Castillo de ilusiones: más que amor

Capítulo 3

El heredero del conde de Warwick paseaba frente a la chimenea encendida del salón de la mansión Strathmore. Una doncella había dejado una bandeja con té y pastas sobre la mesita de centro de la sala, pero él se decantó por una medida de whisky. En los últimos meses se había hecho afecto a esta bebida y a cualquier otra con un poco de alcohol que lo ayudara a sobrellevar la angustia por el secuestro de su querida hermana. Los remordimientos por mantenerlo en secreto, por no alertar a sus padres de lo que estaba ocurriendo, lo atormentaba. Tener que guardarse el dolor y no poder compartirlo con ellos era un suplicio. Solo esperaba que, si algún día llegaban a enterarse, lo perdonaran por su silencio, por haberlos mantenido en la ignorancia.

Tenía semanas yendo en círculos, siguiendo pistas que no lo llevaban a ningún lado. Esa mañana regresó de Stanton. Se sentía devastado. Estaba seguro de que los encontraría ahí. La mujer con la que había hablado días atrás le aseguró que William pagó varios meses de arrendamiento de una casa en ese pueblito de la campiña, la fuente era inmejorable pues fue el marido de esta quien le alquiló la vivienda. Pero no estaban ahí. Nunca llegaron a la casa.

¿Qué ocurrió? ¿Por qué no la llevó a Stanton si ya tenía todo dispuesto?

La posibilidad de que algo irreparable le haya ocurrido a su hermana lo asfixiaba. Apuró el resto del licor, odiaba necesitar la quemante sensación para aliviar la pesadez instalada en su pecho.

Fue hasta la mesa donde Strathmore tenía un excelente surtido de licores para servirse otro tanto, pero la suave voz de lady Phillipa lo detuvo a medio camino.

—Tal vez podría tomar una taza de té —sugirió la muchacha desde el umbral, las puertas estaban abiertas de par en par.

Iba a responderle que, así como a él no le importaba por qué usaba ese horroroso vestido amarillo que la hacía lucir como la yema de un huevo, a ella no le incumbía la cantidad de alcohol que tomara, pero se reprimió; la dama solo estaba siendo amable, no tenía derecho a comportarse como un cretino e insultarla, aun cuando no fuera su asunto si decidía beberse toda la maldita botella.

—¿Me acompañará, milady? —preguntó en cambio.

—No es correcto —pronunció ella; por la manera en se aferraba a las faldas imaginó que debió sonrojarse, aunque por la distancia no podía asegurarlo.

—Yo atenderé a nuestro invitado, mo ghràdh[1]. —La voz de Strathmore sonó a espaldas de lady Phillipa.

—Bienvenido, hermano. —La joven se dio la vuelta para abrazar al conde; si bien sonreía, sus ojos no podían ocultar la preocupación que sentía por él y la situación de su cuñada.

—¿Cenaste, querida?

Lady Phillipa asintió.

—Avísame cuando termines para acompañarte —murmuró la joven y luego se despidió de Greville con una venia.

Tras la salida de su hermana, Kinghorne cerró las puertas a su espalda y luego fue a servirse un poco de whisky.

—¿Recibiste mi mensaje? —cuestionó Frederick, su mano extendida para recibir el decantador que el conde estaba a punto de devolver a la mesa.

Strathmore asintió.

—Encontré a William —dijo tras beber un gran trago de licor.

—¡Dónde! ¡Dónde está ese maldito! —Frederick dejó el vaso sobre la mesa para tomar a Kinghorne de las solapas de su levita—. ¿¡Y Charlotte!? ¿¡Te dijo dónde está mi hermana!?

El conde se vio reflejado en la desesperación de Greville. Comprendía muy bien las emociones que libraba en su interior, pues eran las mismas que él experimentaba, pero no iba a dejar que lo agrediera. Con calma posó su vaso sobre la mesa y luego se deshizo del agarre de su cuñado.

—No. El maldito niega haber participado. Incluso fingió preocupación.

—¿¡Y le creíste!? —Frederick volvió a aferrarlo de la levita, su rostro deformado por la furia.

—Tranquilízate o no podré informarte nada. —El conde volvió a liberarse de su sujeción.

—Tal vez a ti no te importe la suerte de Charlotte, pero ella… —Greville no logró terminar la frase porque el puño de Strathmore se estampó en su rostro.

—Nunca vuelvas a poner en duda lo que siento por ella. —Aunque no gritaba, las palabras de Kinghorne estaban impregnadas de furia. Y no solo por lo dicho por Frederick, sino porque había perdido el control y recurrido al uso de la fuerza física.

Greville movió la mandíbula de un lado a otro para paliar un poco el dolor del golpe que, si bien no lo tumbó, sí le dejaría un moretón.

—De acuerdo —aceptó, absteniéndose de devolverle el puñetazo. Tenían cosas más importantes que hacer que ponerse a pelear entre ellos.

Strathmore procedió entonces a relatarle sus pesquisas a expensas de Newcastle y su posterior visita a Marshalsea, en este punto del relato, Greville pudo evitar expresar su odio por William.

—¡Es un maldito mentiroso! —exclamó colérico, sus pasos acelerados eran amortiguados por la mullida alfombra del salón.

—Lo sé, vi el miedo en sus ojos cuando lo acusé de participar en el secuestro.

—¡Debiste obligarlo a confesar!




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