Cásate conmigo

Capítulo 37.

Christina.

- ¡Así que ese es su coche! - se sorprendió el camarero. - Qué bueno que vino por él, entonces ya estábamos pensando en llamar a la policía para evacuarlo.

- ¿Y qué pasa con las cámaras de seguridad? ¿Puedo verlos videos? - Insistió Óliver.

- Lamentablemente no. Proporcionamos toda la información sólo a la policía. - respondió el camarero.

- Bien. ¿Puedo hablar con su gerente? – preguntó Oliver y en su voz ya sonaban las notas de orden.

- Él no está aquí ahora. Estará por aquí mañana o pasado mañana. – respondió el chico con claro disgusto. Seguramente no le gustaba escuchar las ordenes de los clientes comunes, que solo pidieron dos cafés.

- ¿Puedo pedirte que me des su número de teléfono? - de nuevo Oliver, en lugar de pedirlo amablemente, ordenó.

- Sí, claro, no tengo esas instrucciones, - se negó el camarero.

- ¡Entiendes siquiera quién está frente a ti! - exclamé intentando salvar la situación. - ¡Es el propio Oliver Huntington! ¡El chef más famoso del país! El viernes pasado estuvo aquí conmigo. Filmamos un reportaje de incógnito sobre el negocio de la hostelería. ¿¡No estoy segura, que tu jefe querrá recibir un comentario negativo que será visto por cuarenta millones de espectadores!?

En ese momento, el miedo y duda apareció en los ojos del camarero y rápidamente corrió hacia la trastienda.

- ¿Por qué le asustaste tanto? Definitivamente no nos ayudará ahora. - dijo Óliver.

- Al contrario, ahora mismo nos ayudará, - respondí convincentemente. – De todos modos, no deberías hablarle así, sino ofrecerle el dinero.

Oliver me miró son sorpresa.

-No me miras así. - Dije enfadada. – Mentí otra vez, pero lo hice por ti.

Bebimos lentamente nuestro café, camarero aun no aparecía, pero desde fuera entró un hombre corpulento de mediana edad y se acercó a nosotros.

- Disculpe, soy el gerente de este establecimiento. ¿Puedo ver sus documentaciones? - preguntó con atención.

Saqué mi carne y Oliver le mostró su pasaporte, que encontró en el coche. El hombre miró atentamente nuestros documentos y dijo:

- Está bien, sígueme.

Salimos del restaurante, entramos por otra puerta al final del pabellón, caminamos por un pequeño pasillo y entramos en una pequeña habitación con una computadora.

- ¿Para qué día le gustaría ver el registro del tráfico en el aparcamiento? - preguntó y se sentó a la mesa.

- El viernes pasado por la tarde. - Respondí.

Empezamos a mirar el video, que nos puso el hombre, pero la cámara no cubría toda el área de estacionamiento. Vi a Oliver llegar y estacionar su bonito auto de modo que la cámara no capturara toda su carrocería, sino solo la parte trasera. Se bajó del auto y se dirigió al restaurante, después de un tiempo reconocí el costado de mi auto. Oliver también la reconoció, porque me miró con aprobación. ¿Finalmente me creó?

Luego otros autos iban y venían, pero no pasaba nada. Finalmente apareció Oliver. Él salió del restaurante, hablando con alguien por teléfono, se paró de pie bajo el toldo, resguardándose de la lluvia. De repente se le acercó un imponente anciano. Su coche parece estaba aparcado delante del coche de Oliver. Discutieron acaloradamente sobre algo durante varios minutos, luego Oliver hizo un gesto con la mano, indicando que la discusión había terminado, se dio la vuelta y corrió bajo la lluvia hacia su auto, pero no llegó. Una rama enorme, llevada por el viento o dirigida especialmente por alguien, no se podría decir con cierta claridad, golpeó a Oliver en la cabeza y éste cayó en un charco.

El hombre con el que estaba hablando corrió rápidamente hacia él y llamó a sus cómplices. Dos jóvenes, uno de los cuales se parecía un poco a Oliver, aunque no estaba segura, porque la imagen no estaba muy buena. Ellos rápidamente lo agarraron por los brazos y piernas y llevaron. Oliver pidió repetir esta imagen una vez más. Luego yo vi un trozo de un coche grande del color negro.

- ¿Podrías enviarme una copia de este vídeo? - preguntó Óliver al gerente.

- Sí, por supuesto, - asintió él. - ¿Su dirección de correo electrónico?

Sin dudarlo, nombré el mío.

- Hubo muchos accidentes esa noche, cayeron árboles por toda la zona, por lo que lo sucedido no era la responsabilidad del restaurante, por lo que no lo denunciamos a la policía. – dijo el hombre.

- Gracias, ahora ya tengo claro de dónde vino ese rascaso. - respondió Oliver, como no le importaba lo que vio, y estrechó la mano del gerente.

Salimos de esta habitación y rápidamente se dirigió al estacionamiento.

- ¿Reconociste a alguien? – Pregunté, siguiéndolo.

- No. - respondió secamente y se dirigió a su coche.

- Espera, ¿qué pasa con ese joven que te llevó? ¿No es este tu hermano? - le grité.

- No lo sé. No me acuerdo. - Oliver me despidió, se puso al volante de su auto e intentó arrancarlo, pero nada funcionó. Al parecer la batería estaba agotada o algo más estaba roto. Quién sabe con qué cosas técnicas estaba lleno su coche.

- ¿Llamemos a mi mecánico? Él vendrá a recogerlo en una grúa, pero tenemos que ir al médico, - sugerí, mirando sus esfuerzos inútiles por arrancar el coche.

- Tienes razón. - él aceptó con pocas ganas.

Llamé al mecánico, le conté el problema que me surgió y le pedí que viniera a recoger el coche. Mientras tanto, Oliver advirtió al gerente del restaurante, que sacarían su coche del aparcamiento en una hora. Después de eso fuimos al hospital. Mientras el médico examinaba a Oliver, fui al consultorio de mi madre.

- ¿Cómo estás? – preguntó ella. - ¿Convenciste a tu Oliver para que se casara contigo?

- No, y no quiero persuadir a nadie. Ya sabes, como decían los viejos, mejor estar sola que mal acompañada.

- Pero a pesar de esto, lo trajiste para que lo examinaran, - sonrió mi madre.




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