Cataleya

Capítulo 36 Desesperado

Dylan

 

Me sonríe levantando sus cejas, su belleza única me hipnotiza. Hago lo que me pide, la levanto de la cadera y me adentro en su interior, deleitándome con su estrechez. Ambos experimentamos una explosión de placer mientras nos movemos lentamente, nuestros jadeos llenan la habitación.

—Te amo, mi fierecilla —le susurro mientras ella explota en éxtasis, y yo la sigo segundos después. Después del delicioso encuentro, nos duchamos juntos, acariciando nuestros cuerpos. Al terminar, nos recostamos en la cama.

Ya era más de las 9 de la noche, pero tengo la necesidad de preguntarle qué le estaba diciendo el ruso. ¿Se conocen?

—Dylan —me llama, sacándome de mis pensamientos hacia ese maldito ruso, con quien ya no deseo tener ninguna relación.

—Dime, mi amor —respondo, mostrando seguridad.

—Espero no molestar con lo que te voy a pedir —dice, mirándome seriamente.

—Nada de lo que tú me pidas es una molestia —aseguro.

—No conozco a ese hombre, pero no me agrada para nada. Al salir del tocador, me detuvo sujetando mi cintura —explica, frunciendo el ceño. Aprieto los puños con fuerza, sabiendo que ese hombre tiene un interés indebido en mi esposa. —Empezó a decirme cosas absurdas que no me agradaron, y quiero pedirte que cortes la amistad con él.

Resoplo, liberando todo el aire contenido.


—Me lo hubieras dicho al instantes y te juro que le rompería la cara de inmediato, descuida mi amor mañana mismo cancelo todo trato con él.

—Gracias amor.

Acuno su cabeza en mi pecho mientras acaricio su espalda desnuda. Conversamos un poco sobre nuestros futuros bebés, y sin darnos cuenta, nos entregamos en los brazos de Morfeo.

*****

Cinco meses después...

Durante este tiempo, he sido increíblemente feliz junto a mi familia. Cada día, semana y mes me enamoro más de mi esposa. Desde que la conocí, he cambiado; soy un hombre diferente al que solía ser. Gracias a ella, mi pasado quedó atrás, pero sé que las heridas del pasado siempre están presentes. A veces, despierta agitada y sudorosa, como si el pasado la persiguiera. Cuando le pregunto qué sueña, siempre responde con su gemela.

Por otro lado, la señora Francela está cada vez más convencida de que su hija está embarazada y feliz conmigo. Dejando de lado todo lo sucedido en estos meses, hojeo el periódico de hoy y me sorprende ver a Merlina en primera plana, besándose con el ruso Petrov en una fiesta que él organizó hace días y a la que nos invitó a mí y a Cataleya. Después de cortar la amistad con él, insistió en comprarme el doble de autos, pero me negué, sabiendo que su único motivo era acercarse a Cataleya. La pregunta que me atormenta es ¿por qué?

Me frustra pensar en estas cosas.

Al terminar, decido ir a casa, pero me detengo en una avenida y se me viene a la cabeza el motivo por el que me casé con ella. Quisiera confesarle la verdad del plan que había ideado. No estoy tranquilo; tengo la necesidad de confesarle. Solo espero que lo tome con tranquilidad y que entienda el motivo por el cual la embaracé tan pronto. Antes de arrancar, miro hacia el parque y veo a un hombre extraño que me mira fijamente. Está sentado en el suelo y parece un vagabundo, pero esos ojos me resultan familiares, a pesar de la suciedad en su rostro.

El sonido de varios cláxones me hace desviar la mirada. Avanzo intrigado por el parecido de ese hombre con mi esposa. Estaciono el auto en el garaje y entro a la casa, pero no veo a mi esposa. Pregunto al personal de servicio y me informan que está en el jardín. La veo jugando con Aleyna, ambas riendo a carcajadas.

—Hola, mi amor, ¿cómo ha sido tu día? —saludo.

—Bien, y más aún con estos bebés que se mueven con locura —responde, sonriendo.

Me siento a su lado y acaricio su abultado vientre. A pesar de que Cataleya no quiere hacerse el ultrasonido, algo me dice que ambos son niños. Después de cenar, estamos recostados en la cama, acariciando su vientre y conversando con nuestros gemelos. Sin pensarlo mucho, decido confesarle que la embaracé a propósito.

—Amor, solo espero que no te enojes después de mi confesión —le digo, notando su ceño fruncido. Suspiro hondo, tomo sus manos y continúo. —Sabes por qué decidí buscar esposa.

—Sí, me dijiste que era por tu papá —responde, con la mirada seria.

—Sí, pero no solo por eso, también porque él anhelaba tener nietos.

Sus ojos se agrandan y su rostro se vuelve serio. Bajo la cabeza, incapaz de mirarla a los ojos.

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunta, con voz llena de rabia. Trago saliva y respondo.

—Mi plan fue embarazarte a propósito para darle un nieto a papá —suelta sus manos, y yo siento un nudo en la garganta. Ella se levanta de la cama, sostiene su vientre y camina de un lado a otro.—Perdóname, mi amor, yo te amo. Me enamoré de ti antes de la boda, pero tenía que cumplirle a papá, él está muy enfermo —digo, levantándome y abrazándola.

—Me lo pensaré, por ahora solo deseo descansar y pensar si mereces mi perdón —responde con dureza.

Me arrodillo y la abrazo de la cintura.

—¡Ya está, Dylan! Levántate, por favor —niega con la cabeza, y siento un horrible miedo de perderla.

—Perdóname —suplico por tercera vez, con un nudo en la garganta.

—¿Crees que todo es fácil, verdad? —dice entre lágrimas.

—Pero te amo, y solo quería cumplir para que él pueda disfrutar con un hijo mío, está enfermo.

—¡No es excusa, maldita sea! —grita, entre sollozos.

—No te alteres, no en tu estado —le pido, tratando de tranquilizarla.

—Dame tiempo, además, mis hijos no pueden estar sin su padre —dice, limpiando sus ojos verdes Esmeralda.

La beso en la frente, la recuesto en la cama y la abrazo por la cintura.

—Perdón, mi amor —susurro una vez más.

***

Estoy en la empresa, ya falta poco para salir. Terminé de firmar unos papeles y vuelvo a llamar a Cataleya, pero no contesta. He intentado cientos de veces y nada. Sé que sigue enojada conmigo, y no es para menos. Me lo merezco por idiota.




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