Casado con mi secretaria

Capítulo 22

Despierto ya cuando la luz del sol golpea mi rostro, observo mi reloj y veo que es bastante temprano, perfecto para salir a correr un rato, me cambio rápidamente y en silencio para no despertar a Alex, no puedo evitar que mi vista baje a sus piernas, saco todo pensamiento de morbo de mi cabeza, «Oliver, cálmate, solo es Alex». Y con toda la fuerza de voluntad del mundo no continúo viendo.

Salgo de la habitación y camino por el inmenso pasillo donde hay cinco cuartos, abajo hay otro pasillo que lleva a los otros cuartos, creo que son diez en total. Llego a la inmensa sala, al parecer nadie ha despertado, observo el comedor y la cocina, también están vacías, la sala de yoga, la sala de billar, nadie, aunque estoy seguro de que mi padre ya despertó, pero debe andar por algún lado allá afuera.

Salgo recorrer unos cuantos metros. El sonido del agua proveniente de una pequeña cascada que cae de una piscina natural a otra me relaja, me siento en una enorme roca al lado, hiperventilando tomo un sorbo de agua de una pequeña botella que cargaba.

—¿Cómo estás, Anderson? —volteo en dirección a la voz que me está hablando y es el maldito de Raymond.

—Muy bien, Raymond. ¿Y tú? —aprieto mi puño y lo llevo en su dirección para que golpee mis nudillos y él lo hace.

Observo el balón de básquetbol que lleva en las manos.

—Estaba jugando un poco. ¿Me quieres acompañar? —frunzo mi entrecejo. Pero pienso, él puede darme información sobre Alex.

—Por supuesto —él amablemente extiende su mano y me ayuda a levantarme, tal vez Raymond no sea tan malo.

Comenzamos a jugar y veo que es bastante ágil, parece que ha jugado esto profesionalmente en el pasado.

—¿Así que Alex? —pregunta, sacándome de mis pensamientos, escuchar su nombre de boca de Raymond me dan ganas de golpearlo.

—Así es —sonrío—. ¿Cómo es que se conocían antes? —reboto el balón.

—Pensé que te lo había comentado —Raymond mira hacia la canasta que acabo de encestar.

—No me ha comentado nada, no pregunté —¡claro! No pregunté. Intento sonar indiferente—, pero creo que ya me sembraste la intriga.

—Bueno, prácticamente nos conocemos de toda la vida, yo tenía cinco años cuando los Carlin se mudaron a la casa vecina —¡ah! Eso no suena tan mal, al menos no es lo que creí—, ella tendría tres o cuatro, sostenía un oso de felpa y nos quedamos viendo por unos minutos, luego su madre la tomó de la mano y entraron a su casa, fue hasta dos años después que comenzamos a hacernos amigos cuando íbamos a la misma escuela —él encesta el balón y lo tomo rebotando—. Es una buena persona, Oliver —ahora me mira a mí y levanto mi mirada ante lo que me acaba de decir—, con un gran corazón, aunque si eres su esposo supongo que ya lo debes de saber.

—Por supuesto —contesto, intentando sonar seguro de mi afirmación—, es lo que me atrajo más de ella —sus piernas, ojos, labios, nariz, cabello, pechos, cuerpo, inteligencia.

—Y recuerdo que lloró tres meses por su conejo, no recuerdo el nombre, tenía tantos —ríe—, siempre pensé que su animal favorito eran los conejos, pero no, resulta que son los tigres.

Yo ni siquiera le había preguntado eso nunca. Incluso me molesta que él sepa más de ella que yo.

—¿Y es todo? ¿Luego no pasó nada entre ustedes? ¿Cuando ya fueron creciendo? —me intriga saber.

—Bueno… —él me mira y rasca su cabeza, lo sabía, me siento molesto—, pues, la verdad no lo llamaría «algo» —hace la seña de comillas con sus dedos—, pero no te voy a mentir que fueron apareciendo sentimientos posteriormente, pero fue todo, lo juro —levanta su mano derecha al mencionar esto último, me hace reír y eso me da alivio, no soportaría pensar que Raymond quiera a Alex otra vez, eso me molesta con solo pensarlo.

¿Pero qué estoy diciendo?

Bueno, es normal que me moleste, no quiero que este idiota juegue con mi prima.

—Siempre ha tenido una gran habilidad para la escritura —Raymond me distrae de mis pensamientos y volteo mi mirada hacia él con intriga—, escribe grandes y completas historias si se lo propone.

—¿En serio? —sonrío, solo he visto sus escritos en informes, pero no me la imaginaría como una escritora de libros.

—Así es, le gusta escribir y debo admitir que es muy buena, supongo que ahora debe de ser mejor —lleva sus manos a su cintura y sonríe, odio que sonría cuando está hablando de Alex.

—Así es —arqueo las comisuras de mis labios, yo ni siquiera sabía que escribiera historias y se supone que soy su esposo.

Observo que Alex se está acercando y Raymond voltea la mirada hacia donde estoy viendo, su cabellera resplandece con el sol, es imposible no reconocerla de largo.

—Hola, ¿qué tal, Alex? —saluda Raymond, cuando Alex se nos ha acercado lo suficiente y nos ve desconcertada. Voy hasta ella para rodearla con mis brazos y le quede claro a Raymond que tiene dueño. Alex solo mueve su cabeza a modo de saludo—. Bueno, muero de hambre, iré adentro a ver qué encuentro de comer, los veo después —dice incómodo, agradezco interiormente que se vaya.

—Claro, adiós, amigo —me extiende la mano como saludo y nos despedimos con un fuerte apretón, él me entrega el balón que estaba en su otra mano y se retira.

—Raymond es agradable —digo, volviendo mi vista a Alex.

—¿De qué estaban hablando? —pregunta de inmediato.

—Bueno, me estaba contando sobre tu conejo que murió y lloraste por tres meses —ella me mira con curiosidad y esboza una sonrisa.

—¿Señor Bigotes, Pancho, Claudio, Robertina, Sam o Casimiro? —dice, y la veo, me hace reír con esos nombres inusuales.

—¿Qué? ¿Alex es en serio? —toma el balón de sus manos y lanza a la canasta, encestando—. Me dijo que tienes habilidad para escribir historias. ¿Por qué no continuaste? Por qué escribir simplemente artículos y no libros.

—No lo sé, creo que perdí la inspiración cuando mi padre me decía todo el tiempo que eso no era una profesión —miro cada uno de sus movimientos mientras reboto el balón.



#733 en Novela romántica

En el texto hay: comedia, jefe, celos

Editado: 05.12.2019

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