Castillo de ilusiones: más que amor

Capítulo 4

Temblando de miedo, Cherry se precipitó hacia el otro lado para intentar escapar, pero la mano del conde apresó su muñeca, impidiéndole llegar a la puerta contraria. La arrastró por el asiento y luego la tomó de la cintura para obligarla a bajar del carruaje.

—Gracias por sus servicios. —Escuchó decir a un segundo hombre cuya voz le sonó familiar.

El coche del que acababan de sacarla empezó a moverse y con él se fueron sus esperanzas de tener una vida distinta. Lágrimas de impotencia y rabia escurrieron por sus mejillas. ¿Por qué tuvo que enredarse con William? Nunca pensó que esa supuesta broma tendría terribles consecuencias —para lady Strathmore y para ella—, en realidad, no pensó en nada salvo en las monedas que William le ofreció y que la acercaban un poco más a su tan ansiada libertad.

—Tranquila, cariño, no vamos a hacerte daño. —El segundo hombre le tendió un vaso con agua.

Atontada notó que ya no estaban en el polvoriento camino sino en una cabaña. Tan aterrada se sentía que todo lo que ocurría le parecía irreal. Observó bien al hombre que le dio el vaso y comprendió porqué su voz se le hacía familiar. Era lord Frederick, un cliente regular de Violette e Iris. Esta última decía que era amable y generoso, uno de los pocos clientes a los que disfrutaba servir. Algunas veces, cuando ellas estaban ocupadas con otro caballero, tuvo que atenderlo y comprobó que lo que Iris decía sobre él era verdad. Desafortunadamente para ella, no logró encandilarlo lo suficiente y en sus siguientes visitas seguía solicitando a las otras flores.

Lo miró sin comprender qué relación tenía con lord Strathmore, pero con la certeza de que no estaba ahí para ayudarla.

—Si nos das la información que necesitamos —matizó el conde.

Frederick lo miró con un gesto reprobatorio.

—Cherry, cariño, sé que tienes miedo —continuó Greville—, pero te prometo que, si nos dices todo lo que sabes sobre el secuestro de lady Strathmore, te ayuda…

—Yo… no sé de qué me habla —pronunció en voz baja, pero sin poder ocultar el miedo que sentía, su mirada fija en sus manos que todavía sostenían el vaso con agua.

—No perdamos el tiempo con ella. —Strathmore, quien estaba de pie a pocos pasos de ellos, se dirigió hacia la puerta de la cabaña—. Enviaré un mensaje al capitán Anson para que envíe por ella, estoy seguro de que nos estará muy agradecido por haber impedido que se le fugara otro delincuente.

—¡No, por favor! —gritó levantándose de la silla—. No quiero ir a prisión, yo…

Kinghorne volvió sobre sus pasos y la tomó del brazo, aferrándola con fuerza por encima del codo.

—Tú morirás en la picota si no me dices qué hizo William con mi esposa —advirtió con voz calma, pero sus ojos refulgían amenazantes.

—No lo sabía, juro que no lo sabía. —Cherry se tenía las piernas temblorosas, con apenas fuerza para mantener en pie.

—¿Qué es lo que no sabías, querida? —cuestionó Frederick, con la mirada le indicó a Strathmore que la soltara.

Kinghorne hizo lo que su cuñado le pidió, pero no se movió.

—William dijo que se trataba de una broma, solo tenía que esconderla unas horas…

—¿Dónde? ¿Dónde la escondieron? —El conde volvió a tomarla del brazo, zarandeándola un poco con cada pregunta.

—En el Bluebell —susurró la mujer, lágrimas de dolor escurrían por sus mejillas.

—¡¿Qué estás diciendo!? —La contención de Strathmore se rompió, sin pensar en lo que hacía llevó su mano libre al cuello de Cherry, apretándolo con saña.

—¡Suéltala! —Frederick lo aferró del brazo para intentar liberarla, pero la enardecida fuerza de Kinghorne no se comparaba la suya.

—¡¿Dónde está mi esposa!? ¡¿Qué hicieron con ella!?

Aun cuando Cherry quisiera responderle, la opresión en su garganta le impedía emitir cualquier sonido que no fueran unos horribles jadeos. Sus ojos brillantes de lágrimas comenzaban a cerrarse cuando de repente, la presión desapareció y su cuerpo cayó desmadejado al duro suelo de madera.

Frederick respiraba agitado. El esfuerzo que le supuso dominar a Strathmore había minado sus energías, al final tuvo que darle un golpe con el candelabro que estaba sobre la mesa. Solo esperaba no haberlo matado. Se agachó junto a él para buscarle el pulso y respiró aliviado al comprobar que no, su cuñado seguía tan vivo como hacía un minuto cuando casi asesina a la única persona que podía darles información sobre el paradero de su hermana.

Se irguió y se acercó a Cherry. La mujer tosía y aspiraba grandes bocanadas de aire por la boca, tenía las faldas mojadas por el agua del vaso que terminó en el suelo junto a ella. La ayudó a levantarse y la condujo hasta un sillón ubicado junto a la chimenea. Luego fue por el vaso y lo rellenó de agua. Deseó tener un poco de licor para ofrecerle, seguro que le caería mejor que el agua, el Señor sabía que él mismo necesitaba un trago.

—Respira despacio —aconsejó de pie junto a ella—, toma, bebe un poco —le tendió el vaso.

Cherry lo aceptó. La garganta le escocía por lo que le sobrevino otro ataque de tos al intentar tragar el agua.




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