«íí«
Han pasado dos años desde la partida de Decker y la familia Carson no ha parado de ponerme un ojo encima. Las clases de repostería van bien. Me falta seis meses para terminar. No han intervenido con mis clases de universidad. No he dicho nadie sobre esto, solo Keiran sabe. Pensé que todo iría bien, pero al parecer no ha sido así.
La abuela de los Carson, ha lanzado los papeles de mi curso.
—¿Repostería?
—Son mis clases extras —respondo tranquila—. No han afectado a mi universidad.
Ella ríe sin ganas.
—Estas clases solo son una carga para tu carrera profesional, Antia.
—Señora Emily, le dije que no han interferido en mi carrera profesional —insisto. Ella me lanza una mirada llena de frialdad—. Me graduaré sin complicaciones.
—No pensé que la futura señora Carson, le gustara hornear.
Siempre me ha gustado desde niña.
Era una carrera que iba a escoger en la universidad, pero decidí dejarla a un lado por mi padre. Cada vez que tengo estrés y ansiedad, horneo un postre. Algo que me ha ayudado mucho en mi salud mental.
—Estoy aprendiendo ciertas cosas.
—A Decker no le gustan los dulces —recuerda. Su mirada fría no se va de mí—. ¿No crees que innecesario que aprendas esto?
A él no le gusta el dulce, pero no significa que no me guste.
Además, tengo a otro Carson que sí le gusta comer lo que horneo. No puedo decirle eso. Desde que estudio repostería, Keiran no para de devorar lo que le llevo.
—¿Qué es esto? ¿Es un oso?
—No es un oso, es un gato —indiqué ceñuda. Él sonrió ladeado—. Si no te lo quieres comer, lo haré yo.
—¿En qué momento dije que no lo comeré? —dijo, partiendo el pedazo de dulce—. Me dará diabetes a una edad temprana. Serás la culpable de esto.
—¡Si no quieres comerlo, no lo hagas!
A pesar de sus bromas sobre mis prácticas de repostería, siempre termina de comer mis creaciones. Se siente bien que alguien coma lo que preparo. Aunque a Decker no le guste, no está mal saber preparar postres para las visitas.
—Renuncia a esto.
La sensación agradable desaparece por su declaración.
—¿Señora Emily?
—Termina este curso en esta semana, Antia —repite de nuevo—. No harás nada que sea innecesario para esta familia. Ocúpate solo en tu universidad y….
La puerta de su estudio se abre, apareciendo nada menos que Keiran, el cual, viene acompañado de su abuelo. Han pasado dos años y ha crecido bien hasta convertirse en un joven de dieciocho años. Recién tiene meses estudiando la universidad.
Como dijo antes, se matriculó en la misma universidad que yo con la misma carrera.
—Buenas tardes, abuela —Saluda Keiran con tono tranquilo. Su mirada se desplaza por todo el alrededor, hasta terminar con mirar los papeles de mi curso sobre la pequeña mesa—. Vine a visitarlos un rato. No pensé encontrar a mi futura cuñada en este estado.
Cuando habla así, es que dirá algo problemático.
—Solo vine a hablar con ella sobre algo.
—Abuelo, ¿te acuerdas el dulce que te llevé la otra vez? —dice Keiran—. Dijiste que estaba delicioso. Fue hecho por Antia. No le puso azúcar por tu diabetes.
El señor Benjamín me mira sorprendido.
—¿En serio lo hiciste, querida?
—Sí. Eso…
—Dijo que quería preparar pasteles para tus futuros cumpleaños —prosigue Keiran, mientras sus ojos oscuros se vuelven brillantes—. Sin embargo, al parecer a mi abuela no le gusta que haga eso.
Oh, cielos.
—¿Por qué no? —pregunta extrañado el abuelo Benjamín—. No le veo nada malo. Las muchachas de ahora, les gusta tener un pasatiempo.
La señora Emily, comprime la mandíbula.
—Es innecesario que sepa estas cosas, cuando su futuro esposo no le gustan los postres.
—¿Y qué tiene que ver eso con mi hermano? —pregunta Keiran, dibujando su sonrisa burlona—. Si a él no le gusta, a otros les gustará —Hace una pausa, recibiendo una expresión furiosa de su abuela—. Un claro ejemplo, es mi abuelo.
Ambos se lanzan miradas afiladas.
La señora Emily, toma un respiro y se levanta de mala gana.
—Estoy cansada.
—¿Quieres que te ayude, abuela?
Ella resopla.
—No es necesario. Iré a recostarme.
Medio que desaparece de ahí, Keiran deja de sonreír y voltea a verme. ¡De nuevo ha actuado!
—Estaré gustoso esperando tus postres, Antia —declara el abuelo con una sonrisa gentil—. Son deliciosos. Mientras lo prepares con cariño, todo saldrá bien.
No sé cómo pudo voltear todo a mi favor con facilidad.
Este chico a veces es tenebroso. ¿Es por ser un Carson? El nombrado se acerca a mí y sujeta mi mano para levantarme. Su altura ya me traspasa. Ya no puedo molestarlo como antes porque siento enana a su lado.