Capítulo 28

Pensé que era el estrés. Que todo lo vivido me había pasado factura, y por eso me sentía tan mal durante la noche. Me dolía mucho el vientre. Iba y venía el calor, luego el frío. Náuseas, mareos. Era parecido a una intoxicación como la que tuve en la isla, pero esta vez no era el estómago, sino la parte baja del abdomen y los riñones.

Intenté aguantar. Me acurruqué bajo la sábana, temblando, esperando que se pasara. Pero no. Cada hora era peor.

Al final no aguanté más. Salí al pasillo y llamé a los médicos.

— ¿Qué porquería me dieron? — escupí, apenas con fuerza para hablar. — Antes de sus revisiones y vitaminas me sentía perfectamente.

La habitación giró. Por suerte me sostuvieron a tiempo y me pusieron en una camilla. Apenas entendía lo que decían los médicos entre sí. En situaciones de estrés es difícil procesar otro idioma, y su acento convertía todo en un murmullo confuso.

Empezaron a examinarme otra vez. Me sacaron más sangre. ¿Cuánta más van a necesitar? Luego, asegurándome que era completamente seguro, me pusieron una inyección. Solo entonces el dolor comenzó a ceder.

Gracias a Dios, no había periodistas alrededor. Imagina esos titulares: "Rescatada de isla desierta, casi muere en un hospital de lujo".

Después me devolvieron a la habitación. Se sentó junto a mi cama un médico. Hombre mayor, piel aceitunada, gafas gruesas. Me recordó a un topo. Y por eso, curiosamente, me inspiraba confianza.

— Señora Anna, ya tenemos los resultados — habló con un acento que por fin entendí.

— ¿Y qué es? ¿Cólera tropical? Porque debo decir que hasta que llegué aquí me sentía bastante bien.

— No. No encontramos cólera ni otras infecciones. Solo algunos tipos de parásitos intestinales.

Asqueroso, pero no sorprendente. Las normas sanitarias en mi “resort” eran… inexistentes.

— Entendido.

— Pero también tiene hemoglobina críticamente baja y un nivel alto de proteína en la orina.

— ¿Eso es grave?

— Para una persona común, no. Pero durante el embarazo…

Me mostró un papel con tablas, como si eso aclarara algo.

Me faltó el aire. No puede ser. No… no esto. ¿Cómo pasó? Bueno, sé cómo, pero aún así… era demasiado inesperado.

— ¿Embarazo? — repetí, esperando haber oído mal.

— ¿Lo sabía ya o esto es una sorpresa?

— Yo…

No era una sorpresa. Era un golpe en la cabeza. Me quedé sin reacción. En vez de alegría, sentí puro desasosiego.

— Le haré una cita con el ginecólogo para determinar el tiempo exacto y así…

— ¡No!

— No se asuste, es una revisión rutinaria. Necesitamos asegurarnos de que su bebé esté bien. El hambre, el calor, la falta de sueño… todo eso pudo afectar su desarrollo.

Mi bebé. Incluso decirlo sonaba extraño.
Nunca planeé tener hijos. Mucho menos con un hombre que ahora mismo se esconde en medio de la selva.

Con un hombre al que amo. Que sueña con tener una hija.

Intenté controlar mis emociones. ¡Piensa con frialdad, Tsybulyak! ¡Nada de pánico! No puedes cometer errores.
Nadie debía enterarse del tiempo exacto de embarazo. Si lo descubren, sabrán que no estuve sola en la isla.

— No quiero alarmarla — siguió diciendo el médico —, pero existe la posibilidad de que este embarazo tenga complicaciones.

— Lo sé — logré articular. — Aun así, me niego. El seguimiento de este embarazo lo haré exclusivamente con médicos ucranianos. No se ofenda, pero su sistema de salud no se compara con el nuestro.

El hombre-topo se encogió de hombros con gesto resignado.

— Es su derecho.

Recogió sus papeles y estaba por salir de la habitación cuando le dije:

— ¡Y recuerde que esto es confidencial! Si la prensa se entera de mi embarazo, ¡los voy a demandar a todos! ¿Está claro?

— Clarísimo — asintió el doctor. — No se preocupe. Nadie lo sabrá.

Solo cuando se fue, sentí la incomodidad de mi reacción. Nunca había tratado así a alguien que solo intentaba ayudarme.

Mi corazón latía tan fuerte que parecía escucharse hasta en la habitación de al lado.

Embarazo.