Cásate conmigo

Capítulo 41.

Óliver.

- ¿Ya te sientes mejor? -  escuché la voz de Christina a través de un velo de una felicidad incomprensible, pero muy agradable.

- Sí. Gracias por el masaje. - Respondí sentándome en el asiento. - ¿Dónde aprendiste a hacerlo?

- Olvidaste que mi madre es médica, - se rio en voz baja.

Esa risa suya resonó en mi cabeza como un canto de los pájaros del Jardín del Edén. La miré y de repente vi a una Christina completamente diferente. Los botones superiores de su camisa se desabrocharon y una parte de sus pechos aparecieron ante mis ojos. Un mechón de cabello se escapó del moño y tocó la delicada piel de una manera muy seductora. En ese momento ella estaba increíblemente hermosa y yo estaba fascinado de ella. Ella aparentemente se dio cuenta de esto y rápidamente se abrochó los botones.

- No, no lo olvidé, pero no digas que sabes todo sobre todas las enfermedades. - dije alegremente, intentando no avergonzarla.

- Claro que no, es que uno de mis amigos también tuvo migraña. – dijo, poniéndose la chaqueta.

Inmediatamente me di cuenta de que ese amigo no era sólo un conocido, sino algo más para ella.

- ¿Recurrió a menudo a tu ayuda? - Pregunté molesto, sin entender en absoluto por qué esto me molestaba.

- Ahora no importa. - respondió ella, como si no quisiera continuar con ese tema. - Ahora vámonos a casa, debes acostarte en la oscuridad y en silencio, y yo misma haré las compras. Sólo di lo que quieras.

- No, iré contigo. Ya no me duele la cabeza.

- ¿Estás seguro? Creo que no deberías esforzarte. El primer día del ataque de las migrañas es el más duro.

- No te preocupes. Estoy bien. - Respondí y nos dirigimos al super.

En realidad, no iba a comprar nada sólo para mí, pero al final solo elegimos lo que me gustaba. Christina resultó ser completamente sencilla en la comida, al igual que en la ropa. Esto no me gustó, así que pregunté:

- ¿Tienes siquiera un plato favorito?

- Por supuesto, por ejemplo, me gustan las tartas de queso de mi madre y también me encanta cómo prepara la sopa de champiñones y el rosbif.

- Está claro. No hay nada más sabroso que la comida de tu mamá. ¿Qué pides en un restaurante? - Insistí.

- ¿Tienes un interés profesional? - Cristina sonrió.

- Se puede decir así.

- ¿Cómo te digo? No voy mucho a los restaurantes, no me gusta comer sola. - respondió ella con tristeza.

- ¿Pero comes sola en casa?

- Esto es diferente. En mi casa no me siento tan sola, como en un restaurante entre las parejas de enamorados, alegres compañías de amigos y grandes reuniones familiares.

- ¿Quieres decirme que nunca utilizas los servicios de un restaurante? - Me sorprendió.

- ¡Por supuesto que no! A veces voy allá con mi madre o mis amigas, a veces pido comida a casa, y además, si mi trabajo lo requiere, acudo a comidas o desayunos de negocios. En estos casos suelo pedir algún tipo de ensalada o simplemente café, porque prefiero controlar la situación que masticar la comida. – explicó ella.

- ¿Y si simplemente pasas una agradable velada con algún hombre amado? - Finalmente hice la pregunta más importante.

- Entonces, parece que compramos todo. Vayamos a la caja. - dijo ignorando por completo mi pregunta.

Tan pronto como pagó las compras, el mecánico la llamó y le dijo que mi auto está listo y que podía recogerlo en cualquier momento.

- ¿Me puedes llevar ahí? - pregunté.

- Por supuesto.

Media hora después vi mi lujoso coche en todo su esplendor. Se lavaron y se le cargaron la batería. El mecánico todo el tiempo seguía haciéndome elogios sobre mi coche, que nunca había visto nada parecido antes, que era un coche de verdad. No le expliqué que en realidad era una joya, la única en nuestro país.

- Sabes, en realidad, no me sorprendió que la reconociste a la primera en el estacionamiento del restaurante. - dijo Cristina.

- Sí, esto es un regalo del príncipe, para quien trabajé en Europa durante casi diez años. - Respondí.

- Un regalo muy generoso. Háblame de Europa. -  preguntó.

- ¿Nunca has estado en Europa?

- No, no tuve esta ocasión.

- Cuando lleguemos a casa, prepararé la cena y te lo contaré. Pero, ¿por qué no tuviste la ocasión ver la cuna de nuestra historia?

- No, te acostarás en la cama y yo prepararé la cena, aunque ayer exigiste el derecho a la cocina, pero hoy con tu migraña es mejor acostarte. - respondió.

Cristina volvió a evitar responder, aunque en principio tenía razón, diciendo, que debería descansar, porque volví a sentir los latidos en mis sienes. Tan pronto como llegamos, ella insistió en que estacionara mi auto en su plaza del garaje subterráneo, explicándome que un auto así no debería dejarse desatendido ni siquiera por un minuto. Ante todas mis advertencias de que mi coche era imposible robarlo, ella insistió y dejó el suyo cerca del edificio vecino. No encontré ninguna lógica en sus acciones, porque su auto tampoco era nada barato y yo necesitaba encontrarme con Ángel por la tarde para ir a la policía, pero no discutí. Rara vez discutía con las mujeres, que yo recordara.

Al llegar a casa, Christina cerró las persianas en todas las ventanas del apartamento y me llevó al dormitorio.

– Ahora imagina algo relajante, una fuente, un camino en el bosque, una casa antigua de tu infancia. - dijo, acostándome en su cama.

- No lo sé, realmente no recuerdo ninguna casa en el bosque, - sonreí.

- Da igual, simplemente Imagínate algo relajante.

- Tus manos. - dije acercándome demasiado a la chica.

No sé por qué, pero tenía muchas ganas de volver a sentir sus manos en mi cabeza, aunque no sentí ningún dolor.

- Está bien, te daré un masaje. - dijo sentándose en la cabecera de la cama. - Aunque quizás, sería mejor darte una ducha caliente.




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