Cataleya

Capítulo 23 Proponerle ir a mi departamento

Dylan.

Despierto muy temprano, miro el reloj en mi muñeca: son las 5:30 a.m. Qué temprano es, pero la verdad es que no acostumbro a dormir en una cama tan pequeña y lo de ayer no me dejó tranquilo.

Dejo de lado esos pensamientos, me levanto de la incómoda cama y camino despacio hasta el cuarto de baño. Antes de entrar, me detengo un momento, deleitándome con su imagen. Es tan bonita, incluso cuando duerme. Pero es una fierecilla que pronto controlaré a mi merced. Hago pis, luego lavo mi rostro y enjuago mi boca. Una vez más, me deleito con su lindo rostro dormido.

Saco el móvil de mi bolsillo y noto unas llamadas perdidas. Las ignoro y busco la aplicación de la cámara. Le tomo algunas fotos. Bajo a la pequeña cocina y preparo el desayuno: tortillas, jamón, zumo de piña y leche fría. Es lo único que encuentro. ¿Quién diría que el gran Dylan Maxuel estaría preparando el desayuno para una mujer, ni siquiera para Merlinda, que fue mi novia durante años?

Respiro hondo. No entiendo por qué pienso en esa mujer que solo me trae dolor al recordarla. Después de una media hora, termino de cocinar y pongo el desayuno en el comedor.

Unos pasos llaman mi atención y miro hacia las gradas. Cataleya viene bajando junto a su hija. Ella viste un shorts cortos, una remera con mangas cortas hasta el hombro y sus Converse. Se ve hermosa y a la vez infantil con su cabello rubio peinado en una trenza, mientras Aleyna está vestida con un hermoso vestido floreado y sus zapatitos negros.

—Buenos días, Bellas Durmientes —comento sonriente.

—Buenos días, papi Dylan ¿Tú has preparado el desayuno? —pregunta la niñita.

Cataleya rueda los ojos. Se nota que no le agrada la idea de que Ale me llame papá, pero bueno, me lo he ganado.

—Buenos días, Dylan. Esto es una grata sorpresa —dice señalando el comedor—. Tú preparando el desayuno para nosotras, eso es meramente increíble —comenta alzando sus finas cejas.

—Pues aunque no lo creas, querida novia, yo les he preparado el desayuno. Espero que lo aprovechen.

Ella suspira y camina hasta el comedor.

—Ale, debes beber mucha leche para que crezcas saludable —le digo a la niña.

—Sí, papi —responde ella con una sonrisa. Por suerte, no tiene el horrible carácter de su madre. Le sirvo un poco de leche fría a la niña y a Cataleya, zumo de piña.
Los tres estamos sentados desayuno en silencio mientras que mi mente divaga en cómo convencerla para que salga de esta casa, quiero llevármela de aquí es inseguro podrían hacerle daño a ella y a Ale, Tendré que hablar y convencerla.

—Muchas gracias por todo, Dylan.

—¿Por qué? —pregunto desconcertado, ya que no le presté atención hace un momento.

—Te decía que muchas gracias por acompañarnos anoche y por el desayuno —mientras habla, puedo notar cómo sus mejillas tornan rojizas. Se ve tan encantadora.

—No fue nada, preciosa —suspiro y decido proponerle algo importante—. Cataleya, quería proponerte algo muy importante. No sé cómo lo tomarás, pero creo que estarás más segura.

Ella arruga la frente sin entender a lo que me refiero.

—Puedes explicarte, no te entiendo —suspira, bajando la cabeza. No sé cómo empezar a decirle que deje esta casa para que se vaya a vivir a mi departamento—. ¿Y entonces, qué pasa, Dylan? —pregunta, cruzándose de piernas.

Trago saliva, sin entender por qué tengo tantos nervios.

—Quería proponerte que te vinieras a vivir a mi departamento —sus ojitos verdes esmeralda se agrandan sorprendidamente.

—¡Oye, estás loco o qué! Aún no nos hemos casado y me pides que viva contigo —oh, qué desesperante es esta mujer, no me deja terminar de hablar.

—Dios mío, mujer, eres exasperante. Déjame terminar la conversación y luego grita como una loca si quieres.

—¡Me estás llamando loca! ¡Ah, mira qué lindo, el loco eres tú, no yo! —me grita, señalándome con un dedo. Realmente, está cabreada. Ale nos mira sin pestañear. Está mal discutir enfrente de una niña.

—Cataleya, calma, ¿no ves que Aleyna no deja de mirarnos? —resoplo varias veces, me levanto y me acerco a la niña.

—Mi amor, ¿qué tal si vas a cepillarte los dientes mientras Dylan y yo terminamos de hablar? —le sugiere a la niña.

—Están jugando a la pelea de gritos.

—Um, pues sí, mi amor, algo así, supongo.

—Bien, mami, me voy a cepillarme los dientes mientras juegan a la pelea, luego vamos a ver a mi abuelita.

—Sí, mi amor, ve, apúrate —la niña sube las gradas rápidamente.

Cataleya me fulmina con la mirada. Qué irritante es. ¿Podré con ella cuando nos casemos?

—Y bien, ¿qué locura es esa de ir a vivir contigo? —sigue con lo mismo.

—Por qué no esperas a que termine de hablar.

—Entonces, hazlo de una jodida vez.

—Te estoy proponiendo que te vayas a vivir a mi departamento con la niña y tu madre. Yo me quedaré en la mansión hasta que nos casemos. ¿Entiendes ahora?

—Me lo pensaré. Ya sabes, esta casa es de mi mamá, aquí creció Ale y pues la verdad no estamos seguras, pero quién sabe, si contigo fastidiando todo el tiempo, estemos igual de seguras —ríe despacio, cosa que es difícil ver en ella. Paso mi mano derecha por mi cabello, realmente tendré que tener paciencia con ella—. Está bien, iremos a vivir a tu departamento mientras Frania se recupera. Ella aún no saldrá del hospital. Y pues no sé qué pasará cuando nos casemos.

Se me estaba olvidando la señora Francela. Está recibiendo una fuerte terapia que dura posiblemente dos o tres meses. Eso significa que aprovecharé el momento para conquistar a Cataleya y dejarla rendida a mis pies. Ella no podrá resistirse a mí.

Cataleya y yo nos casaremos dentro de dos meses. Primero debo presentarle a mis tíos y primos, y luego pedirle formalmente que se case conmigo. Deberemos dar un gran espectáculo.

La dulce voz de mi novia me saca de mis pensamientos.

—Dylan, ¿qué te pasa? Te hablo y no respondes, pareces que estás en otro mundo.




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