Desde un principio me había propuesto ignorar mis sentimientos; encerrarlos en algún lugar seguro de mi mente donde no pudiesen escapar. Aquello me costaba un enorme dolor, pero prefería mil veces soportarlo, antes que perder la estabilidad que me rodeaba. Por primera vez en mucho tiempo mi vida parecía armonizarse, como el sol después del temporal. Tenía que cuidar aquella calma tan preciada; no quería de ninguna manera anticipar otra tormenta.
—Lo último que quiero es que se aleje de mí —le contesté a Antonella, cuando esta insinuó que era momento de soltar esa piedra que se volvía más pesada conforme pasaban los días.
Estábamos las tres reunidas en casa de Victoria, un tarde cualquiera después de clases. Sobre la mesa del patio había un desparramo de carpetas y libros abiertos con párrafos marcados. Nuestros deberes casi nunca coincidían, pero eso no nos impedía juntarnos a estudiar.
—Lucas no se alejaría por algo así —volvió a insistir mi amiga—. Ustedes se tienen mucha confianza, y además, querer a alguien no es ninguna tragedia.
—Peor sería que se entere por otra persona —añadió Victoria—. Ahora es fácil guardarlo, pero más adelante, si alguien lo descubre y se lo cuenta… ¿Qué clase de confianza es esa, que te hace silenciar algo que encima de todo te lastima?
—Hace lo que sientas —susurró Antonella—. Pero estás sufriendo por no hacerle frente. Sé lo difícil que puede llegar a ser, pero, ¿y si esa confesión te trae algo bueno?
—No todos los cambios tienen que ser malos —concedió Victoria—. Algunos pueden ser mejores de lo que esperamos.
Pensé toda la noche en los consejos de mis amigas. Algo había quedado claro: no podía seguir guardando mis sentimientos. El esfuerzo que debía hacer era cada vez mayor, y los cambios de ánimo en el último tiempo se habían acrecentado. Cada día veía a Lucas y me despedía de ese trato tan especial que nos unía. Me despedía de sus sonrisas, de sus abrazos y de su calidez. Sabía que todo cambiaría luego…
El único día de la semana que no teníamos taller, le pregunté a mi amigo si quería dar un paseo. Él aceptó de inmediato y después del almuerzo caminé hasta la escuela, tal como habíamos acordado. Lucas me esperaba en la entrada del internado. Me recibió con una sonrisa y un abrazo, como siempre, y después de elegir nuestro destino comenzamos a caminar.
— ¿Escuchaste alguna vez la historia de la mujer de blanco? —me preguntó mientras caminábamos hacia el cementerio.
—Sí —contesté sin inquietarme—. Ya pasó de moda ese cuento, necesitas ser más creativo para asustarme.
—Eso es porque nunca viste nada paranormal —repuso él, quiñándome un ojo.
— ¿Y vos sí? —Repliqué al instante, con creciente interés.
—Habíamos viajado con mi hermano Roque —comenzó a relatar—. Era de noche y pasábamos por el cementerio. Mi hermano me señaló una figura blanca, y cuando me giré para verla justo alcancé a distinguir como traspasaba la estructura que hay en la entrada. Fue fugaz, pero los dos coincidimos en que era la silueta de una persona.
—Bueno, si quiere aparecer yo estaría encantada —comenté burlona—. Siempre quise saber qué se siente ser un espíritu.
Recorrimos el lúgubre cementerio; cuyo silencio sólo era quebrantado por nuestros susurros. Lucas me compartió una decena de historias que había protagonizado en el campo, donde aseguraba haber avistado luces extrañas e incluso había llegado a escuchar voces. Yo conocía muchas historias similares; parecía que en el campo siempre pasaba ese tipo de cosas, por eso no me perturbé demasiado.
Caminamos sin parar durante una hora, y cuando salimos por los portones vigilados por gárgolas, nos detuvimos en una capilla abierta. En el interior de estructura, el rostro pasible de María observaba el horizonte boscoso con una serenidad inmutable. Los escalones de la entrada nos sirvieron de asiento, y allí permanecimos un buen rato, rodeados por un paisaje desolado que parecía no contemplar los cambios del tiempo.
— ¿Estás bien? —me preguntó Lucas. Sus ojos marrones realzaban su belleza al contacto con el sol. Aquella perfección me hipnotizó por varios segundos y no pude evitar perderme en su mirada—. Jane… ¿por dónde andarás ahora?