Cataleya

Capítulo 37 Secuestro

Cataleya

Salí con Aleyna para comprar algunas cosas para mis bebés. Ella quiso elegir los mamelucos y gorritos de diferentes colores y estilos, y al final solo compramos cinco conjuntos. Salimos del centro comercial y subimos a un taxi rumbo al Central Park.

—¡Mami, mira los globos voladores! —grita mi nena emocionada. Pasamos la mañana disfrutando de los diferentes juegos, compramos helado y algunas otras golosinas para comer.

—Mami, voy a ver a los payasitos —me dice Aleyna.

—No te alejes mucho —le advierto.

—Sí.

Mientras Aleyna se divierte, yo observo los diferentes peluches del tamaño de Ale colgados en una tienda, supuestamente en rebaja por la feria de hoy. Suspiro cansada, ya es muy tarde y debemos irnos. Saco mi móvil y veo varias llamadas perdidas de Dylan. No me había percatado. Estoy enojada con él, pero entiendo el motivo por el cual se casó. Lo que no me agrada es que me lo haya dicho hasta ahora. Por esa razón, decía que no era necesario ocupar métodos anticonceptivos, ya que su plan era dejarme en este estado. Es un idiota, pero lo amo. Lo castigaré un poco, ya verá. Dejando de lado esos pensamientos, busco a Aleyna con la mirada, pero no está entre los espectadores.

Camino alrededor de donde están los payasitos, pero no la encuentro. Mi piel se eriza al escuchar la voz gruesa de ese tal Nikolai hablándome.

—¿Buscas a tu pequeña? —me dice, mirándome con diversión.

—¿Quién le dijo a usted que estoy buscando a mi hija? —le replico con dureza, tratando de mentir. —Está equivocado, no busco a nadie.

Se acerca unos pasos hacia mí, saca su móvil y me muestra una foto donde mi pequeña está amarrada y con la boca sellada. Los ojos me pican y mil pensamientos cruzan mi mente.

—Tú tienes a mi hija, pero ¿cómo? ¿Y por qué? —pregunto, con voz temblorosa.

—Ven conmigo y a ella no le pasará nada —dice, bajando su mirada hasta mi vientre. Levanto las manos y me alejo.

—¿Qué quiere de mí? No lo conozco.

—Pronto lo sabrás. Mientras tanto, tú decides si vienes conmigo o recibes el cuerpo de tu pequeña y ves cómo estos pequeños mueren dentro de ti —dice, sonriendo malévolamente.

Mi cuerpo tiembla, sujeto mi vientre con fuerza y siento que voy a colapsar.

—Llévame con mi pequeña, por favor.


*******

Nikolai me tiene agarrada de la cintura mientras me lleva a una gran casa, donde a cada rincón hay dos guardias de seguridad.

—¿Dónde tienes a mi hija? —pregunto, ya alterada.

—Sssh, calma, preciosa. Ella está en una de estas tantas habitaciones. Ya te dije, si te portas bien, ella estará bien.

—Eres un maldito, perro... —grito furiosa. Él ríe a carcajadas y, sin darme cuenta, me propina una bofetada en el rostro. Luego, me sujeta del cuello con fuerza y vocifera airado.

—¡Es la última vez que me insultas! Te aseguro que haré que veas a tu hija ser violada por mis hombres.

Niego, zafándome de su agarre. Al soltarme, toso repetidas veces, tratando de respirar y expulsar el aire. Este maldito animal sería capaz de caer tan bajo. No puedo permitir que se repita lo que pasó hace ocho años. Este hombre debe ser un maniático.

Las horas pasan y aún no he podido ver a mi pequeña. No sé si llora asustada o si tiene hambre. Por Dios, la maldad nos persigue. Faddei era el que atraía a los mafiosos como si fuera un imán, pero él está muerto y esto es extraño. Suspiro exasperada.

Encima, el maldito ruso me ha quitado el bolso y me ha dejado encerrada en esta habitación junto a dos guardias. No puedo comunicarme con Dylan; él y mamá deben estar preocupados por mí y por Aleyna. La puerta de la habitación se abre y mis ojos se abren al máximo al ver a Merlina junto al ruso.

Ahora todo encaja.

—Mira a quién tenemos aquí. Te lo había advertido y no obedeciste —su voz áspera me provoca arcadas.

—Ya veo que solo así puedes separarme de mi hombre —digo sarcástica.

—Te equivocas. Yo solo estoy ayudando un poco. No tengo nada que ver en lo que este guapo quiere de ti —responde, sonriente. Su rostro se desfigura, se acerca a mí y me mira con odio. No le demostraré miedo si es lo que piensa.

—¿Qué te crees, estúpida, para hablar de esa manera?

Me encojo de hombros, ignorándola. Ahora otra cosa ronda mi cabeza: saber el motivo que tiene este hombre conmigo.

—Nikolai, ¿qué quiere usted de mí? —pregunto, sin quitar mis ojos de él. Él camina y le dice a Merlina que salga de la habitación. Ella lo besa y sale moviendo su trasero.

—Pregúntame lo que quieras —espeta, mordiéndose el labio. Se sienta al borde de la cama y me hace señas con la mano para que comience mi cuestionario.

—¿Qué quiere de mí? —es lo primero que pregunto.

—Todo —dice, seguro.

—No entiendo. ¿A qué se refiere con "todo"?

—Tú tienes algo que mi padre y, por supuesto, yo deseamos.

Nuevamente lo miro, confundida, sin entender qué significa "todo". Yo no tengo nada de ellos... ¿su padre? ¿Quién es su padre?

—¿Quién es tu padre y qué es lo que deseas de mí? —pregunto, nuevamente.

—Te seré más claro. Parece que no captas —dice, maldito imbécil.

—El mapa en tu espalda. Eso es lo que quiero, en primer lugar —oh, Dios mío, ¿cómo lo sabe?—. Y te quiero a ti como mi mujer.

—¡Estás loco! Y yo no sé de qué mapa estás hablando —digo. Él sonríe y me sujeta de los hombros, tratando de desnudarme, pero forcejeo con él.

—¡¿Qué haces?! ¡Suelta! —grito, luchando para liberarme. Sus manos son fuertes, me recuesta en la cama de lado y arranca mi vestido, dejando mi espalda y pechos descubiertos.

—Te conozco muy bien, Catalina Volkat. Tú eras ciega y, al morir tu gemela, Cataleya, te hiciste pasar por ella. No te diste cuenta de que estuvimos vigilando tus pasos por desgracia cuando saliste del hospital hace años perdimos contado pero nuevamente dimos contigo.

—Malditos, los errores de mi padre no los puedo pagar yo. Él está muerto, yo no sé qué significa el dibujo, sólo él lo sabía— Fadde Ni muerto nos dejas en paz




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.