Castillos de arena

Epílogo

Cinco años después. David

Kira y yo paseábamos por el zoológico. Ella comía palomitas y observaba con curiosidad a cada animal. Pasábamos mucho tiempo juntos, pero era la primera vez que íbamos al zoológico. No me gustaban esos lugares, porque los animales en los recintos me recordaban a prisioneros. Si no hubiera recapacitado, ahora mismo estaría sentado detrás de una valla de alambre de espino.

—¡Mira, papá! —exclamó la pequeña, tirándome de la mano—. ¡Ahí hay un mono como en la película de mamá! ¡Es igual!

Hacía poco que le habíamos permitido ver esa película, así que las impresiones de lo visto estaban frescas, y las preguntas sobre la supervivencia en una isla desierta caían a cántaros. Ania y yo decidimos no contarle la verdad a Kira al menos hasta que fuera mayor de edad. Algún día, sin duda, se enteraría de cómo fue todo en realidad. Quizás incluso escribiera un libro sobre ello, pero más adelante, cuando estuviera preparada.

—Es un orangután —me detuve frente a la pared de cristal que nos separaba de la familia de primates—. Realmente se parece al que estaba con mamá en la isla. Solo que menos asqueroso y no huele tan fuerte.

—¿Ese era apestoso? —Kira se rio.

—¡Pelirrojo era terriblemente apestoso! Especialmente cuando se mojaba bajo la lluvia. Créeme, las flores se marchitaban con su hedor…

—¡¿Pelirrojo?! ¡Pero si ese es nuestro apellido!

—Qué coincidencia —sonreí—. En la película no tenía nombre, pero en realidad mamá lo llamó así en cuanto lo vio por primera vez. Por el color de su pelaje, rojo fuego. Por cierto, ¿sabes que ella lo salvó dos veces?

—¿Dos veces?

—Sí. La primera vez, cuando casi se asfixia durante un incendio. Mamá no se rindió y le hizo un masaje cardíaco indirecto hasta que volvió a respirar.

—¿Y la segunda vez?

—Cuando lo salvó de la soledad. Pelirrojo era el único orangután en la isla. La compañía de los pequeños monos no le interesaba, así que siempre venía a mamá, la observaba, la entretenía e intentaba hacerse amigo de ella. Cuando la evacuaron, empezaron a venir periodistas a la isla y ellos también se fijaron en el orangután, que anhelaba mucho la comunicación, e informaron de él a los ecologistas.

—¿Y qué hicieron ellos?

—Decidieron que había que sacarlo de la isla.

—¿Al zoológico?

—No, lo trasladaron a una reserva. Es un área grande y protegida que se asemeja a las condiciones de su hábitat natural. Pero allí hay muchos de sus congéneres, y también personal especializado que se encarga de la salud de los animales.

—¿Le gustó allí?

—Estoy seguro de que sí. En casa te mostraré un video sobre él. Allí cuentan que pronto Pelirrojo encontró pareja —una hembra igualmente apestosa llamada Fiona. ¡Se enamoraron y hasta tuvieron descendencia!

—¡Bebés!

—Sí. Pequeños orangutanes pelirrojos.

—¡Qué guay! Me gustaría ver a Pelirrojo y a su familia.

—Quizás algún día nos veamos. Yo también lo echo de menos…

—Pero si nunca lo has visto —me miró por debajo de la frente. Oh, esa mirada la había aprendido de su mamá.

Me mordí la lengua. Cogí un poco de palomitas de su cubo y me las eché a la boca.

—No lo he visto, pero he oído tanto sobre él que a veces me parece que yo mismo he estado en esa isla… —cogí a Kira en brazos—. ¿Seguimos?

—¡Vamos! —agitó la mano a los orangutanes detrás del cristal—. ¡Adiós, amigos!

♥FIN♥

Dedico este libro a mis queridas lectoras. Ustedes son mi fuerza.

Mi grupo de apoyo más poderoso. Solo gracias a ustedes esta historia sigue viva.

Sean fuertes, como Ania. No pierdan la positividad, como David. Y que un milagro seguramente suceda en su vida, tal como le sucedió a Pelirrojo.

¡Un abrazo muy, muy fuerte!



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En el texto hay: humor, aventuras, muy emotivo

Editado: 22.05.2025

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