Cásate conmigo

Capítulo 9.

A pesar de que llegué al centro comercial mucho antes de la hora acordada, llegué a la heladería literalmente cinco minutos antes del inicio del evento.

Lo que no me gustó inmediatamente, fue la luz brillante, que me hizo sentir incómoda, como en el escenario de un teatro. Desde luego esperaba un ambiente romántico, una iluminación tenue y algo de música ligera. Para ser honesta, en ese momento hubo impulsos de irme, pero la curiosidad y sobre todo poco tiempo que tenía me hizo quedarme.

La organizadora, una sensual morena con labios pintados de rojo, me invitó a ocupar una mesa libre. Alla ya había invitados, cuatro chicas. Me senté a la mesa, sonriendo a todo el mundo. Aparentemente, yo automáticamente intenté ser amigable. O tal vez aún estaba nerviosa, especialmente después de lo que vi en el salón de vestidos de novia. Al mirar a las chicas presentes, me di cuenta de que nadie realmente intentaba llamar la atención con sus atuendos. Tenía razón Iris, cuando decía que hay que vestirse según las circunstancias. Me vería muy graciosa aquí con esa falda y esa blusa roja.

Me inscribí en el grupo de edad de 25 a 35 años y naturalmente las chicas reunidas aquí eran bastante jóvenes. Incluso me pareció que yo era la más madura de todas. Como yo pagué la tarifa, me trajeron un té y un plato pequeño de galletas, pero esto no fue necesario, porque ni siquiera una migaja se me habría metido en la garganta por la emoción.

Las reglas de las citas rápidas eran simples. Tenía que haber un número igual de participantes, o sea seis parejas. Las mujeres se sentaban en las mesas y los hombres debían sentarse junto a ellas. A cada una se le dieron un número, que todas las chicas pegaron en su ropa, una tarjeta de puntuación que era un formulario simple en el que debías poner un signo “más” junto al número de tu interlocutor.  Cada conversación tenía una duración de siete minutos, después sonaba una señal y el hombre debería dirigirse a la mesa de la siguiente chica.

Esperamos quince minutos a los que llegaron tarde. Eran tres: dos chicos y una chica. Cuando todas las chicas estuvieron sentadas, la organizadora y los hombres entraron al centro del salón. "Bueno, eso no está nada mal", - pasó por mi cabeza. Todos los chicos causaron una buena impresión, pero físicamente solo me gustó uno, porque también tenía pelo un poco largo, como aquel desafortunado novio. Mientras la morena explicaba las reglas, yo tuve unos tres minutos para decidir mis gustos.

A pesar de que según las reglas debería haber seis chicos, pero solo estaban cinco. La organizadora explico que un joven estuvo involucrado en un accidente de tráfico, por eso no llegó a sus citas e invitó a los hombres a tomar asiento a su discreción. Además, desde fuera parecía bastante cómico. Los pobres chicos en una fracción de segundo intentaron evaluar a las candidatas. Como resultado, una chica se quedó sin pareja, una gran decepción era visible en sus ojos. Después de todo, de hecho, ya no fue elegida. Desde luego yo no quería estar en su lugar.

El primero quien se sentó conmigo fue ese chico al que inmediatamente me elegí.

-Hola, soy Abel. – dijo él sonriendo.

Entonces empezó a sucederme algo inimaginable. No podía pronunciar una palabra. Intenté bromear, pero me di cuenta de que parecía estúpida. Me recompuse y dejé de bromear, pero la conversación no fue bien. Por fin el chico tomó la iniciativa y formuló preguntas neutrales: “¿Qué estás haciendo? ¿En quién soñaste convertirte de pequeña?” Me relajé un poco y comencé a decir que alguna vez había soñado con ser veterinaria porque amo mucho a los animales, pero mi mamá era alérgica a la lana, después quería ser actriz y cantante de rock, pero acabé en una fábrica textil.

Como mis amigas me prohibieron pronunciar ninguna palabra que podría tratarse del matrimonio, por eso no aclaré que nuestra fabrica cocía vestidos de novias.  Tan pronto como comenzó nuestro diálogo, se escuchó una señal traicionera: "ding". Han transcurrido siete minutos y teníamos separarnos.

Ni siquiera tuve tiempo de escribir mis impresiones, cuando un chico joven (demasiado joven, en mi opinión) con una amplia y hermosa sonrisa se sentó a mi mesa. Inmediatamente sonó un "ding" en mi cabeza, pero por decencia le pregunté qué le interesaba. Por su respuesta no muy clara, me di cuenta de que, aparte de los coches geniales y los coches muy geniales, no le interesaba nada. ¡A! ¿Como podría olvidarlo? Quería conocer a una joven atractiva con apariencia de una actriz de Hollywood, pero ¿qué se pondría? Así es, ¡en un auto genial!

Todo estaba claro para él, así que delante de su nombre puse todos los signos “menos”, porque era demasiado joven y estúpido para un puesto que quería ofrecerle. Pero las reglas del evento nos obligaron a continuar el diálogo. La conversación giró hacia el cine y el chico empezó a nombrar las películas de las que yo nunca había oído hablar. Pero en cada una de ellas existían autos geniales. Entonces me aseguré que soy demasiado mayor para él y nuestros gustos son completamente diferentes. Afortunadamente, sonó la campana que me salvó la vida. ¡Siguiente!

El tercer interlocutor no era en absoluto mi tipo. Era bajito, delgado y tenía un aire muy parecido a Sergio, el hijo de Carlota. Ni “hola” ni “encantado de conocerte”, simplemente se sentó e inmediatamente ordenó, mirándome:

- Bueno, soy Natán. Cuéntame.

- ¿Acerca de? - preguntó con incertidumbre.

- Sobre ti, - respondió un poco irritado.

Treinta segundos estaba de silencio, pero no iba a perder mi tiempo precioso, así que ordené mis pensamientos, dije donde trabajo, que puesto tengo y mencioné algunos de mis pasatiempos. El chico, sin mostrar ningún interés en mi persona, comenzó a hablar rápidamente de sí mismo en frases memorizadas. En tres minutos supe todo sobre él, o casi todo. Tenía muchas aficiones, todas relacionadas con entender el mundo. Hace unos años se interesó por los insectos y su habitación se llenó por completo de terrarios. Escuché atentamente. Sin duda era inteligente, pero, lamentablemente, increíblemente aburrido.




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