Cartas al Viento

IV

         El viernes a la salida del taller me sorprendió encontrarme con mi padre en el hall de la entrada.

— ¿Qué hice ahora? —le pregunté, sintiendo que la sangre me subía al cuello.

—Reunión de padres —me contestó y sonrió, como hacía mucho no lo veía hacerlo—. Me avisaste cuando pasaste por el taller con tu amigo.

         Lo había olvidado por completo, pero lo extraño era que ninguno de mis compañeros lo había mencionado. Le dije a papá que estaría esperándolo afuera, para que luego me alcance hasta la quinta de mis abuelos, donde pasaría el fin de semana. Al salir a la vereda me encontré con casi todo primero tercera. La mayoría de mis compañeros estaba en el internado, y por lo visto aquel viernes regresarían a sus hogares más tarde de lo habitual, puesto que sus padres habían viajado desde las localidades cercanas para recogerlos en persona.

Cada viernes los alumnos del internado salían del taller, corrían a la habitación en busca de los bolsos que dejaban listos con antelación, e inmediatamente después se subían a una combi que los devolvía a su localidad. Los que vivían en los pueblos más cercanos iban y venían durante el día en colectivo, que paraba en la garita que se ubicaba en la esquina del establecimiento. Los más grandes, que estaban más familiarizados con el asunto de los viajes, hacían dedo en la ruta y de ese modo podían utilizar el monto del pasaje en el tan preciado ciber.

El director dispuso una pelota de futbol para aligerar la espera, y el grupo se cruzó al terreno baldío de enfrente para jugar un partido. Alexis y Lucas corrieron hacia mí y me tomaron uno de cada mano, invitándome a unirme como espectadora. Accedí encantada, y mientras jugaban los observé divertida, riendo por cada falta y de la manera en la que festejaban los goles, con tanta pasión como si  se tratara de la final de sus vidas.

— ¿Vamos a caminar? —Me preguntó Lucas un cuarto de hora más tarde, al mismo tiempo que me tendía una mano para que me levante del suelo—. No sabía si estaba jugando al futbol, al rugby o al quemado.

— ¡Gracias al cielo! —Exclamé tomando su mano y poniéndome de pie—. Tres pelotazos en el lado izquierdo y cuatro en el derecho. Estaba a punto inaugurar un tercer arco.

         Lucas rio, y después de ofrecerse a llevar mi mochila —ya que había guardado la suya en la camioneta de su madre—, empezamos a caminar rodeando la manzana de la escuela.

El cielo crepuscular se extendía sobre nuestras cabezas, mientras que las nubes hacían desaparecer el rastro de las estrellas. Apenas se distinguía el plenilunio, refulgiendo con una intensidad encantadora, como la joya principal en la corona de una noche serena. Las calles permanecían despobladas y silenciosas, como era habitual en aquella pequeña ciudad, que apenas sobrepasaba el límite de habitantes para catalogarse de tal modo.

— ¿Vas a estar bien? —me preguntó cuándo nos detuvimos junto a los portones del internado, que permanecían cerrados.

Nos sentamos en la entrada asfaltada y así permanecimos por un tiempo que se me hizo breve, aunque no lo fue.

—Supongo que sí —le contesté—. Voy a pasar todo el fin de semana en el campo de mis abuelos. De vez en cuando lo necesito; es mi cable a tierra cuando no estoy en la escuela.

—Me alegra oírlo —repuso él—. Es cierto que hace bien pasar tiempo desconectado, pero no me refería solamente al fin de semana.

— ¿Qué quieres decir? —le pregunté mientras observaba su mirada de preocupación, profunda como la noche, pero igualmente encantadora.

—Cuando no estamos juntos me siento intranquilo… Es como si me faltara una parte del cuerpo —repuso—. No quiero que nada malo te pase, Jane, el sólo hecho de pensarlo me hace angustiar. Por eso quiero cerciorarme de que si algo inesperado sucede, cualquier cosa, la mínima que fuese, vas a estar bien. Es lo único que me importa.

—Prométeme que siempre vas a estar cerca y entonces te prometo que estaré bien —fue lo que contesté, y acto seguido me acerqué un poco más a su lado.

         Lucas me observó con perspicacia. Había algo en sus palabras que me inquietaba, y también lo vi en sus ojos, pero decidí dejarlo pasar, puesto que no quería enredarme con suposiciones que bien podían ser erróneas.   

— ¿Alguna vez sentiste algo fuerte por alguien? —su pregunta pareció ser producto de una explosión interna.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.