Castillo de ilusiones: algo parecido al amor

Capítulo 5

Londres, mayo de 1724, año de Nuestro Señor, ocho meses después.

Las sesiones del parlamento trajeron consigo —como cada año—, un hervidero de actividad a la ciudad. La nobleza llegó dispuesta a sacudirse el polvo del campo y entrar de lleno a la vorágine que suponía la temporada social. A excepción de los Warwick, que permanecieron todo el tiempo en Londres; sin embargo, el tráfico en las calles y las invitaciones que llegaban todos los días eran un bienvenido cambio en la rutina; cuando todo el mundo se iba, la vida en la ciudad era tan aburrida como en el campo.

Esa noche tenían el baile de los marqueses de Winchester, lady Warwick se esforzó en prepararse para asistir, pero a último momento se sintió tan agotada que desistió de la idea. Lady Charlotte se ofreció a quedarse también, la perspectiva de toparse con lord Strathmore no la seducía para nada, pero su padre alegó que ya habían confirmado su asistencia y que por lo menos ella debía acudir.

Así que ahí estaba, de pie en el salón de los Winchester en compañía de su siempre fiel señorita Reed. Buscó a lady Amelie con la mirada y enseguida la encontró charlando con lord Hereford y una dama. Iba a ir en su rescate, pero lord Hereford se inclinó un poco hacia lady Amelie y ella pudo tener un vistazo del rostro de la otra dama. Era lady Phillipa, la hermana del conde que rechazó meses atrás, y sus pies se negaron a moverse al reconocerla. Por instinto buscó a Kinghorne entre los invitados, lo encontró a pocos pasos de ellos, hablando con un lord que no reconoció. Dudó unos segundos, ahí de pie, debatiéndose entre la lealtad a su amiga y su propia conveniencia. Su indecisión terminó cuando lady Wilton fue requerida por lady Bristol; la marquesa realizó la misión de salvamento que le correspondía a ella.

—Vamos, milady, debemos saludar a los anfitriones —recomendó su dama de compañía de pie junto a ella.

Lady Charlotte asintió a la señorita Reed y luego se movió entre los invitados para ir en busca de los marqueses de Winchester, mientras lo hacía, el familiar escalofrío —que asociaba con la mirada de lord Strathmore y que hacía tiempo no sentía—, bajó por su columna y se dispersó por todo su cuerpo. Supo entonces que él ya estaba al tanto de su presencia en el baile. En silencio rogó no tener que interactuar con él; el enorme salón y la numerosa cantidad de invitados le daban esperanzas al respecto. Sin embargo, ya debería saber que, en su caso, la esperanza era lo primero que moría; como constató horas después mientras regresaba junto a la señorita Reed tras compartir un baile con lord Midleton, un vizconde entrado en la cuarentena en busca de esposa.

—Un placer verla de nuevo, milady. —Lord Strathmore se detuvo frente a ellas justo cuando el vizconde se daba la vuelta y se alejaba—. Señorita Reed. —Asintió en dirección a la dama de compañía.

—Milord —respondió ella con una corta reverencia.

Lady Charlotte espabiló tras un ligero codazo de parte de su dama de compañía.

—¿Lady Phillipa lo acompaña, milord? —preguntó tras responder a su saludo con la cortesía que ameritaba, es decir, con un «el placer es nuestro, milord».

—Fue ella quien me advirtió de su presencia. —Kinghorne sonrió, pero, por alguna razón, lady Charlotte no encontró alegría ni sinceridad en el gesto.

—Me encantará saludarla —comentó, se sentía tensa, sin saber qué decir o cómo proceder.

¿Cómo debía una tratar a un pretendiente rechazado?

Por más que la pregunta vagó por sus pensamientos desde el inicio de la temporada, no encontró la respuesta. Lo dejó por imposible, diciéndose que cuando tuviera al conde frente a ella sabría cómo actuar —no en valde su madre pasó días enteros instruyéndola sobre modales, etiqueta y buenas costumbres durante su infancia—. No obstante, mientras veía los botones de la chaqueta azul añil de Strathmore, comprendió que estaba equivocada. No tenía la más remota idea de qué decir o hacer.

—Permítame escoltarla. —Strathmore le ofreció su brazo, su expresión era afable, pero ella seguía sin encontrarlo sincero.

—Gracias —respondió, aunque habría preferido excusarse.

La señorita Reed los seguía de cerca, cumpliendo a rajatabla su responsabilidad como guardiana de la joven.

Pronto llegaron al grupo donde se encontraba lady Phillipa. Para descanso de lady Charlotte, su amiga lady Wilton también estaba ahí. Saludó a todos con las cortesías que se esperaban y al cabo de unos minutos la conversación retomó el rumbo. Lord Hereford alardeaba sobre las reformas que acababa de hacer en su casa señorial, su mirada se desviaba cada tanto hacia lady Amelie, la dueña de sus afectos. Lady Charlotte sintió pena por él, su amiga no estaba interesada en su persona y mucho se temía que eso era irreversible. Ella no hablaba sobre el tema, pero la conocía lo suficiente para saber que su corazón ya estaba ocupado por alguien que no era el vizconde.

Aguantó un suspiro, ¿por qué los asuntos del corazón debían ser tan complicados? Miró de reojo a Kinghorne, el conde permanecía en silencio, participando apenas en la conversación; no obstante, a pesar de la aparente indiferencia del caballero, ella notaba su incomodidad. Probablemente preferiría estar en cualquier otra parte y su deber de hermano lo obligaba a soportar el tedio que imaginaba le suponían estas veladas. De vez en cuando sentía su mirada fija en ella, pero no se dio por aludida, por el contrario, a la menor oportunidad tomó a lady Amelie del brazo y la apartó del grupo con la excusa de ir al tocador.




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