Cartas al Viento

III

— ¿A quién tengo el honor de saludar hoy? —me preguntó Lucas antes de abrazarme.

         Era una mañana otoñal, mediados semana. Abril se había escurrido de entre mis dedos y el almanaque saludaba a un nuevo mes. A mí parecer, el tiempo pasaba demasiado rápido, aunque nadie más parecía advertirlo. Aquel último fin de semana lo había pasado con mis abuelos, en la enorme casa quinta alejada de la ciudad, donde podía aislarme a gusto y entregarme de lleno —y sin culpa— a las cavilaciones habituales que intranquilizaban mi conciencia.

Aquel era uno de los pocos sitios, además de la escuela, que me permitía encontrar un poco de calma. La compañía de un puñado de animales facilitaba aquella búsqueda incesante de la paz interior; y cuando menos lo esperaba, me encontraba tranquila, en perfecta armonía conmigo misma. Había llenado cinco hojas de mi diario adulto, un logro que nunca antes había alcanzado; aunque nada de lo que escribía conseguía agradarme un cien por ciento.

Odiaba los fines de semana, eso no había cambiado, pero a pesar de todo, aquel último no había estado tan mal. Había logrado algún que otro avance en la relación con mi padre, a quien había dejado de ver a diario cuando mi pequeña familia tomó caminos separados. Mi madre había planeado con antelación la nueva vida que compartiríamos ambas, aunque yo lo supe tarde, y confundí su inesperada ausencia con abandono.

Durante los últimos seis meses no había tenido un hogar definido. Recuerdo aquel mediodía cuando llegué de la escuela, a pocas semanas de egresar de la primaria, y al entrar a mi antigua casa, mi padre me comunicó con amargura que mamá había decidido separarse. No fue hasta que llegamos a la quinta de mis abuelos que supe lo que había sucedido y a partir de ese momento me quedé en el campo durante un periodo de tiempo notable.

Había vivido hasta ese entonces en un mundo perfecto, donde todo encajaba y donde nada malo podía suceder; pero aquel cambio drástico se evidenció de golpe, destrozando todas mis fantasías y tirando por la borda aquella idea absurda de felicidad, cuyas paredes escondían un mundo de sombras. Sabía que en la vida existía la felicidad, del mismo modo que existía la tristeza; el control, el equilibrio, y también el descontrol que sacude el mundo y lo pone de cabeza. Entrar en un período, llamémoslo oscuro, no fue nuevo para mí. Lo que fue nuevo, y catastrófico, fue comprobar lo delgada que puede ser la línea que separa ambas estructuras.

— ¿A qué te referís? —le pregunté a Lucas, y su sonrisa se ensanchó cuando finalmente me envolvió entre sus brazos.  

—Tengo una teoría —me contestó, abriendo la puerta de cristal de la entrada de la escuela e invitándome a entrar, con una reverencia—. Noté que a menudo te cambia el ánimo… Es como si de pronto te poseyera otra persona.

—Sandeces —insistí, pero él se ubicó delante de mí, cortándome el paso.

—No, no lo son —replicó—. Puedo verlo en tu mirada. Hay días enteros en los que tu aspecto se ensombrece, como si algo te perturbara… Además, en esos días es cuando más facilidad tienes para inspirarte. Te vi llenar la carilla de una hoja entera en pocos minutos.

—Bueno, eres muy observador —dije sorprendida, puesto que su análisis terminó pareciéndome interesante.

—Te sugiero que le pongas un nombre —me aconsejó mientras subíamos las escaleras.

—Estás loco —reí. El salón estaba oscuro; yo siempre era la primera en llegar, y él no se demoraba en la cafetería después del desayuno. Dejamos las mochilas en el respaldar de la silla y salimos al pasillo, que olía a productos de limpieza.

—Si le pones un nombre te ayudará a tomarlo enserio, y de ese modo le sacarás mayor provecho —dijo él, que se acercó a la barandilla y echó un vistazo a la planta baja, donde se encontraba el predio de educación física.

— ¿Alguna sugerencia? ¿Te parece bien un juego de palabras o un nombre excéntrico, que combine con esa personalidad que según vos me exorciza? —le pregunté divertida, acercándome a él y empujándolo suavemente.  

—Que sea más bien algo real —objetó con seriedad, como si se tratara de un asunto de estado—. O no del todo real, ya que se trata de un personaje. Se me ocurre algo… Voy a escribirlo, pero quiero que me prometas que no vas a leerlo hasta que llegues a tu casa. De ese modo tendrás algunas horas para considerarlo, en vez de arrojarlo a la basura inmediatamente.

         Lucas se dirigió nuevamente al salón, anotó algo en un trozo de papel sobre su pupitre y lo guardó en mi mochila. Un momento después comenzó a llegar el resto de nuestros compañeros. Aquella mañana le aseguré al menos una docena de veces que no había hecho trampa, y le prometí otro tanto que no leería su sugerencia hasta llegar a casa.




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