EN LA MAÑANA – CASA DE RITA
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El aroma a café recién hecho, mantequilla derretida y canela flotaba en la cocina, como si cada partícula del aire supiera lo que significa sentirse en casa. La luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas blancas, dándole a todo un brillo dorado y suave. Nick estaba sentado sobre una de las bancas de la isla central, con una libreta abierta en las piernas. Sus dedos sostenían el bolígrafo, pero sus ideas estaban lejos.
—¿Todavía con cara de canción incompleta? —preguntó Nika, su hermana, irrumpiendo como siempre: con una rebanada de pan en una mano, un vaso de leche en la otra y su energía contagiosa.
Nick sonrió, cansado.
—Estoy intentando escribir... pero no me sale nada.
—Obvio —dijo Nika, sentándose sin pedir permiso—. Por que tu musa está ocupada ignorándote.
—¡Nika! —protestó él, aunque sin convicción. Sabía que tenía razón.
Entonces apareció Rita, su madre, con su delantal floreado y una bandeja de galletas recién salidas del horno. Su rostro estaba iluminado por esa sabiduría que solo las madres tienen: la que ve a través de las excusas, los silencios y las medias verdades.
—¿Y Rouz? —preguntó con naturalidad mientras servía café—. Hace días que no la veo por aquí.
Nick bajó la mirada a su libreta.
—Está ocupada…
—¿O será que alguien más la está ocupando? —intervino Nika con una sonrisa traviesa—. Como un tal… Adrian.
El bolígrafo se detuvo en seco. La mandíbula de Nick se tensó.
Rita soltó una carcajada.
—Ay, por favor, hijo. Si no espabilas, te van a quitar el mandado. Ya sabes lo que digo siempre: Rouz es un encanto de mujer. Tiene carácter, es graciosa, se ríe con los ojos… y cocina mejor que tú.
—¡Hey! Mis tortas son decentes —refunfuñó Nick, fingiendo estar ofendido.
—Tus tortas sirven para limpiar mesas —agregó Nika, masticando una galleta con dramatismo.
—Además —siguió Rita, sin piedad— Rouz tiene ese no sé qué… ese equilibrio perfecto entre ternura y determinación. Si yo fuera más joven… y hombre, créeme, te la quitaba.
Las risas estallaron en la cocina.
—Mamá, por favor…
—Lo digo muy en serio. Y si la comparamos con esa... ¿cómo se llama? ¿La de las cejas como gaviotas?
—¿Sofía? —dijo Nika con burla.
—¡Esa! Muy bonita, sí. Pero con cara de villana de novela. Mucho labial rojo y planes ocultos.
—¡Mamá! —Nick reía, incómodo y divertido.
Pero no pudo responder más, porque en ese momento, el timbre sonó.
Todos quedaron en silencio.
—¿Esperamos a alguien? —preguntó Nika.
Rita entrecerró los ojos y lanzó una mirada directa a su hijo.
—¿Será Rouz?
Nick se encogió de hombros y caminó hacia la puerta, conteniendo el aliento y esperanzado. Pero al abrirla... su expresión se congeló.
—Hola, Nick —dijo Sofía, impecable, como si la escena hubiera sido escrita por ella misma.
—¿Interrumpo algo?
Desde la cocina, Nika gritó sin pensarlo:
—¡Sí! El desayuno en paz.
Nick tragó saliva y se colocó entre la puerta
—Sofía... ¿qué haces aquí?
Ella bajó la mirada apenas, con fingida humildad.
—Pasaba cerca… y recordé esta casa. Pensé en saludarte.
—No creo que haya mucho que decir.
—¿Estás seguro? —dijo, dando un paso más cerca—. Porque me pareció que aún te importaba…
Nick frunció el ceño.
—No confundas nostalgia con interés.
—Tú puedes decir eso, Nick. Pero tus ojos no saben mentir.
Y justo entonces, como si el universo decidiera subirle el volumen al drama, apareció Rouz al fondo de la calle. Llevaba un paquete entre las manos, decorado con papel brillante y una cinta azul. Venía con una sonrisa ensayada, decidida a disculparse por su ausencia. Pero sus pasos se detuvieron.
Nick. Sofía. Juntos. Demasiado cerca.
El nudo regresó a su estómago. Ese nudo de incomodidad que ya había sentido al verla la primera vez. No sabía por qué… pero le molestaba.
No retrocedió.
Siguió caminando con la cabeza en alto, sonrisa elegante, sin permitir que la incomodidad le robara la postura.