Alguien se aproxima a mí con un cuchillo en la mano, sus pasos pesados resonando en la lluvia. Quiero moverme, pero mis piernas no responden, están demasiado débiles. Siento que el terror me envuelve, el miedo me consume. Mi vista se nubla por las lágrimas, por las gotas de lluvia que se mezclan con la sangre de mi herida. Intento correr, pero mis piernas ceden, caigo al suelo una y otra vez.
—Nadie podrá rescatarte, no llores... el dolor desaparecerá pronto. Podrás descansar tranquila —su voz es fría, cortante, mientras se acerca con una sonrisa que congela mi alma.
—No.…no lo hagas, por favor... —las palabras salen quebradas de mi garganta.
Mi intento de gritar se ve silenciado cuando me tapa la boca de golpe, con una mano firme que me obliga a permanecer en silencio.
—Shh...cálmate pequeña —susurra, acariciando mi cabello con un gesto casi tierno—. Es una lástima que tu fin llegue aquí.
En sus palabras no hay piedad, solo una fría certeza. Me siento tan pequeña frente a él, tan vulnerable.
—Eres tan desgraciadamente bonita —susurra de nuevo, esta vez en mi oído, y mi cuerpo tiembla de miedo.
Un dolor intenso atraviesa mi abdomen, me arrodillo en el suelo y toco mi barriga. Mi mano se empapa de sangre. El cuchillo está allí, hundido en mi piel. Mis fuerzas se desvanecen, y mientras él observa mis últimos movimientos, mis ojos se encuentran con los suyos. Azules, fríos, vacíos. Antes de que pueda hacer algo más, el mundo se oscurece a mi alrededor.
Tres días después
Mi mente está borrosa. Hay alguien llorando cerca de mí, pero mi cuerpo no responde. Mis ojos están pesados, como si estuviera atrapada en un sueño del que no puedo despertar. Intento abrirlos, aunque solo logro entrever un rastro de luz. En mi visión borrosa, distingo la figura de mi madre, con la cabeza sobre mis piernas.
—Hija... abre los ojos, por favor —su voz es un susurro lleno de desesperación.
Es todo lo que puedo escuchar antes de que mis ojos se abran un poco más. Mi madre está ahí, junto a mí, y el lugar... es un hospital.
—M.… mamá —tartamudeo, mi voz casi inaudible.
Ella se levanta rápidamente, casi corriendo, para buscar a un médico. Estoy confundida, perdida. ¿Qué me pasó? ¿Por qué estoy aquí? Las preguntas me asfixian.
Un doctor llega, y empieza a revisar mis heridas. No entiendo lo que está sucediendo, pero escucho fragmentos de su conversación.
—Está estable. Solo necesita reposo y algunas terapias. Sus heridas están sanando lentamente. Nada grave, con el tiempo se recuperará —el médico habla de forma profesional, pero sus palabras no me consuelan.
—Mi pequeña bebé... no sabes cuánto me duele verte así. Tu padre está en camino —mi madre se acerca a mí, tocando mi mejilla con suavidad.
Mi mente sigue perdida, aún atrapada en las sombras del recuerdo.
—¿Qué pasó, mamá? —logro preguntar entre susurros.
Ella me mira con tristeza, el dolor reflejado en sus ojos.
—Alguien te encontró en medio de la carretera, herida... Gracias a Dios que estábamos aquí para ayudarte —su voz tiembla.
Todo está tan confuso. Lo único que recuerdo es el rostro de Dante, mi novio, y la pelea que tuvimos antes de todo esto. Pero algo no cuadra. ¿Qué sucedió realmente?
—¿Qué pasó, Dante? —me atrevo a preguntar, mirando a mi madre.
—He estado muy preocupado por ti —dice Dante al entrar, y su tono parece sincero, pero algo en su mirada me hace dudar. Me abraza, pero no siento consuelo, solo un vacío.
Lo miro con desconfianza, y mi cuerpo se tensa bajo su abrazo. Algo no está bien. Me siento atrapada en su abrazo, pero mi mente está llena de dudas.
—¿Por qué discutimos ese día? —es lo primero que le pregunto, sin rodeos.
Él se ve sorprendido, pero rápidamente responde.
—Ah, eso... Estabas ebria, querías revisar mi celular, me diste una bofetada y te fuiste.
Sus palabras me golpean con fuerza. ¿Lo golpeé? ¿De verdad lo hice? No lo creo, pero sus ojos no parecen mentir. Aunque su tono no muestra arrepentimiento, solo una indiferencia fría.
—Sophia... déjanos a solas —pido, sin apartar la vista de Dante.
Mi madre, algo renuente, asiente y sale de la habitación. El aire se vuelve más pesado, más tenso.
—Dante... ¿qué realmente pasó ese día? —le pregunto con voz quebrada, tratando de calmarme.
—No sé qué esperas de mí, Alice... Tu madre me dijo que te encontraste con un accidente después de que te fueras. Yo no sé más.
—¿Quién fue la persona que me encontró? —insisto, pero él solo se encoge de hombros.
—No me dijeron nada más. Pero le avisé a Katherin, ella está en camino, aunque aún no sé cuándo llega.
Mis pensamientos se amontonan en mi cabeza, pero una parte de mí siente que algo no cuadra. A pesar de todo lo que me ha dicho, Dante no me da respuestas satisfactorias. Solo preguntas sin resolver.
—Gracias por avisarle... —mi voz suena cansada, agotada. Siento que la verdad se me escapa de las manos, como agua entre los dedos.
—Te quiero, Alice. Pero no de la manera en que tú crees. Lo que tenemos no es real, y tú lo sabes —dice Dante, con una sinceridad dolorosa. Y eso me hiere más de lo que había anticipado.
Un nudo se forma en mi garganta, pero trato de controlarme. No quiero llorar más. Ya he llorado demasiado.
—Lo sé... —susurro, la resignación calando mis palabras.
El silencio nos envuelve, pesado, mientras sus ojos me buscan, pero no hay consuelo en ellos. Solo una verdad amarga que no quiero aceptar.
Yo... sólo quiero saber la verdad, quiero recordar todo lo que olvidé. Mi mente está rota, mis recuerdos fragmentados. Y aunque quiera ser fuerte, me siento perdida.
—Solo dime la verdad... —mi voz tiembla mientras lo miro, buscando algo en su mirada que me dé paz.
Dante sonríe, y esa sonrisa me hiela el corazón.
—¿Estás segura de que quieres saberlo? —susurra, y yo asiento, preparada para escuchar lo que sea, aunque sepa que me dolerá.
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Editado: 17.11.2024