Casado con mi secretaria

Capítulo 30

Mi alarma suena, hora de recorrer unos cuantos kilómetros y torturar a Alex, ni el estruendoso sonido de la alarma despierta a esta mujer.

—¡Alex! ¡Despierta! Vamos, ¡arriba! —medio se remueve en la cama y se acomoda en otra posición mientras me cambio el pijama por un buzo negro.

—Alex, ¡por Dios! Qué holgazana eres —no puedo evitar reírme, Alex la Boa, medio abre los ojos y me mira mientras me pongo una sudadera roja.

—Alex, ¡ya! —no puede ser, me acerco a ella, si no despierta iré por agua fría.

—¿Qué? ¿Qué te pasa? —pregunta, adormilada.

—Tú me prometiste salir a correr... ¿Lo recuerdas? —ahora es mi turno de torturar.

Tiro de su cobija, estamos perdiendo tiempo, el tiempo es muy valioso para mí. Ella mira el reloj sobre la mesa de noche y vuelve su mirada incrédula hacia mí.

—Oliver. ¡Son las 4! —intenta tomar su cobija de nuevo y la tiro más lejos; de hecho, son las 4 y 23.

—Lo prometido es deuda —me comienzo a poner mi tenis derecho.

Por fin se levanta y comienza a buscar algo en su maleta, entra al baño y se cambia, tuve que golpear dos veces porque juro que se ha quedado dormida, que sufra por hacerme comer tanta grasa.

Ya había pasado más de media hora y cuando intento localizar a Alex está a casi medio kilómetro de distancia, me detengo a esperarla, sé que debe ir mencionando miles de maldiciones en mi nombre. De pronto gira hacia su derecha y veo que se acuesta en una banca de hierro cromado blanca, no puede ser, no puedo evitar carcajearme, voy de regreso por ella, cuando llego está plácidamente dormida.

—¡Alex! ¡Por Dios! ¡Levántate! Falta más de un kilómetro.

—Oliver, vete al diablo —dice, con un tono de voz enronquecido y se vuelve a acomodar.

No puede ser.

—Espera... ¿Me haces comer hamburguesa para luego no cumplir lo que prometes? —me cruzo de brazos mientras la observo.

—Ya salí a correr contigo, tampoco dije cuánto —me hace reír, me siento en la banca haciendo que repose su cabeza en mis piernas—. Te odio, Oliver Anderson.

—Y yo a ti, Alexandra Carlin, no soportas correr ni dos minutos.

—Por Dios, llevamos corriendo como 4 horas —primero está la exageración y luego está Alexandra Carlin.

—Eres una exagerada —llevo mi vista al frente y me doy cuenta de que justo aquí se celebró la boda de mi hermano—. Por cierto, aquí se casó Henry, recuerdo perfectamente ese día, mi padre no paraba de decirme el porqué Henry hace las cosas mejor que yo.

—¿Sabes? El día del matrimonio de mi hermana, mi padre me dijo que yo no era parte de la familia, él no me hablaba, solo abrió su boca para decirme eso —Alex habla y se queda pensativa—. Al menos nunca tu padre te ha sacado de la familia —frunzo mi entrecejo y la observo.

—¿Nunca le preguntaste por qué ha sido así?

—No… —dice de inmediato—, pero estoy segura de que es porque nunca he hecho lo que él ha querido que haga con mi vida. Tengo hambre —cambia ágilmente de tema, la conozco lo suficiente como para saber que si cambia de tema de forma drástica es porque no quiere hablar de eso.

—Qué bueno porque yo también y de verdad quiero que mi esposa me prepare algo —me mira con sus ojos entrecerrados y yo sonrío ampliamente.

—Si me llevas te preparo lo que quieras y luego me dejas dormir —me hace sonreír. Me pongo de pie y ella me mira con intriga.

—Vamos, sube —hablo, haciendo referencia a que suba a mi espalda. Ella lo hace sin pensarlo dos veces y así la llevo hasta la casa, ríe cada vez que comienzo a correr con ella en mis espaldas.

Amo su risa.

Llegamos a la casa y se baja de mi espalda, abro la puerta para que pase.

—Muchas gracias —dice coquetamente, lo que está buscando es que la acorrale contra la pared.

Se quita la sudadera gris que lleva puesta, dejando solo el top blanco que lleva en el interior. No puedo evitar ver su abdomen, específicamente en la zona del ombligo.

—¿Tienes un piercing? —pregunto curioso, hasta tengo que ver dos veces para cerciorarme.

—También tengo un tatuaje —me mira con sus cejas arqueadas y llevo mis manos a mi cintura.

—¿Un tatuaje? ¡Tú! ¡Mi esposa! Y yo ni siquiera lo sabía —niego con mi cabeza mientras río—. Ni siquiera yo tengo uno. ¿Y tú sí?

—Bueno, no te preocupes yo me hago otro por los dos —arquea sus cejas y me causa gracia, ella camina hacia la cocina y sigo sus pasos.

—¿Puedo verlo? ¿Al menos puedo saber qué es? —interrogo, abre el refrigerador.

—No puedes verlo porque está cerca de una de las zonas prohibidas —enarco una ceja, ¿las zonas prohibidas?— y es un ancla, fue lo único que se nos ocurrió a esa hora.

—¿Se nos…? —la observo caminar hacia la encimera sosteniendo unos huevos.

—A Natalie y a mí… Aclaro —sonrío, si mencionaba a algún hombre juro que la mando a eliminarlo.

—Qué bien…, ya te iba a mandar a borrártelo —hablo en serio—. ¿Y por qué un ancla? —cuestiono, observando todos sus movimientos mientras vierte huevos en un tazón.

—Significa fuerza y estabilidad, creo que es un buen mensaje —sonrío, rodeo su cintura con mis brazos y reposo mi barbilla en su hombro. Aún su sudor huele estupendo.

Luego de una media hora, ya estoy devorando mi plato. Sería el hambre o que, en serio, cocina bien, pero siento que no he probado mejor comida que esta. Definitivamente, esta mujer va a ser mía.

—Bien, si te causa indigestión no me eches la culpa —interrumpe ella mis pensamientos.

—Sí sería tu culpa por cocinar tan bien —sonrío—. Alístate, iremos a comprarte un celular nuevo.

—¿Solo porque Paul es gay? —arquea sus cejas y la miro con desaprobación.

Bueno, sí.

—¡No, Alex! Porque no tendría cómo comunicarme contigo en caso de que lo necesite.

—Es mejor así, Oliver —me interrumpe—. Puedo salir con quien yo quiera sin que me estés llamando —ella sonríe y yo solo enarco una ceja—. Yo solo quiero que lo reparen, estoy bien con mi celular —dice, llevando un bocado de su comida a su boca.



#730 en Novela romántica

En el texto hay: comedia, jefe, celos

Editado: 05.12.2019

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