Casado con mi secretaria

Capítulo 59

Creí que Rosa bromeaba, pero no, no volvió hasta el día siguiente que llegó gritando que había ido a ver a su hijo Juan Pablito a la cárcel, ahí estaba David conmigo y no, no le habló, hasta unos tres días después cuando David se apareció por mi casa para que revisáramos unos papeles, se sentó en el sillón rascaculos de Alex (sí, el de la mano gigante) y Rosa apareció por la puerta con un nuevo corte. Yo nunca elogio a Rosa, pero en David es algo normal.

—Pero qué Rosa más hermosa, ¿nuevo corte? —David finge asombro y Rosa se detiene de pronto y voltea a verlo.

—Así es —los ojos de Rosa brillan y lleva las manos a su cabello peinándolo hacia atrás.

—Hasta te ves más joven y mucho más delgada —evito reír y finjo que los papeles son más importantes.

Rosa sonríe ampliamente.

—¿Quiere brownies, niño David? —ahí sí levanto la mirada, yo también quiero brownies.

—Por supuesto —le guiña un ojo y esboza una de sus mejores sonrisas.

Y así volvieron a ser mejores amigos.

Así de fácil es Rosa.

Los días pasan y mi vida de casado mejora cada día. Y es que lo que me dijo Alex una vez sobre la felicidad, tenía razón… en parte. ¿Por qué? Porque si yo no hubiese sido el jefe de la revista nunca nos hubiésemos conocido; es decir, el dinero me trajo esa felicidad.

Tiene sentido. ¿No?

Una vez me caí en la entrada de la empresa y… No, olviden eso, no se los narraré porque sentí vergüenza.

 

k

 

Busco mi suéter por todos lados. ¿Dónde putas está? Maldito David si se lo llevó, voy hasta el gimnasio nuevamente y no, tampoco está, regreso a la habitación y no, nada. ¡Joder! Amo ese suéter azul jodido.

Escucho unos pasos entrar a la habitación y solo puede ser Alex.

—Alex. ¿Has visto mi…?

—Oliver, escucha esto… —me interrumpe comiendo un dulce, volteo a verla y ahí está mi maldito suéter, comienza a imitar la voz de dos hombres.

«—Oye, amigo, me compraré una fundamental.

—¿Una qué?

—Un gorro, ¿no entiendes? Una funda-mental».

Lo más gracioso fue su voz.

—Qué chiste más malo —dice, mientras ríe—. ¿Estos tipos no son David y tú?

—No sé si reírme de ese chiste, de tu imitación, de tus sonoras risas o del hecho de que lleves puesto mi suéter y yo buscándolo como loco.

Y ella mira el suéter y luego a mí.

—En mi antiguo apartamento me ponía la ropa de Natalie, aquí me pondré la tuya, así que acostúmbrate.

¡Ah! ¡Qué belleza!

Debería molestarme, pero quién se molesta con esas largas y bellas piernas y mucho más cuando las cruza sentándose en otro sillón raro que compró y está en nuestra habitación.

—¿Y qué traes bajo ese suéter? —quiero escuchar su respuesta, porque sé que me calentará.

—Nada —levanta sus ojos verdes hacia mí, enarca una ceja y sonríe pícaramente.

Sí, esta es la única mujer que sabe cómo encenderme solo con palabras.

—¿Nada? —pregunto y muerdo mi labio inferior.

Alex sonríe más ampliamente, me abalanzo a ella y la tomo entre mis brazos dejándola caer en la cama, ríe a carcajadas y comienzo a devorar su cuello.

—Oliver. ¡Basta! Me haces cosquillas —a mí me divierte cómo ríe, saca el dulce de su boca y lo tira por algún lado, bueno, solo espero que después lo recoja—. Oliver, hablo en serio.

—Y yo te beso en serio —vuelvo a sus labios, tienen un sabor dulce, me encantan aún más, con mis manos contorneo su cuerpo y subo lentamente mis manos por el interior de sus muslos, me separo un poco de sus labios—, mentirosa, llevas bragas.

—Es obvio, no iba a andar por ahí con mi Superalex en el aire.

¿Superalex? No, no puedo evitar reír. ¿Qué? La miro a los ojos, no sé cómo esa mirada inocente puede pertenecer a ese ser demoníaco.

—Pues tu Superalex va a quedar en el aire ahora mismo.

Y regreso a su cuello y ella vuelve a reír a carcajadas, llevo mis manos por debajo de sus bragas dispuesto a bajarlas.

—Oliver. ¿Qué es eso? —mira hacia el techo con una expresión de extrema sorpresa, observa fijamente hacia un punto. De inmediato, al ver que observa algo con intriga me detengo y llevo mi mirada con rapidez hacia donde sus ojos están puestos, ella en un ágil movimiento me empuja y caigo postrado de espaldas sobre la cama y sale corriendo por la puerta del cuarto.

Siempre se me olvida lo hábil que es esta mujer, golpeo el colchón con fuerza entre risas. Ahora sí me las paga y ya sé cómo.

—Maldita Alex, siempre me haces lo mismo, pero me las vas a pagar —la sigo por el pasillo, baja las escaleras rápidamente, yo conozco mi casa a la perfección, así que encontrarla se me va a hacer fácil.

Se esconde detrás de la pared de un pasillo que dirige a un cuarto, sé exactamente dónde está, pero si la enfrento de cara se va a correr, así que pasaré como si nada, lo que Alex no sabe es que hay otra entrada a ese pasillo más adelante.

Rápida y sigilosamente camino hacia donde está, según ella está escondida, es que se mira tan bella con mi suéter, se los tendré que regalar, pero si se los regalo de seguro no se los pone. Cuando está a punto de salir de su escondite la tomo de la cintura.

—¡Te agarré! —ríe a carcajadas y comienzo a hacerle cosquillas. Sí, buenísima forma de vengarme sabiendo lo cosquillosa que es.

—¡No! Oliver…

Oliver nada, tiene que pagar el hecho de que me tome como tonto las veces que se le da la gana.

—Oliver. ¡Ya! Maldición.

Finge ahogarse, pero no, yo ya no me lo creo así de fácil.

—Te dije que me las ibas a pagar —ríe más sonoramente y se tira al piso, hasta yo río con ella, creo que ya fue suficiente tortura, y luego de varios minutos intentando recuperar la respiración la ayudo a ponerse de pie, se deja caer entre mis brazos, sus mejillas están sonrojadas por la risa y su cabello despeinado, aun así, se ve preciosa.



#731 en Novela romántica

En el texto hay: comedia, jefe, celos

Editado: 05.12.2019

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