Casados... ¿a la fuerza?

Prólogo

William Shakespeare dijo que el destino es quien baraja las cartas, pero que somos nosotros quienes las jugamos.


Sinceramente no sé como tomar o interpretar esa frase, porque no tengo idea quien fue el mejor jugador para que las cosas terminaran como lo hicieron.


Tiempo atrás…


-Dakota por favor, ni se te ocurra hacer ese desplante.


-Sabes perfectamente lo que pienso, Anne.


-Claro que sé perfectamente lo que pasa por esa cabecita, pero no puedes actuar así, es un compromiso.


-Te equivocas, no es un compromiso, es una estupidez.


-Lo que sea. ¿Qué pensará tú madre cuando no llegues? ¿Cómo crees que se lo tomará?- cuestionó cruzando los brazos y me observó desafiante.


Miré el techo- no puedo creerlo- murmuré para mí misma.- Bien, Anne- accedí rendida y me levanté perezosamente- solo dame media hora- dije y  me dispuse a arreglarme en tiempo récord ayudada, por supuesto, de mi mejor amiga. Ese grano en el trasero, a la que increíblemente he querido tanto.


Cuando estuvimos listas finalmente, sin contratiempos y discusiones, llegamos al dichoso lugar, ese, al que mi madre había insistido tanto para que asistiera… ¿Para qué? No tenía la menor idea.


-No puedo creer que me hayas convencido, me parece estúpido venir- me quejé acomodando el vestido que llevaba puesto. Era pegado al cuerpo, solo lo suficiente para que mis caderas se notaran.


-Te ves hermosa- respondió Anne.


-No lo digo por eso. Lo digo… por el evento- lo último lo susurré solo lo suficiente para que ella escuchara. Gesto completamente fuera de lugar porque estábamos solas en el estacionamiento del club, ya que habíamos llegado tarde.


-Tranquila. Hoy tu vida cambiará- expresó, palabras que me confundieron completamente y quise preguntarle lo que significaban pero como era de esperar, solo tomó mi brazo y me arrastró dentro.


Cuando ya estábamos a punto de pasar las puertas, se detuvo abruptamente- lo siento, me olvidé de algo- dio media vuelta y a pesar de los tacones, corrió con facilidad y desapareció al cruzar el pasillo.


Me apoyé de la pared para esperarla y resoplé exasperada. Escuché pasos y me incorporé pensando que podía ser mi mejor amiga pero la silueta era demasiado ancha, definitivamente era un hombre.


Llevaba un esmoquin negro, muy elegante. Quise saber de quién se trataba pero llevaba una máscara negra de terciopelo que cubría la mitad de su rostro. Aunque al pasar a mi lado rápidamente, sus ojos se me hicieron algo, muy conocidos.


-Oye… ¿Qué te pasa?- cuestionó Anne tomándome del hombro derecho, y en el acto me volteé a encararla sin darme cuenta que me había quedado como toda una estúpida, viendo la dirección por donde el hombre anterior había desaparecido.


-Nada, nada… ¿Qué fue lo que se te olvidó?- cuestioné de vuelta ignorando completamente su pregunta.


-Esto- levantó dos máscaras. Una era dorada con piedras incrustadas, plumas y demás detalles exagerados. Mientras que la otra era plateada, también con piedras incrustadas, un diseño único, simple y sencillamente espectacular.- ten- me tendió la que me había llamado la atención (gracias a Dios) y ella se quedó con la otra. 


Nos las pusimos y retomamos el camino. Cuando nuestros tacones hicieron contacto con la cerámica del salón, el lugar quedó, increíblemente… silencioso.


Todos nos miraban, o más bien, a mi. 


-Oh cielos, llegaron- expresó mi madre mientras nos abrazábamos.


-Sí, Anne logró su cometido- dije observando a mi amiga la cual tenía una sonrisa en los labios.


-Gracias.- mamá me tomó de la mano y me dirigió a una mesa llena de personas vestidas elegantemente, y al igual que yo, usaban máscaras.- Ha llegado la anfitriona de la noche- informó y fruncí el ceño mirándola de soslayo.


Quise preguntar a que iba eso pero mis ojos captaron al mismo hombre que vi en el pasillo. Los suyos ya estaban fijos en los míos con una intensidad tremenda y así de cerca, los creí reconocer. 


-Mucho gusto. Mi nombre es Jim Dornan- se presentó un canoso señor, le acepté la mano anonada.


-Por supuesto que le conozco, trabaja con mi padre- el asintió con la cabeza afirmando mi respuesta. El hombre (que ya estaba segura de quien se trataba) se puso de pie y me tendió la mano.


-Jamie Dornan- anunció. Por supuesto que se quién eres- pensé complacida. Se la tomo y llevo mi mano hasta sus labios para luego besar mis nudillos. No pude evitar el rubor en mis mejillas.


-Bien, tomemos asiento- habló mi padre desde el lado de mi madre, no me había dado cuenta de su presencia.


La noche se redujo al haber cumplido mi sueño más preciado, pasar tiempo al lado de Jamie Dornan.


Cuando llegué a casa de mis padres, ya que iba a pasar el día con ellos, y me disponía a subir las escaleras la voz de mi madre interrumpió mi acto.



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En el texto hay: destino, amor, damie

Editado: 02.12.2018

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