Casado con mi secretaria

Capítulo 47

Un movimiento brusco me hace salir del profundo sueño en el que estaba, abro los ojos y es la luz del sol que se abre paso entre las cortinas que golpea mi vista, observo a mi alrededor y tardo unos segundos en recordar que estoy en la casa de la familia de Alex y que se supone que hoy viene el regalo del señor Carlin.

—¿Qué hora es? —Alex mira el reloj y luego vuelve su mirada a mí.

—Las ocho —me levanto de la cama como un resorte, el regalo ya no será un regalo si el señor Alexander lo ve.

—¿Qué te pasa? —dice Alex caminando detrás de mí en lo que comienzo a lavar mis dientes.

—El regulo du tu…

—¿Qué? —escupo la pasta dental y me encuentro la mirada de Alex en el espejo del lavamanos.

—Nuestro regalo para tu padre ya debe estar aquí —continúo cepillando mis dientes.

—¿Cómo que nuestro regalo? —camina hacia mí y se para de frente a uno de mis costados—. ¿Qué le compraste?

Termino de lavar mis dientes para contestar su pregunta.

—¿Qué ama tu padre aparte del vino? —cuestiono, limpiando mis manos en una toalla.

—¿Las vacas? —suelta una risa que me hace verla con intriga—. Lo siento —balbucea, hasta a mí me hacen reír sus risas. Llevo mi mirada a sus piernas desnudas y sus braguitas de Bob Esponja, en estos casos no sé si reírme o calentarme.

Pero es que, ¡joder! Hasta Bob Esponja se ve sexi en ella.

—No es una vaca —digo, recordando que el regalo está abajo y es probable que todos ya lo vieron.

En ese preciso instante ella comienza a ponerse un short y yo salgo por la puerta a paso rápido para llegar a la sala cuanto antes.

Justo al bajar la señora Alicia y Stefanie están ahí, ambas sostienen una taza de café en las manos.

—Llegó algo para ti, Oliver —dice de inmediato, suspiro con alivio al ver que la caja viene empacada y no hay nada que diga qué es.

—Guau, sí que son más que puntuales. Muchas gracias —digo, tomando la caja—. ¿Alexander no lo vio, cierto? —las miro a ambas y ellas niegan con su cabeza. Alex se detiene junto a mí y observa intrigada lo que tengo en las manos.

—Salió muy temprano hoy para terminar sus labores a tiempo para la cena que le tenemos preparada —dice la señora Alicia, tomando su taza de café que había dejado sobre la mesa.

—Estupendo —sonrío amablemente y me retiro hacia la habitación.

Alex y su madre se quedan hablando, pero no logro reconocer lo que dicen hasta acá.

Llego a la habitación y deposito la caja sobre la cama, inmediatamente Alex entra hiperventilando y mira la caja con el mismo brillo en sus ojos de cuando le entregué el collar.

—¡No! —exclamo, sé que quiere abrirlo y ella me mira desconcertada.

—Entonces dime qué es porque si no te juro que esa cajita no llega intacta hasta la cena —sonrío. No para mí es no, ni que me enseñe esa braguita de Bob Esponja otra vez.

—Entonces iré a esconderla —comienzo a leer los papeles que venían junto a la caja.

—Oliver...

—Piensa, Alex... Si al menos le atinas cerca te digo qué es con más exactitud —continúo la vista en los papeles.

Alex se sienta en la orilla de la cama y piensa, sus bellos ojos se mueven para todos lados, qué divertido. Toma la caja y la sacude. —¡Mierda! —exclama, y la observo divertido.

—¡Vamos! —la animo, pero sé que no se le ocurre nada—. No lo puedo creer, Alexandra. A mí me bastó con escucharlo una vez.

—¿Tiene que ver con vinos? —pregunta.

—No.

—¿Con mamá?

—Tampoco.

—¿La cabeza del otro hombre que fabrica vinos por aquí cerca? —¿qué?—. ¿El cadáver del perro de la panadería que le mordió el tobillo hace unos años?

—No... —no puedo con Alex y su mente, en serio que no he conocido a nadie con mejor imaginación.

—¿Una varita mágica? —ay, por Dios, llevo mis manos a mi cintura.

Alex está mordiendo sus uñas, se ve tan graciosa, y cuando menos me lo espero en un ágil movimiento me quita los papeles de las manos, rápidamente la agarro por la cintura tumbándola en la cama y la dejo inmóvil entre mis piernas y con mis manos tomo sus muñecas, ella de inmediato cambia su expresión por una mueca de dolor,  velozmente me levanto y mis pies tocan el suelo, espero que no le haya hecho daño.

—Lo siento, mi amor, ¿estás bien? —ella se levanta de un salto y corre hasta el baño con los papeles en las manos, cierra la puerta antes de que yo la alcance, olvidaba lo lista que esta mujer es.

—¡Maldición! —exclamo—. Te juro que la próxima vez no me haces caer, Alex Carlin —a veces al lado de Alex me siento tonto.

No escucho nada del otro lado, y es que no creo que logre descifrar que significa «1 P D GLF Titl», sonrío victorioso mientras me cruzo de brazos y miro hacia la puerta del baño esperando que salga con todo el desconcierto posible. Su celular suena y lo observo que está sobre la mesa de noche, en ese preciso momento sale del baño con su mirada derrotada y yo sonrío más abiertamente.

Me entrega los papeles y los tomo, va por su celular y descuelga la llamada, al parecer es Natalie y eso me hace acordarme de David, le dije que tenía que estar hoy temprano en la empresa, tengo que llamarlo.

Salgo de la habitación, marco su número tres veces, el muy maldito no contesta, me estoy desesperando, pero si no ha llegado juro que lo agarro a golpes. Regreso a la habitación, tengo que ducharme, el señor Carlin no tarda en venir por mí.

—Oliver, ¿es un palo de golf? —pregunta Alex. ¿Lo ha abierto? Porque si lo hizo me voy a molestar.

—Dime que no lo abriste.

—No —qué alivio—. ¿Qué te costó?

—Poco.

—¿Cuánto es poco para ti?

Qué mujer más preguntona. Comienzo a desvestirme.

—La curiosidad mató al gato —sonrío—, tomaré una ducha, tu padre me mostrará el viñedo, ¿vamos?

—No, gracias. Diviértete.

La verdad esperaba esa respuesta, tengo mucho que hablar con su padre y muchas cosas que entender, y ella no puede estar presente.



#735 en Novela romántica

En el texto hay: comedia, jefe, celos

Editado: 05.12.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.