Catastrofe Amazonas

Parte 8 - Recuerdos

“¿Niños ya están listos?”, le gritó Marshall a los niños mientras embutía cuanta ropa pudiera en las maletas sobre la cama. En una bolsa de lino Marshall pone sus joyas y después de un rato trae la computadora. Revisa que los niños no vienen y la abre para ver el estado de la cuenta y por alguna razón siente alivio “Estamos listos mamá”, dicen los niños en coro y el corazón de ella pega contra sus pulmones de la impresión.

— ¿Si empacaron todo? — Les pregunta Marshall.
— Si mamá — dicen los niños.

De ese modo es como Marshall abandona el palacio presidencial para irse a una cabaña que queda cerca del aeropuerto de la capital para así no tener apuros a la hora del vuelo. Dejó los niños en la cabaña con la señora Ruth, su vecina, quien le tiene mucho aprecio a ella y a sus hijos para irse al banco a sacar en efectivo el dinero. Cuando realizó el trámite fue al palacio presidencial y sin cruzar palabra alguna con los guardas les pasó una cuantiosa suma de dinero por su silencio y sus favores, suma de dinero la cual ellos no reprocharon ni un poco, algo bueno que tiene la primera dama es recompensar bien a quien le ayuda.

De camino Marshall aparcó en una tienda de la carretera y compró un mercado de una semana que le cupo en dos bolsas, en el mostrador ella observa como en el estacionamiento dos tipos se suben a su carro y una sensación extraña le recorre las entrañas. “¿Desea pagar en efectivo?”, dice el tendero y ella aterriza de las nubes y contesta afirmativamente. El señor le da el cambio y ella sonríe aparentando ser amable “Ya tiene lo que le encargué”, le pregunta Marshall y este asiente pasándole algo en la mano. Cuando ella va saliendo por la puerta no toma dirección a su carro y los hombres que se subieron se miran entre ellos en confusión. Justo a varios metros cuando la primera dama se siente segura saca el control remoto de su carro y estruja un botón. Botón que intencional y premeditadamente hace detonar un explosivo que estaba bajo el carro y que hizo rostizar a su antigua y avarienta escolta. Llega a una camioneta que está al lado de un posta y se sube con las llaves que recibió antes y se marcha. ¿Quién dice que Marshall no tiene todo calculado?

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Hada toma un sorbo del café que le sirvió Alba y sus papilas gustativas le dicen que es el mejor café que ha tomado. Alba tiene dedicada la mirada fija de Hada y no puede evitar sentirse presionada, de modo que le regala un asentimiento a su tía Lola y está se va a su cuarto.

— Hay algo que usted no sabe de la señora Marshall — le dice Alba a Hada y esta parpadea en aprobación.
— ¡Suéltalo! — dice Hada.
— Una vez escuché a la señora Marshall hablar de una cuenta de alguien el extranjero — dice Alba.
— ¿Cómo? — dice Hada entrando en confusión.
— Le voy a decir en palabras textuales lo que dijo cuando hablaba por teléfono — dice Alba y Hada asiente — “Cuando él me firme los documentos que necesito para descongelar la cuenta en el extranjero me voy a deshacer de él”.

A Hada se le fue la sangre a los pies, aunque sospechaba algo de Marshall en el fondo le daba el beneficio de la duda, pero puede que esté más que confirmado.

— Que estás insinuando — dice Hada con los ojos empañados.
— Si usted está aquí, no es para escuchar insinuaciones señora — dice Alba — usted trataba con el enemigo y jamás lo sospechó.
— Si, la verdad es que jamás sospeché de ella — Hada empieza a llorar — Marshall hizo todo lo posible para convertirse casi en una hija para mí.

Alba se levanta de la silla para darle consuelo pero cuando le faltan unos pasos para llegar, Hada se levanta del asiento desorbitada y sale sin tener sentido de la física por el pasillo que lleva a la puerta principal, llorando casi al mismo nivel como cuando perdió a su hijo ya que sin saberlo, en ese preciso momento, acababa de perder a una hija.

Cuando Hada llegó al palacio presidencial los guardias estaban más extraños que lo habitual pero ella siguió hacia el interior. Después de un rato de haber confirmado que no hay nadie en la casa, que ya no está la ropa de los niños ni la de Marshall rompe en llanto. Se cuestiona la vida de nuevo y sin quererlo entra en una crisis emocional ¿Cómo es posible que la vida sea tan injusta? Ahora sí que Hada no tiene una familia, su esposo murió varios años atrás, su hijo murió y su nuera acaba de desaparecer con sus nietos.

“Marshall es una mala persona para mis nietos”, se dice una y otra vez Hada sin parar de llorar, pero ahora se levanta tambaleándose hacia el cajón del licor y encuentra una botella de ron, toma un sorbo y se acurruca enfrente del mueble para seguir llorando con amargura.



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En el texto hay: reencarnación, aventura y fantasia, dosmundos

Editado: 17.12.2019

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