Cásate conmigo

Capítulo 20.

Óliver.

Yo mismo no pude explicar por qué fui con ella sin muchas dudas, aunque vi que estaba nerviosa. Quizás porque me parecía familiar, pero no tenía ningún sentimiento fuerte por ella. Aunque yo mismo no entendía lo que sentía y lo que no. Estaba un estado muy raro, que podría seguir a cualquiera.

Christina detuvo su coche cerca de una casa pequeña, pero cuidada y, pidiéndome que la esperara un rato, entró en ella. Me quedé solo. Al no tener nada más que hacer, comencé a mirar la calle. Si el paisaje desde la ventana no me decía nada, pero lo extraño fue que, aunque no recordaba nada de mi vida, pero sabía leer las frases en los postes de anuncios y nombres de la calle. El coche también me parecía familiar, sobre todo el olor.

- Si Christina es mi prometida, lo más probable es que yo estuviera a menudo en este auto. - Me dije, más bien para calmarme.

Abrí la guantera y me cayó de allá una revista de vestidos de novia. De repente una imagen clara apareció en mi cabeza. Estaba hablando con un hombre extraño, y él me estaba entregando la misma revista. "Parece que me tomé muy en serio el nuestro, sino para que participaba en la elección del vestido de Christina". - Pensé y escondí la revista, cuando volvió mi novia.

Podría entender que podría enamorarme y perder la cabeza, pero cazarme sin recordar nada, no estaba preparado. La miré con atención, esperando sentir amor, atracción o algo por el estilo, pero mis entrañas estaban en silencio. No recordaba ni sentía nada, pero todo demostraba que mi relación con ella era muy seria.

- Dime, ¿cuánto tiempo llevamos juntos? - pregunté finalmente.

- Algo más de dos semanas.

- ¿Dos semanas? - pregunté de nuevo, porque ni siquiera mi cabeza enferma podía explicarme cómo pude decidirme por algo tan importante, como un matrimonio, en tan poco tiempo.

- Bueno, sí, tampoco me parece algo increíble, - respondió ella, un poco avergonzada. - Nos conocimos, de alguna manera todo empezó a girar muy rápido. Ni siquiera nos separamos por un día durante ese tiempo. Y luego me propusiste matrimonio, por cierto, celebramos nuestro compromiso en aquel restaurante. Luego desapareciste y no supe dónde estabas. Busqué toda la noche, no sabía ni qué pensar. Por fin te encontré, mi amor.

- Si es un milagro, pero lo principal es que volvamos a estar juntos, - dije y le tapé la mano en el volante en señal de apoyo y disculpa.

En ese momento noté que ella no llevaba el anillo.

- ¿Dónde está tu anillo?

- ¿Qué anillo? ¿Qué quieres decir? – preguntó ella, pitando a un peatón despistado.

- Bueno, ¿si te propusiera matrimonio, entonces debería regalarte un anillo de compromiso?

- Oh ese. Sí. Me diste un anillo, pero era demasiado grande para mí. Así que lo llevé a un joyero para que lo hiciera más pequeño. Después del restaurante íbamos a recogerlo. - explicó Cristina.

- ¿Quizás salí a llamar justo a él? - Sugerí.

- No. No lo sé. - respondió ella y cambió de tema. - Vayamos primero al super, porque no hay casi nada en la casa.

Fuimos a la tienda. Aquí tampoco nada me resultaba algo familiar. Miré los productos y no pude entender qué me gustaba.

- ¿Qué me gustaba comer habitualmente? - Le pregunté a Cristina.

- ¿Tú tampoco te acuerdas de eso?

- Tampoco.

Ella miró a su alrededor y dijo:

- Te gustan mucho las verduras y las frutas.

- ¿Soy vegetariano? - Me sorprendí al recordar un plato de porcelana con fruta bien cortada.

- No, simplemente te encantan las verduras y las frutas. Si quieres, llevamos estas manzanas. - Ella sonrió y me entregó uno.

Después de la tienda fuimos a su casa. Tenía la esperanza de recordar definitivamente algo allí, pero eso no sucedió. El edificio en sí fue construido recientemente, con diseños modernos y materiales de muy alta calidad. Cómo lo aprecié, yo mismo no lo entendí.

- Pasa, no paras en la puerta. – dijo ella y me llevó a la cocina.

- Tienes una cocina muy bonita. - Respondí y puse las bolsas del super sobre la mesa.

- Tenemos, cariño, - me corrigió. – Te gustaba estar aquí.

- Lo siento. No recuerdo. Nunca me he sentido tan estúpido.

De hecho, la situación era muy extraña. No se me ocurrió nada. Caminé por todos los rincones del apartamento, pero nada aquí me recordaba a nada. Miré el armario. Lo abrí y vi una ropa de mujer cuidadosamente colgada, pero no había nada de ropa de hombre. Esto me pareció muy extraño.

- Cristina, ¿dónde están mis cosas? Quizás reconozco algo teniendo mis cosas.

- ¿Tus cosas? - murmuró. - Lo siento, pero no hay nada. Aunque hay un cepillo de dientes, este traje que llevas. Desde luego queríamos traer todo lo demás de tu apartamento alquilado este fin de semana, pero no tuvimos tiempo.

- ¿De mi apartamento alquilado? - exclamé felizmente. - ¿Por qué no me lo dijiste enseguida? Necesitamos ir allí ahora. Debe haber algunas pruebas allí.

- ¿Qué pruebas? – Christina estaba sorprendida o incluso asustada.

- Bueno, lo que me ayudará a entender mi vida pasada.

- Está bien, definitivamente iremos allí mañana.

- ¿Por qué mañana? Podemos ir allí ahora mismo, - insistí.

- Bien. Dime la dirección. - dijo Cristina.

- DIRECCIÓN...

Ésta era otra pregunta cuya respuesta no sabía. Lleno de decepción e impotencia, me senté en el sofá y apreté mi cabeza entre las manos.

- Lo siento, es que nunca había estado allí antes. – continuó ella disculpándose. - Dijiste que la guarida de un hombre soltero no era el lugar adecuado para una chica como yo. No insistí, porque pensé que simplemente te avergonzabas de invitarme allí por alguna razón. ¿No recuerdas la dirección en absoluto?

- Eres tan ingeniosa, - sonreí amargamente.

- No te preocupes, ya verás, que todo saldrá bien. - dijo Christina, se sentó a mi lado y me abrazó por los hombros.




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