven de débil corazón, en verdad que era difícil manejar tantos sentimientos a la vez.

—No es "¿Qué haré?", es "¿Qué haremos?", estamos juntas, y te lo diré, iremos a esa universidad y quemaremos todos los exámenes, si no hay exámenes, todos ingresan ¿No? —respondió divertida la madre, que buscaba tranquilizar las preocupaciones de su amada hija.

—Ma, no digas esas cosas— dije riéndome —Porque luego, alguien escuchará y arruinará nuestros planes—continuó, dirigiéndole una mirada malévola a su cómplice.

—No tienes motivo para estar nerviosa, no te preocupes por todo al mismo tiempo, para mí, eres la más inteligente de todo el mundo, y si ellos no lo consideran así, ellos se lo pierden—cortó de repente—Mi querida hija, si no fuera por tu incompetente madre, no tendrías que esforzarte tanto, podrías ir a alguna prestigiosa universidad privada sin tanto esfuerzo, lo siento— terminó, mientras tomaba esas pequeñas manos que tanto quebrantaban su corazón y sus ojos se tornaban llorosos.

—No mamá, no es tu culpa, yo estoy bien, por favor no estés triste, lo lograremos juntas, ¿te parece? —respondió limpiando las lágrimas que rodaban por las mejillas de su mamá, le dolía verla triste, aún más que todo lo que había vivido, la tristeza de su madre era lo que más la hacía sufrir.

—Claro, pero ve rápido a alistarte, que así llegarás tarde—dijo mientras apartaba su rostro y fingía un tono de alegría, debía hacerlo, su hija no la merecía.

En cuanto su madre cerró la puerta para que pudiera vestirse, tomó su uniforme y corrió al baño, aunque no es cómo si la casa fuera lo suficientemente grande para durar tanto hasta ese lugar, al llegar, estaba una de las cosas que en verdad no soportaba, el espejo, ese era su peor miedo, o quizás una fobia, pero durante años trató de superarlo sin ningún resultado positivo, su mamá tuvo la "genial" idea de ponerlo en el baño, en un espacio tan pequeño era inevitable no verlo, o al menos no con facilidad y la delicada hija no soportaba ver su cuerpo sin ropa, era una sensación de vulnerabilidad, se sentía expuesto, como si su cuerpo no le perteneciera y le diera asco el hecho de verse exhibida, recordaba esa escena inmediatamente por lo que siempre le daba vuelta al espejo antes y después de entrar.

Luego de alistarse, fue hacia la cocina a desayunar para luego partir, se llevó una grata sorpresa, esto, más que un desayuno, parecía ser un banquete, hecho para los mismos reyes.

—Mamá, ¿si sabes que sólo iré a presentar a la prueba y regreso?, no me iré por cinco años.

—Lo sé, lo sé, pero en las noticias matutinas, dijeron que la alimentación era un factor clave en el rendimiento de una prueba, también hablaron de que, para ser más efectivos, tenían que tener proteínas, además, ya sean frutas, verduras, yogur, lácteos, cereales integrales o pescado, como no sabía que te gustaría, lo puse todo—Se notaba la emoción en su voz.




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