Casado con mi secretaria

Capítulo 57

No sé cómo Alex me convenció de quedarme en esta olla, pero si ella quiere quedarse aquí no tengo de otra que quedarme con ella, he escuchado decir a mi madre que la manzanilla es buena para disminuir los cólicos menstruales en las mujeres, sí, creo que eso fue lo que escuché, pero mejor me cercioro en Google, ese buscador nunca miente. Frente al edificio de su departamento hay un supermercado, voy hasta allá y me llevo una caja de sobrecitos de té.

Y sí que la bendita manzanilla funciona, diez minutos después ya se ha quedado dormida y la llevo en brazos hasta su habitación, me quedo junto a ella, me siento demasiado cansado, creo que mañana me daré vacaciones, me quedo dormido en segundos cuando un mensaje en mi celular me despierta, sentí que solo fueron 5 minutos, pero no, ya son las 5 de la mañana.

 

David

¿Salimos a correr?

 

Qué milagro, este idiota está despierto antes que yo.

 

Oliver

OK

 

Me levanto sigiloso para no despertar a Alex y otro mensaje llega.

 

David

Te doy 10 minutos, y para mí 10 minutos son 10 minutos.

 

Oliver

Come mierda.

 

Escucho sus risas desde la sala, sí, a él también lo habían obligado a quedarse, y su pena fue mayor porque tuvo que quedarse viendo películas de romance con Natalie hasta la medianoche. Salgo poniéndome un jersey y él está sentado en un sillón tomando café.

—¿Nos vamos? —él asiente.

—Toma, te hice un café —me entrega una taza, y la observo frunciendo el ceño, la taza tiene una cara, puedo jurar que es un perro, sí, parece que eso es, al ver el agarre que parece ser la cola.

—¿Qué puta es esto? ¿Un perro? —David mira la taza e intenta descifrar lo que es, la suya es un ratón, pero esa es fácil porque dice «mouse» en la parte inferior.

—Parece que ese maldito es un perro, y solo imaginar que estas tazas van a ir a parar a tu casa y a la mía —se ríe. Nunca he vivido con una chica, pero ya creo saber cómo va a ser.

Comenzamos a correr y por poco nos perdemos, no conocemos este lugar tanto como el nuestro, pero no parece un mal lugar para vivir, se mira tranquilo, o eso espero, me mudaría a vivir aquí, pero prefiero mi casa. Llegamos y ninguna de las dos dormilonas se ha levantado, media hora después estamos intentando cocinar desde un video de YouTube.

—Estamos jodidos, Anderson —habla David, mientras miramos atentamente el celular aprendiendo cómo preparar un omelet, clavo mis ojos en él desconcertado.

—¿Ahora encontraste alguna cámara de tortura escondida en este lugar? —bromeo, aunque… muy en el fondo sí creo que haya una cámara de tortura en este lugar y mi sonrisa se disipa con solo pensarlo.

—No —él clava sus ojos en los míos—, solo míranos, estamos preparando comida para esas dos mujeres cuando tú y yo deberíamos estar en otro país mordiendo pezones extranjeros.

Mejor ni me río, no quiero terminar con los huevos extirpados.

—No menciones eso en este lugar, David. O el saco de boxeo vamos a ser tú y yo —murmuro, David ríe y mira hacia el vacío, su risa se disipa, estoy seguro de que se lo está imaginando y eso hace que ahora yo sí ría, pero de él.

Continuamos viendo el video una vez que David ha ido al supermercado de enfrente a buscar lo que vamos a necesitar, él mismo se ofreció porque dice que la cajera está bien buena, quisiera comentarle eso a Natalie. Yo ya ni siquiera me fijo cómo están las cajeras porque a mí sí me dan miedo los enormes ojos verdes de Alex y su capacidad para torturar, y es que no quiero saber cómo será realmente enojada.

—¿Cuál de estas mierdas es la pimienta? —pregunta David frunciendo el ceño, viendo hacia una serie de especias que trajo del supermercado.

—No lo sé, supongo que esa cosa negra —señalo con un cucharón que tengo en las manos lo que creo que es la pimienta.

—¿Crees que la pimienta sea hecha del pimiento? —pregunta David como el más obvio.

—Y yo qué puta sé, pero tiene lógica —estas cosas de cocina no son lo mío.

—¿Compraste el yogur griego? —comienzo a verter los huevos en un tazón y David me lanza una cuchara que tomo en el aire.

—Por supuesto —exclama David, comienza a verter el yogur en un tazón grande, empieza a menearlo y a cantar la bendita canción de la Macarena, y yo nunca puedo dejar de acompañarlo cada vez que lo hace, desde… ¿siempre?, y comenzamos a movernos de un lado a otro al ritmo de la puta canción que cuando unas risas nos sobresaltan y ambos miramos en dirección al sonido, es Alex, carcajeándose por nuestro baile, siento cómo la sangre se comienza a acumular en mis mejillas y veo cómo la cara de David se vuelve carmesí, y es que al ser rubio en él estar apenado es mucho más obvio.

—Continúen —Alex aprieta sus labios para no continuar riendo—, por mí no se detengan.

—Olvidaba que ya no tenemos privacidad —enuncia David seriamente. Y yo ya no sé qué hacer.

—¿Ya te sientes mejor? —pregunto, antes de que el bullying a Oliver siga.

—Y con esa serenata quién no —sigue. ¡Por Dios!

—Yo aquí cocinando para ti y tú burlándote de mis dones artísticos —lloriqueo fingidamente y hago que limpio una lágrima de mentira.

—Alex, rompes sus sentimientos —dice David con su típica expresión neutral mientras niega con su cabeza, vierte un cereal sobre el tazón con yogur—. Yo en tu lugar mando este desayuno romántico a la mierda, Oliver.

Me hace reír, pero como siempre, Alex lo arruina.

—¿Y si mejor cantan la Macarena otra vez? —eso hace que ambos la miremos ferozmente, en eso Natalie aparece desde su dormitorio caminando hacia nosotros, se detiene de golpe al ver a David y puedo apostar de que es porque está con el torso descubierto, y es que nuestros jerséis se habían sudado por lo cual decidimos dejar solo el pantalón deportivo en nuestro cuerpo.



#732 en Novela romántica

En el texto hay: comedia, jefe, celos

Editado: 05.12.2019

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