Casado con mi secretaria

Capítulo 53

Mis ojos se cristalizan de inmediato. Alex llora en mi cuello hasta que luego de unos minutos intenta calmarse, limpia las lágrimas de sus ojos y respira profundo.

Deseara soltarme a llorar yo también, pero no lo haré.

—Dámela, la quemaré —me dice, busco en su cara algo que me diga que está bromeando.

—No —digo de inmediato—, si no la guardas tú, lo haré yo. Algún día la querrás volver a leer —ella niega con su cabeza.

—Ya me hizo llorar suficiente. Qué vergüenza —sonrío y vuelvo la mirada a la carta.

—Joder, voy a tener que contratar a tu padre para redactar artículos. Creo que él no sabe que ese talento lo sacaste de él y sí que don Alex debió ser escritor —ella intenta reír, pero no le sale, más bien se forma en su rostro una sonrisa desganada mientras toma la carta nuevamente.

—Deshazte de ella —dice, entregándome la carta otra vez. No entiendo el por qué, pero en parte le doy la razón; siente rencor y sé que esto no se lo dejará pasar tan fácil.

Tomo su bello rostro y con mi dedo pulgar limpio las lágrimas que están corriendo por sus mejillas.

—Vamos a la habitación, ¿te parece? No quiero que te resfríes aquí afuera —digo, ella me mira y asiente.

De su mano la llevo hasta la habitación, tengo que ayudarle, está tan desconcentrada que ni siquiera recuerda dónde están las escaleras de su casa, la pondría en mi hombro y la subiría de esta forma, pero este no es un buen momento para bromear.

Antes de entrar a la habitación me pide que la espere y sigue su camino sobre el pasillo dirigiéndose al cuarto de sus padres, me veo tentado a seguirla, pero estoy seguro de que lo que quiere es cerciorarse de que su padre tiene las cartas bajo el colchón como dijo y no quiero entrometerme. Entro a la habitación y me siento en la orilla de la cama, leo la carta nuevamente y ahora que he logrado controlar mis emociones muero de risas imaginándome a Alex mordiendo a su conejo Pancho, o golpeando a su compañero por insultar su dibujo de la pantera rosa, esta mujer desde pequeña era única, nunca me voy a aburrir con ella. Ojalá nuestros hijos sean igual para divertirme bastante.

Escucho sus pasos por el pasillo y borro todo rastro de risas de mi rostro, no es momento para que me mire en risas, en otra ocasión me burlaré.

—Como que te gusta esa carta —dice con mofa, entrando por la puerta—, dile a tu padre que te elabore una.

—El día que mi padre me haga una de estas te juro que me dará un infarto —mi padre nunca haría así algo para mí, tal vez para Henry sí, pero no para mí. Sonríe y se sienta a mi lado.

—¿Qué crees que debo hacer? —me mira a los ojos, con una expresión triste. ¿Alex pidiéndome un consejo? Bueno, igual, aunque se lo dé nunca me hace caso.

—La verdad que yo fracaso como psicólogo, la última vez que David me hizo esa pregunta terminó en la cárcel por delitos de agresión —ella ríe, pero vuelve a ser otra de esas risas que pretenden ser risas, pero solo terminan siendo un gesto desganado.

—Escucha —llevo mi mano a su rostro y lo acaricio mientras me acomodo mejor para quedar frente a frente—, sé que he estado todo este tiempo insistiendo en que hagas las paces con él, pero creo que necesitas tiempo, él tiene razón, cuando tu corazón esté listo para perdonar hazlo, pero sí te aconsejo que hagas un esfuerzo por ahora para llevarte bien con él, ya verás que con el tiempo y dejando atrás malos recuerdos ambos se van a sentir mejor.

No sé de dónde pudo salir eso de mí.

—¿Fracasaste como psicólogo decías? —su pregunta me hace reír y llevo mis codos a mis rodillas.

—Me sale lo cursi a veces —sonríe, quiero que se sienta mejor— excepto con David, a ese maldito lo agarro a golpes si lo miro llorando —ahora sí ríe con ganas, al menos David sirve para algo.

Ese día le cuesta conciliar el sueño, y la entiendo, sé que es por esa plática con su padre porque la Boa Alex desde que pone la cabeza en esa almohada se queda dormida.

—Oliver, cuéntame un cuento —abro mis ojos, ya me estaba quedando dormido, es que su pecho es el mejor lugar del mundo.

—¿Un cuento? ¿Ahora? —bostezo. Asiente con su cabeza. ¡Mierda! ¿De dónde me saco un cuento que no tenga que ver con matemáticas?

Busco en mi mente algún cuento mientras me acomodo en otra posición intentando no quedarme dormido, paso mi brazo por debajo de su cabeza y con el otro rodeo su cintura, ella se acomoda mejor quedando de espaldas a mí, puedo sentir el aroma de su cabello y me encanta.

—Érase una vez tres cerditos —ella ríe interrumpiéndome.

—¿Los tres cerditos? ¿Es en serio?

—Por supuesto —río igualmente—, déjame continuar, el hijo de puta lobo se quería comer al pobre cerdito y sopló y sopló la primera casa, pero como el cerdo era un holgazán como David la casa de paja cayó y se fue a esconder en la segunda casa que no recuerdo de qué putas era.

Suelta una risota, sí, esa es de la Alex que yo conozco.

—De madera..., creo —balbucea entre risas.

—Ah, sí... Y la casa de madera también fue derribada y la única que quedó fue la que con tanto esmero el mayor de los cerditos construyó con ladrillo.

—¿Y qué pasó con el hijo de puta lobo? —vuelve a reír.

—¡Muchacha! Lavaré tu boca con jabón —me hago el ofendido recordando a mi madre y sus típicas frases.

—O sea… ¿Tú puedes decirla y yo no?

—Las mujeres de sociedad no hablan así —vuelve a reír y eso me hace feliz.

—Lo bueno es que no soy ni quiero ser una mujer de sociedad.

—Shhh, Alex… Déjame terminar.

—Bien —añade, tapando su boca ocultando una carcajada.

—El lobo entró por la chimenea y cayó de culo en una olla de agua hirviendo —más risas de Alex ya hasta a mí me está contagiando esas carcajadas.

Continúo mi versión de la historia y luego de un rato escucho su respiración más tranquila, la observo y noto que se ha quedado dormida,



#727 en Novela romántica

En el texto hay: comedia, jefe, celos

Editado: 05.12.2019

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