Cásate conmigo

Capítulo 40.

Después del salón de belleza Amelia Bearné, más guapa como nunca, decidió entrar en el super, para comprar delicias para la noche con su amante. A ella no le gustaba cocinar para nada, no lo sabía hacerlo y preferiría salir a cenar fuera. Pero Oliver al revés era más casero, le encantaba preparar algo especial para ella y de esta manera lograba ahorrar dinero en restaurantes y discotecas. Amelia no tenía dudas de que él cocinaba en casa sólo por ese motivo. Pero hoy quería discutir todos los matices con Oscar en un ambiente íntimo.

Caminando entre las estanterías con productos ya preparados, metiendo en la cesta sólo las cosas más caras en envases bonitos y brillantes, se chocó con una mujer con traje formal que le pareció familiar.

-Lo siento, - dijo la mujer y siguió su camino.

Amelia la observó. Nada especial, era una mujer de edad desconocida con un incomprensible moño de pelo en la cabeza y ojos como de una vaca asustada. Hay manadas de ellas caminando por la calle o sentadas en algunas instituciones gubernamentales. "Lo más probable es que la haya visto en algún lugar de allí”. - pensó Mimi, pero en ese momento se quedó paralizada de asombro. A esa mujer, con quien acababan de chocarse, se le acercaba lentamente... ¡su prometido! ¡Su Oliver! A quien casi enterró.

Lo último que esperaba era encontrar un fantasma en la tienda. Mimi lo miró con mucho interés y pensó: "No, no es él. Nunca se cortaría el pelo, era su talismán, como de Sansón. Nunca se pondría un chándal, especialmente uno tan feo, porque creía que esa ropa estaba sólo para el gimnasio o salir a correr." Necesitaba mirar más de cerca a ese hombre, así que Amelia se acercó a la caja registradora y miró fijamente la espalda del caballero. Un dolor agudo le atravesó el corazón como un cuchillo, cuando él se giró y la miró, pero no la reconoció. ¡Era él! Ya no había dudas, pero ¿por qué no se acercó a ella? ¿Aún estaba ofendido?

La mujer pagó y la pareja se dirigió hacia la salida.

- ¡¿A dónde vas?! – Amelia gritó como loca. - ¡Párate! ¡Cariño!

Pero la pareja avanzaba hacia la salida, sin prestar la mínima atención a ella y pronto desapareció detrás de las puertas de la tienda.

- ¡¿A dónde vas, loca?! ¡Hay cola aquí! – se indignó el hombre sudoroso, que estaba delante con un carro lleno.

- ¡No la dejes pasar! – gritó una vieja desde atrás. - ¡Es una sinvergüenza! Quiere colarse antes de nosotras.

- ¡Maldita seas! – Amelia la maldijo y puso los artículos que quería comprar en el carro del hombre y intentó pasar por la caja.

– ¿Qué haces? Yo no quiero tu jamón y caviar. – el hombre sacó las cosas de Amelia de su carro y las puso al lado de la cinta.

- Señorita, si no quiere cogerlos, devuélvelos en su sitio, - dijo la cajera. - Sino llamaré a las guardias.

Cuando Amelia por fin salió de la tienda y miró a su alrededor buscando a esa pareja. Su prometido se subió a un coche, se cerró la puerta y ellos se fueron.

-Idiota, - susurró Amelia, mirando al auto. – ¡¿Me cambió por una perra terrible?!

Podría intentar alcanzarlos; recordó la matrícula del coche. Pero era poco probable que numerosos atascos le hubieran permitido hacerlo. Sin embargo, había una alta probabilidad de que no fuera Oliver en absoluto, sino su doble. Después de todo, según las estadísticas, cada persona tiene al menos dos dobles en el mundo. “Tengo que descubrirlo todo yo misma”, - pensó Amelia, sonriendo maliciosamente. Si Oliver estuviera vivo, debería haber trabajado para traerlo de regreso a su red amorosa y no podría salir con Oscar todavía.

Sin perder tiempo, Amelia fue a la oficina de su padre. Por supuesto, podría haber llamado por teléfono para preguntar cómo iba la búsqueda de Oliver, pero prefirió hablar con su padre cara a cara. Bernie Bearné estaba sentado en su enorme despacho y regañaba a un empleado.

- ¿Cómo? Te pregunto, ¿por qué el camión con los materiales se retrasó dos horas? -  gritó.

El pobre empleado murmuró algo en respuesta, lo que enfureció aún más al jefe.

- Papá, tenemos que hablar urgentemente, - dijo Amelia exigente.

- ¡Ahora no! Ya ves que estoy ocupado, - ladró su padre.

- ¡No! Esto es muy urgente. - repitió con el mismo tono y, para mayor persuasión, haciendo a un lado al empleado, se acercó a la mesa de su padre y apoyó las manos en ella.

- Está bien, - estuvo de acuerdo Bernie, se volvió hacia el empleado y añadió. - Te descontaré la sanción de tu salario. ¡Vete! Para que mis ojos no te vean.

El empleado intentó decir algo, pero la mirada severa del jefe lo disuadió de poner excusas, al menos por ahora. Salió rápidamente de la oficina, dejando solos a padre e hija.

- ¿Qué pasó tan extraordinario, que viniste aquí? - preguntó Bearné.

- Acabo de ver a Oliver con una mujer. - respondió Amelia.

- ¡Así que está vivo! – exclamó el hombre. - ¡Gracias a Dios!

- ¿Por qué estás tan feliz? - ella estaba sorprendida.

- Porque ahora puedo dormir tranquilo. - Bernie sonrió.

- ¡Pero no yo! Probablemente no lo entiendas. ¡Estaba con otra mujer!

- Espera, ¿tal vez esa era su empleada?

- ¡Papá, qué empleada! - exclamó la chica. – Oliver se subió a su coche, un coche caro. Cambió mucho y no vino a mí, cuando lo llamé. ¿Entiendes?

- ¿Dónde le viste?

- En un super, cerca de mi salón de belleza. ¿Dónde lo buscaste?

- En la carretera suroeste, no lejos del restaurante donde lo encontré.

- ¿Lo buscaste bien?

Bernie llamó a su secretaria y le pidió que invitara al jefe de seguridad a su despacho. Él vino inmediatamente.

- ¿Dónde buscabas a Oliver Huntington?

- En todos partes. Primero condujimos hasta la ciudad esa. Luego dimos media vuelta y volvimos a la capital. Comenzó un aguacero increíble, luego la riada, que inundó la carretera. Al principio me enteré por mis canales que Oliver no contactó con la policía, pero debido al mal tiempo hubo muchas incidencias en la carretera, así que empezamos a buscar por los hospitales cercanos. Sólo eran dos. En uno, más cercano a la capital, fueron recibidos dos mujeres y un niño. Al otro, en otra ciudad, sólo pudimos llegar por la mañana, porque la policía bloqueó la carretera. Pero Oliver Huntington tampoco estaba allí. Entonces decidimos que se había dejado llevar por la riada. Sobrevivir aquello era imposible, por eso estamos esperando las noticias de mi hombre en la policía, para identificar los cadáveres.




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