Castillo de ilusiones: algo parecido al amor

Capítulo 1

Londres, abril de 1723, año de Nuestro Señor.

 

La primera vez que vio a lady Charlotte Greville, el conde de Strathmore y Kinghorne no le dedicó más de un par de segundos; su mirada se desvió enseguida a la dama que la acompañaba, lady Phillipa Lyon, su única hermana. Él estaba de pie a pocos pasos de ellas, en uno de los tantos bailes de la temporada social londinense; con una copa de vino en la mano derecha y la cabeza inclinada, fingía escuchar con atención las palabras de una dama que acababa de serle presentada. Sabía que la participación de su hermana en los bailes de la temporada le acarrearía este tipo de inconvenientes, sin embargo, no tenía forma de evitarlos a menos que la joven asistiera a estos sin su supervisión, lo que, por supuesto, no sucedería nunca.

Tras unos minutos de solo asentir y responder con frases cortas a los intentos de la dama y de la madre de esta de entablar una conversación, se disculpó con ellas para continuar sus labores de guardián y chaperón de su hermana; el único motivo por el que estaba soportando el hedor rancio que los humores y perfumes de los presentes impregnaban en el ambiente.

Lady Phillipa lo recibió con una sonrisa y enseguida lo presentó a las damas con las que charlaba, lady Charlotte —hija del conde de Warwick—, y lady Amelie Wilton. A lady Wilton la conocía de vista, coincidieron en un par de bailes antes de este, pero no fueron presentados. La dama era hermosa y de buena familia, hija del anterior conde de Pembroke y sobrina del actual marqués de Bristol, una candidata ideal para ocupar el título de condesa de Strathmore —y a juzgar por la mirada que Phillipa le dirigía en ese instante, su hermana pensaba lo mismo—, sin embargo, no cumplía la condición más importante, la única imprescindible para él… lady Wilton no era tonta. Sus opiniones en algunos temas —en los que las damas no debían siquiera pensar—, demostraban que usaba su mente para algo más que elegir el vestido adecuado para su próximo compromiso social.

Observó a la otra, a la hija del conde de Warwick. Lady Charlotte era menos alta que lady Wilton, incluso con la ayuda de la enorme peluca que usaba le llegaba apenas al mentón. Tenía un rostro bonito, aunque corriente, y un par de ojos grises bordeados de espesas pestañas; nada sobresaliente a su juicio. El mayor atributo físico de la joven lo tenía en el frente, auspiciado por el generoso escote del vestido lavanda que lucía esa noche. Era curvilínea, notó. Mucho más que lady Wilton. Sin embargo, su escasa estatura la hacía ver poco estilizada, por decirlo amablemente. Aun así, no fue esa cualidad la que llamó su atención, sino la insulsa charla sobre lo difícil que fue elegir los zapatitos perfectos para ese vestido en particular.

—¿No son una delicia? —La escuchó preguntar, había levantado un poco las faldas de su vestido y estirado la pierna para mostrar al objeto de la conversación.

—Una gran elección, querida. —La respuesta vino de lady Wilton, quien sonreía a la dama Warwick con cariño y con un brillo juguetón en sus expresivos ojos verdes.

De esa pequeña interacción entre ambas damas, lord Phillip concluyó dos cosas: La primera era que lady Wilton, además de hermosa, era leal y amable. Y la segunda era que acababa de encontrar a su futura condesa.

Luego de que los hermanos Lyon se despidieran de ellas, lady Charlotte borró la sonrisa bobalicona con que obsequiara al conde de Strathmore y Kinghorne a modo de despedida.

—¿Qué tal lo hice? —preguntó en un susurro a lady Amelie, su más querida amiga y a quien conociera al inicio de la temporada, exactamente nueve bailes atrás.

—Perfecta —respondió esta con una brillante sonrisa.

—¿Segura? —replicó lady Charlotte, preocupada.

Lady Amelie asintió.

—Lord Warwick estaría muy orgulloso de haberte visto —apuntó refiriéndose al padre de lady Charlotte—. Lo del zapato ha estado maravilloso. Si no supiera que lo haces a propósito, habría huido de tu presencia en cuanto empezaste a describir los modelos desechados.

Lady Charlotte ocultó una sonrisa pícara detrás de su abanico abierto. Mientras miraba con disimulo a los invitados a su alrededor, pensó que tal vez esto de hacerse la tonta no iba a ser tan difícil. Lejos estaba de imaginar las terribles consecuencias que esto le traería.

 

Londres, principios de junio de 1723, año de Nuestro Señor.

Era una mañana ajetreada en casa de los condes de Warwick. La causa era una nota dirigida al conde que llegó esa misma mañana, lo cual no tendría nada de extraordinario si el remitente no fuera un caballero soltero que pedía una audiencia con lord Warwick. En cuanto la condesa se enteró del asunto, comenzó una serie de preparativos destinados a agasajar a su visitante aun cuando este expresó su deseo de reunirse solo con el conde. Lady Mary, condesa de Warwick, no pensaba dejarlo partir sin haber tomado una taza de té en el salón azul, como mínimo, aunque su objetivo era persuadirlo para compartir la comida con ellos.

Era pasado mediodía cuando el visitante llegó.

—Charlotte, apresúrate —llamó lady Warwick desde el pasillo, caminaba hacia las escaleras, sus manos sostenían sus faldas para evitar pisarlas con los zapatos.

Lady Charlotte, de pie frente a su tocador, respiró profundo —o todo lo profundo que el corsé le permitió—. Tenía las manos sobre el estómago y la mirada fija en el espejo. Le dolía el cuello por culpa de la elaborada y pesada peluca que llevaba, las ballenas del corsé se le encajaban bajo los pechos, expuestos por el escote del vestido beige adornado con delicados tulipanes rosas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.