Cásate conmigo

Capítulo 4.

A pesar de que Wehler me dio vacaciones, me desperté como de costumbre a las siete de la mañana. Este hábito de largo tiempo se estaba haciendo sentir, ya que durante los últimos tres años no he tomado vacaciones ni bajas por enfermedad. Me quedé unos minutos en la cama, preguntándome, ¿cómo era posible que me querían echar del trabajo? Eso era muy injusto y muy trágico para mí. Porque el trabajo y mis compañeras del trabajo eran toda mi vida. ¿Qué voy a hacer, si las pierdo? Posiblemente, que nos vamos a juntar de ves en cuando, porque ellas tienen sus familias, pero no será lo mismo. Me va a faltar nuestras conversaciones tontas y risas.

Entré al baño y me miré en el espejo. Desde allí, una mujer solitaria de unos treinta años y con ojos tristes me miró en toda su “belleza”. Me estudié críticamente: las bolsas bajo los ojos, dos canas en las sienes, la cara hinchada, porque ayer bebí dos botellas de cerveza, aunque sin alcohol. ¡Esta vieja quiere casarse! Mi tren se ha ido hace tiempo. Ya soy un artículo caducado. No quedaba ninguna esperanza de encontrar un buen hombre.

Me levanté la camiseta del pijama y hundí el estómago. Gracias a Dios, al menos no estaba gorda, aunque podría ir al gimnasio y fortalecer los músculos, por supuesto... Pero que pereza perder el tiempo. Que cogen lo que hay, tampoco mi matrimonio durará mucho. "¿Y si nadie se casa conmigo?" - pasó por mi cabeza, pero rápidamente saqué este pensamiento de mi cerebro y comencé a pensar como un gerente. Tenía una oferta, ahora necesitaba descubrir a quién le resultaría tentadora y qué tenía que hacer para conseguir una propuesta interesante.

En una palabra, tuve que venderme. Me miré de nuevo y suspiré. La oferta era regular, nada tentadora, pero inmediatamente recordé cómo logré vender esa increíblemente terrible colección de vestidos de novia al estilo vaquero. Para gustos hay colores.

Curiosamente, en ese momento de repente me pregunté, cómo sería mi vida familiar, aunque asumamos que no será larga. "¿Deberíamos vivir juntos? ¿Dónde? ¿En mi casa o en la suya? ¿Dormiremos en la misma cama? ¿Vamos a tener sexo?" - Estos pensamientos me hicieron estremecer. No estaba preparada para esto. Entonces, ¿por qué alguien debe casarse conmigo? ¿Qué obtendrá a cambio?

¿Dinero? No los tenía, o mejor dicho, no lo suficiente para ofrecerlo como pago. ¿Vivirá en mi departamento todo ese tiempo sin pagar nada? Sería una oferta buena y tentadora solo para un desamparado. Es posible que le ayudaré conseguir trabajo en nuestra fábrica. ¿A quién necesita esto? Tampoco hay pocos puestos para los hombres. ¿Podría ofrecerle la ciudadanía de mi país? No estaría mal, pero, como dijo Vanesa, había demasiados problemas con los tramites.

No tenía respuestas a todas estas preguntas, aunque, para ser honesta, tenía miedo de responderlas, porque en el fondo entendía que todo este asunto del matrimonio ficticio parecía una especie de estafa. Simplemente no tuve otra opción. O me caso o me despiden. Llena de dudas y preocupaciones fui al trabajo. Necesitaba urgentemente un consejo y apoyo de mis amigas.

- ¿Por qué viniste? - preguntó Iris sorprendida de verme entrar. - Deberías estar en el salón de belleza ahora. ¿Por qué me molesté ayer y te conseguí una cita?

- Lo siento, me olvidé por completo. - Me disculpé, porque realmente olvidé de ella. - ¿Quizás no necesito ese salón? No me veo tan mal.

- Un salón de belleza, - dijo ella inexorablemente. – Es algo imprescindible. La manicura, la pedicura y depilación completa son tres cosas sin las cuales una mujer moderna simplemente no se puede ir a la caza de los hombres. Tú debes volver locos al menos la mayoría de las que acudirán a esas citas a ciegas.

- Bien. - Respondí y formulé la pregunta por la que vine por aquí y la que me ponía muy nerviosa. - ¿Cómo puedo atraer a un hombre para que quiera casarse conmigo?

- ¿Cómo qué? - Vanesa no entendió.

- ¿Qué puedo darle a cambio para que se case conmigo?

- ¿Cómo qué? A ti misma, una chica guapa, divertida, inteligente y sexy. – sonrió Amanda.

- ¿Tendré que vivir en la misma casa con él? Digo, con un hombre ajeno. – pregunté.

- ¿Qué querías? Todas nosotros vivimos en una casa con los hombres ajenos, - se rio Amanda.

- Aunque en general, los hombres son iguales que los niños en edad escolar, les das de comer a tiempo, revisas sus deberes, escuchas sus quejas a medio oído y les dejas a jugar, - también se rio Vanesa, entregándome su tablet con una foto del siguiente aspirante para mi marido. – ¿Te gusta?

- Sí, pero los niños parecen más atractivos y no requieren sexo. Pero los hombres no pueden vivir sin él. ¿Y si no me va a poner?

- Depende de ti, escojas tú. Como tú misma pongas las reglas, así serán... Ese me pareció muy bueno. - Me interrumpió Vanesa y sacó su Tablet de mis manos. - ¡Pero mejor me callo! Eres nuestra jefa.

- No te enfades. No lo sé, suena algo malo. Es como la prostitución. - dije e hice una mueca.

- No, esto no es la prostitución, no vas a acostarte con ellos por dinero, solo por una visita al registro civil. -  se rio Amanda. – En general todas hicimos lo mismo.

- No me entendisteis. Quiero decir, que lo voy a usar a ese hombre para conservar mi trabajo, no voy a casarme por amor.  - Seguí dudando. – No será una relación normal, porque normal es primero conocernos, luego enamorarnos y solo después casarnos. Pero yo necesito casarme primero.

- No te molestes con estas preguntas. Elige un hombre que te guste, alguien que no te irrite, que te atraiga físicamente y, quién sabe, tal vez no quieras divorciarte más adelante. Quien te asegura que el sábado no encuentres un hombre en quien te enamoras a primera vista. - aconsejó Amanda.

 - Así es. Podría ser todo normal, con todos tus puntos, aunque en tiempo récord. – dijo Vanesa.

- También, ni siquiera el amor más grande te salva del divorcio. – añadió Iris. - Entonces mi hermana amaba tanto a su marido, que empezó a volverse loca. Empezó a sentir celos de todos, lo perseguía por todos lados, llamaba al trabajo mil veces, en casa echaba las broncas, si llegaba un minuto más tarde. El pobre hombre no pudo soportarlo más y se fue. Así que en tu caso es aún más conveniente no enamorarte hasta las trancas, al menos no tendrás celos.




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