Cásate conmigo

Capítulo 18.

Oliver.

Parece que mi alma vagaba en la oscuridad, donde no había ni principio, ni fin, ni vida, ni muerte. Perdí por completo toda idea sobre el tiempo y el espacio. No me importaba, porque por fin el dolor que me desgarraba el cráneo disminuyó.

Luego las fuerzas desconocidas comenzaron a arrancarme del estado de inexistencia para hundirme en el abismo del miedo, de la desesperación, del dolor, parecía estar en extraños pasajes de una vieja película. Un gran auto negro con asientos color crema, la entonación melosa de una voz de hombre, un doloroso ataque de melancolía e ira al mismo tiempo, un destello de luz cegadora, un dolor agudo en todo cuerpo que me volvió loco, pero la oscuridad salvadora nuevamente me llevó a sus brazos.

De repente el rostro de una dulce mujer con un nimbo surgió de la oscuridad y se acercó inclinándose sobre mí. Pensé que era un ángel y le pedir ayuda, o no lo hice, porque la oscuridad simplemente me tragó. Más de una vez se me apareció este rostro. Ella me llevaba con ella. Escuchaba su voz con una entonación melodiosa, vagamente familiar, arrulladora, que me liberaba de dolores y me tranquilizaba.

Entonces apareció una mancha borrosa que tomó la silueta de la luminosa habitación en la que desperté. El color blanco estaba por todas partes, así que pensé que ya había muerto y estaba en el cielo. Pero de repente comencé a oler, sentí la esterilidad sin rostro inherente de las salas de los hospitales.

"¿No estoy muerto? ¡¿Estoy en el hospital?! ¿Cómo llegué aquí?" - pasó por mi cabeza. Intenté sentarme, pero la cabeza me daba vueltas y oí un chirrido en algún lado, lo que me provocó un ataque de náuseas. De repente se acercó una mujer de cabello oscuro con ojos verde grisáceo en una túnica blanca. La bata blanca habló por sí sola y confirmó mi suposición de que estaba en el hospital. Ella trajo un objeto a mis ojos.

-Muy bien. Despertaste muy pronto. – sonrió ella. - ¿Puedes decirme cómo te llamas?

 La pregunta sonó aguda, como un disparo. “Qué pregunta más ridícula,” - pensé, parpadeando confuso. Poco a poco, los contornos de los alrededores se fueron aclarando, aunque mi conciencia todavía estaba confusa, los pensamientos eran muy perezosos y no podía concentrarlos.

- Por supuesto. Me llamo … - Arrugué la frente, haciendo un esfuerzo por decir mi nombre. - ¿Estoy en el hospital?

- Sí, estás en el hospital. ¿Sabes lo que te pasó?

Para ser honesto, no entendí lo que me preguntaba, o mejor dicho, lo entendí, pero la respuesta parecía estar en mi lengua, pero no podía pronunciarla.

- ¿Recuerdas lo que te pasó? – la mujer buscaba persistentemente una respuesta. - ¿Me puedes decir tu nombre?

Resultó imposible responder a sus preguntas. Busqué estas respuestas dentro de mí, pero no encontré nada más que pensamientos fragmentarios y recuerdos vagos llenos de crujidos, gritos histéricos, dolor y miedo. Estaba confundido y grité.

- ¡¿Qué pasó conmigo?!

En ese momento un hombre entró en la habitación. Entre dos me acostaron en la cama.

- ¿Tal vez tuviste un accidente? – preguntó el hombre inclinándose a mí.

- No lo sé. - Respondí alejándome de él.

- ¿Cómo te llamas? ¿Cómo has llegado hasta aquí?

Sentí algo extraño, el hombre permaneció en el mismo lugar, pero me pareció que poco a poco iba llenando todo el espacio de la habitación, acercándose a mí con una mirada tan amenazadora, como si quisiera inmovilizarme contra la cama, como un entomólogo que clava una mariposa en la pared.

- Yo... ¡No lo sé! - y me armé de valor para preguntar. - ¿Por qué no me lo dices?

Por alguna razón sentí calor y me movía inquieto en la cama.

- ¿Por qué piensas que podía decirte algo? - preguntó.

- Llevas una bata blanca, lo que significa que trabajas en este hospital y, naturalmente, deberías saber qué me pasa. - Respondí.

- No está mal. Conserva la lógica asociativa. – dijo la mujer.

- Si, esto buena señal. – asintió con la cabeza y por fin se dirigió a mí. - Tienes una conmoción cerebral grave, que estuvo acompañada de hemorragia interna. Logramos corregir la situación, pero a juzgar por tus respuestas, tienes amnesia retrógrada. Esto sucede después de lesiones similares. - explicó el hombre.

- ¿Qué amnesia? Necesito ir a casa. - dije.

- Perfecto. ¿Dónde está tu casa?

- No recuerdo… - respondí y me sumergí en pensamientos muy extraños. Parecía saber quién era, pero no podía decirlo.

- Lo registramos como John Smith. - dijo la mujer. - Fue encontrado en el estacionamiento sin documentos.

- ¡No soy John Smith! - Grité, porque sabía muy bien que ese no era mi nombre.

- Entonces ¿cómo te llamas? - preguntó el hombre.

- No lo sé, pero definitivamente no soy John Smith. - Negué con la cabeza.

- Bien. Después de tu trauma necesitas un tiempo y paz. Continuaremos mañana. – respondió el hombre y se volvió hacia la mujer. - Camila, vamos a ver sus placas.

Se levantaron y salieron de la habitación dejándome solo. Al principio estaba completamente tranquilo. Estaba en el hospital y bajo la supervisión de médicos. Pero después de un tiempo, un miedo increíble se apoderó de mí: “¿Y si no es un hospital? ¿A lo mejor es un laboratorio secreto? ¿Me secuestraron los extraterrestres?” El gran deseo de escapar de aquí prevaleció sobre el sentido común.

Con mucho cuidado me levanté de la cama y fui al baño. Allí, mirándome al espejo, me di cuenta de que no conocía de nada a ese hombre del pijama de hospital. Abrí el grifo y me lavé la cara con agua fría, pero no sirvió de nada. El extraño del espejo me miró con ojos vacíos y sin vida. ¿Que ellos me hicieron?

Varias veces intenté recordar lo que me pasó antes de terminar en el hospital, pero fue como si un muro en blanco insuperable apareciera frente a mí. Eso aumentó mi miedo y ganas de escapar a pesar que estaba con pijama y zapatillas.




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