Cataleya

Capítulo 32 El Ruso Nikolai

Dylan

 

Un mes ha transcurrido y puedo decir que amo a mi esposa como un maldito demente. Mi vida junto a ella es única; despertar a su lado y sentir su delgado cuerpo junto al mío me hace sentir el hombre más feliz de la tierra. Compré una casa de dos plantas con un hermoso jardín, alberca y un pequeño parque para Aleyna. Mi suegra vive con nosotras, pero por suerte mi esposa le dejó claro que no se metiera en nuestra vida de casados. Y eso está más que claro.

Dejando de lado ese asunto, le tuve que mentir a Cataleya diciéndole que no es necesario que ocupe anticonceptivos, ya que eyaculo fuera de ella o disimulo usando preservativos. A pesar de amarla tanto, no pienso quitarme la idea de embarazarla. En el momento íntimo ambos nos encontramos en otra dimensión, gozando y sumergidos en nuestro deseo y placer, que ni cuenta nos damos cuando he acabado dentro de ella.

Creo que a esta altura, Cataleya debe estar embarazada. Bajo al salón y la veo sentada junto a su madre.

—Buenos días, señora Francela —la saludo levantando las manos.

—Buen día, Dylan —dice desganada. Me acerco a mi esposa, ella se levanta y me abraza.

—Preciosa, al salir del trabajo quiero que te arregles para que salgamos a bailar, ¿está bien?

—Sí, está bien. Umh, Loyda preparó café, ¿deseas un poco?

Niego sosteniendo su mentón.

—No hace falta, amor. Se me ha pasado el tiempo —sonríe de lado y asiente. Acerco mis labios a los suyos, desearía profundizar el beso para tener su sabor todo el día, pero no puedo porque mi suegra está sentada frente a nosotros.

Me separo y dejo un pico en la punta de su nariz.

—Te amo, mi amor —expresó embobado por ella.

—Yo también —respondió, esbozando una hermosa sonrisa. Saludo a Ale con un beso en la mejilla y salgo de la casa con rapidez.
Subo a mi Renault y conduzco a toda velocidad. Hoy tendré un importante inversionista en la empresa y no puedo perder esa venta. A los 20 minutos llego, estaciono mi coche en el estacionamiento, activo la alarma y el seguro. Al subir al ascensor, presiono el botón que indica mi oficina.

A los pocos segundos, el ascensor se detiene. Salgo y saludo a mi secretaria. Entro al despacho, me quito el saco y lo dejo en el respaldo de la silla. Como siempre, María entra con los documentos en la mano.

—Buenos días, señor.

—Buenos días, María. Dentro de unas horas vendrá un inversionista muy importante. No dudes en dejarlo pasar sin interrupciones. Ahora puedes retirarte.

—Sí, señor.

María deja los documentos y sale de mi despacho. Mientras hojeo los documentos, sonrío al ver que nuestro porcentaje en ventas ha aumentado considerablemente. Mi móvil suena indicando un mensaje, pero no le presto atención.

Sigo trabajando, firmo los documentos y la planilla de pagos. Nuevamente mi móvil suena, esta vez con una llamada entrante.

Saco el móvil de mi saco y al mirar el remitente, contesto.

—Hola, papá. ¿Cómo estás?

—Muy bien, hijo. ¿Y tú?

—Bien, muy bien. Las ventas de los automóviles han aumentado asombrosamente.

—Me imagino, ya que mi hijo es único en esa materia —dice orgulloso, y yo sonrío por sus halagos. —¿Cómo va tu matrimonio? —pregunta nuevamente.

—Muy bien, padre, gracias.

—Espero que pronto me regalen un nietecito.

—No lo dudes, padre. —Al terminar de conversar un buen rato con papá, decido seguir revisando los documentos de venta y preventa.

Tocan a la puerta, me levanto y me pongo el saco. María entra y junto a ella entran tres señores.

—Tomen asiento, señores —digo señalando las sillas acolchonadas.

—Muchas gracias —habla el más joven de los tres. Su acento es ruso. Es un hombre alto y de buen parecer.

—Me presento ante ustedes, soy Dylan Maxuell.

—Mucho gusto, Nikolai Petrov —dice, extendiendo su mano.

—El gusto es mío, señor Petrov —él es el único en presentarse, parece que los otros son sus guardaespaldas.

Empezamos a conversar animadamente, les muestro los planos de la empresa y cómo trabajan los vendedores. Me informa que él está representando a su padre, ya que este está enfermo. Pasan las horas mientras charlamos sobre los tipos de automóviles que tienen más demanda, les muestro los diseños y marcas.

Su mirada se posa en mi escritorio.

—¿Ella es tu esposa? —pregunta, viendo la fotografía que tengo sobre el escritorio, en la que aparecemos Cataleya y yo abrazados.

—Sí, ella es mi esposa, la mujer de mi vida —comento seguro.

—Disculpa el atrevimiento, pero es realmente muy bonita.

—Sí, lo es. Muchas gracias.

—No es nada, señor Maxuell, tienes buen gusto.

Asiento sin quitar mis ojos de él, ya que no deja de mirar la foto. Uno de los señores que no ha abierto la boca para nada le dice algo en ruso, del cual no tengo ni idea de lo que le habla.

—Bueno, señor, mis hombres vendrán por los autos, mañana tendrá el cheque depositado. Me despido de usted, espero que podamos juntarnos un día y tomar unas cuantas copas —dice sonriente. Me levanto de mi silla y lo saludo.

—Cuando quieras, te invito una copa, y espero que los autos sean de tu agrado.

—Le avisaré, señor. Gracias por tu atención.

Los acompaño hasta la puerta, los guardaespaldas me miran y luego se van. Me pregunto por qué sus ojos plateados se oscurecieron al ver la fotografía de mi esposa. ¿Acaso le gustó? No lo dudo, ella es única. Sacudo mi cabeza para dejar esos pensamientos atrás.


********

Al llegar a casa Aleyna me recibe como siempre. Entró al interior de la casa y veo a mi suegra sentada, la saludo y subo en busca de mi esposa.

—¿Ya estas lista mi amor?— pregunto al verla de pie cepillado su cabello rubio. Se ve realmente hermosa con su vestido negro hasta la rodilla, es algo escotado, sus pies ocupan botines color negro. Su rostro un poco maquillado.

—Sólo déjame que termine, entra y tomate una ducha.




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