Cásate conmigo

Capítulo 3.

Con la ayuda de Vanesa, completé rápidamente un breve formulario y como nada en esta vida es gratis, cada asistente debería pagar una inscripción para la próxima cita. Luego me registré en un sitio de citas, que eso por lo menos fue gratis, solo gasté diez minutos de mi valioso tiempo. Todo porque, además del nombre, la edad (que podría haberme reducido), era necesario subir una foto que tomó Iris, completar algunos datos estúpidos sobre mi color favorito, hobby y otras cositas que a nadie importa en general.

Una vez solucionado el asunto, presioné el botón “continuar”.

- Tienes que escribir que no buscas una relación seria, - dijo Vanesa.

- ¿Por qué? ¡Necesito casarme! - objeté.

- ¡No, no! Escucha. De esta manera habrá más candidatos. Los propios hombres no saben lo que quieren al principio y palabra “Matrimonio” les espantará.

- ¡Parece que olvidaste por qué necesito todo esto! – murmuré entre dientes.

- Chris, confía en el maestro. Escuche y recuerde. - Iris la apoyó. - Existe un hechizo tan mágico como frase: "sin obligaciones". Actúa sobre los hombres como un imán.

– ¿Y si nadie acepta casarse, después de recordar ese “Sin obligaciones”? Conozco uno así, - dije, recordando a Arnie.

- Bueno, primero tendrás que elegir unos cuantos. En segundo lugar, sólo necesitas intentar atraerlos. Después ellos se darán cuenta de lo tremendamente genial que eres.

- Más bien fríamente salvaje... - se rio Amanda.

- No importa. Los hombres siempre actúan en la dirección opuesta. Si quieres obligarlo a comer algo, dile que no puede comerlo bajo ningún concepto. Todos pueden hacerlo, pero él no. Entonces se pone como un loco para probar, aunque solo un cachito. Lo mismo ocurre con las relaciones. Si un hombre piensa que tú quieres arrastrarlo desesperadamente a la oficina de registro, se hará pasar por un caballo en la pradera. Pero tan pronto como se dé cuenta de que, tú no te rindes ante él y te vale solo para divertirte, inmediatamente comenzará a demostrar que es un hombre digno para ser tu marido. - explicó Vanesa.

- Es una lógica dudosa, más bien así actúan las mujeres. - Dudé.

- ¡De acuerdo! – Vanesa agitó las manos, indicando que se daba por vencida. – Puedes decidir todo tú misma. ¿Cuánto tiempo, dices, que tienes?

Apreté los dientes. Ella tenía razón. No tenía tiempo, así que sería mejor escuchar a alguien quien me supiera en conocimiento de psicología masculina.

¡La aplicación funcionó rápidamente! Mi foto recibió inmediatamente un montón de “me gusta”. También mandé unos “me gusta” a unos chicos en respuesta. Farid y Ahmad me enviaron besos y un ramo de rosas como regalo, aunque fueron virtuales.

- ¡Mira, no ha pasado ni un día y ya tienes doce mensajes! – gritó Vanesa.

- Los pervertidos no duermen. - Me reí.

- Chris, no entiendes absolutamente nada. ¿Cuándo tuviste una cita por última vez?

- No recuerdo, de verdad. Los hombres nunca me hacían caso, ni siquiera me miraban. ¿A lo mejor no les atraigo como mujer? – pregunté dudosa.

- ¡No digas tonterías! – exclamó Iris. - Eres una chica muy bonita. Todo lo que tenías que hacer era presentarte correctamente. Por cierto, antes de tus citas en el centro comercial, te vestiré yo misma.

Pasé mi mano por mi cara. Era cierto que a los hombres les atraían las gallinas presumidas, como la que parecía yo en la foto, que me sacó Iris.

- Entonces, miremos en orden. ¡Vamos, quita las manos! – Vanesa con severidad acercó el portátil y me dijo. – Tú solo mirarás, no vas a contestar nada, porque no sabes cómo tratarlos.

- Cuando dices eso, me hace pensar, que estas llevando una vida secreta al estilo “Cincuenta Sombras". ¿Tu marido sabe de tus adicciones? - Bromeé.

- Quién sabe, - Vanesa arqueó la ceja de forma gamberra y volvió a contemplar fotografías ajenas. – Número uno, es un turco o un árabe. Lo eliminamos.

– ¿No suena como racismo? – Hice una mueca. – ¿No se ofenderá?

- No es racismo. Es sentido común. Incluso si te gusta el sabor oriental, no tenemos tiempo para perderlo en las relaciones internacionales, solicitar un visado y otras sutilezas legales. Vamos a mirar algo más de cerca. Ahora eso es mejor. Alex, treinta y nueve años.

- Lleva un gorro, lo que significa que se está quedando calvo. - notó Amanda.

- Se viste bien, tiene buen gusto. Y esa chaqueta es de última temporada, - añadió Iris su opinión profesional. - Es cierto que usa gafas. La mala visión, por supuesto, se puede heredar el niño, pero ¿quién es ideal?

- ¡¿Qué niño?! - exclamé. - No quiero tener hijos con él.

- ¿Como? ¿Nos quedamos con él o eliminamos? - preguntó Vanesa, sin hacer caso a mi exclamación.

Incliné la cabeza sobre la imagen. El camarada no carecía de encanto, aunque tenía una pequeña barriga. Me pareció inofensivo.

- Lo dejamos. - Estuve de acuerdo.

- Miremos más allá. Pablo, treinta y dos años. Éste tiene el pelo grueso. - Amanda miró la foto.

- Si, pero pone la altura ciento sesenta… - señalé.

- ¡Bueno, ya sabes! Los hombres bajitos son muy cariñosos. Aquí está: “Me interesan los deportes, voy al gimnasio, viajo...” ¿Eh? Normal. ¿Contestamos?

Me encogí de hombros con escepticismo.

- ¡Oh, ya está escribiendo! ¡Mira! – exclamó Vanesa entusiasmada, pero inmediatamente se detuvo en seco. - ¡Oh maldita sea! Lo eliminamos.

- ¡¿Qué hay ahí?! – Giré el portátil a mi lado. - “Mándame una foto de tus pies…” Ya veo. Ya te lo dije, estos sitios están llenos de pervertidos locos.

- Los locos están en un manicomio y esto es un pequeño hobby... - Amanda se rio al leer también el mensaje.

- ¡Mándale los tuyos! - exclamé.

- Tranquilízate. Te dije que lo eliminamos. El siguiente: Arthur, treinta y cinco años.

- Oh, mi nombre favorito. Mi compañero de clase era Arthur, un buen chico, mi primer amor, por cierto, - exclamó Iris.




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