Catastrofe Amazonas

Parte 11 - Día 1

Dormía Gian junto a sus amigos en el tranquilo bosque, en medio del sueño una sensación extraña le invadía al siervo y no le dejó en paz hasta que le despertó. Ve en medio de la luz tenue a Naifas dándole la espalda a varios pasos, le entra la curiosidad de saber qué hace el perezoso en medio de la noche y se levanta y le rodea hasta que está en frente de él. El pelaje se le pone de punta cuando ve a Naifas como si estuviese congelado con la vista perdida y los ojos hechos cristal, en frente de unas rocas que tienen sobre ellas unos símbolos escritos.

— Naifas ¿Estás bien? — le pregunta Gian y el perezoso posa su vista perdida con cautela en el rostro del siervo.
— El presidente de este país murió y reencarnó en un siervo, tenemos al verdugo de nuestra selva junto con nosotros y le llamamos amigo e incluso arriesgamos nuestras vidas para salvarle del arroyo — Le responde Naifas a Gian volviendo del trance en el que estaba.
— Yo pensaba decirles la verdad, en cuanto a eso estoy muy arrepentido y no hay día que abra mis ojos de siervo y no me arrepienta de mis malas acciones.
— Asesino — dice Naifas corriéndole un torrente de lágrimas por el hocico — Yo no fui distraído, mi familia murió en los primeros incendios “controlados” por el gobierno. Los humanos evacuan pero los animales no se enteran, quedé mal herido y pude haber muerto pero encontré a Unika y fue quien me salvó y me dio calor cuando tenía frio.
— Discúlpame — dice Gian con los ojos empañados.
— ¿Sabes tú de eso? ¿Sabes que es perderlo todo y quedar muerto en vida? — Pregunta Naifas y Gian piensa en Mahalia y agacha la cabeza.
— Pero no diré nada, porque aunque me duela eres lo único que podría devolverle la felicidad completa a mi salvadora — dice por ultimo Naifas. Entonces el siervo y el perezoso miran a Unika quien está arrodillada a un lado de la raíz de un árbol, tal vez durmiendo o tal vez soñado ya que es lo que hace desde que se conoce.

***

— ¡Gian! ¡Quieto! ¡Venga para acá! — dice la señora Hada mientras un pequeño Gian brinca por todas partes.
— No mamá ¡No me quiero bañar! — dice el pequeño Gian escondiéndose detrás de un mueble.
— Te atrapé — dice la señora Hada, el niño la mira sin ninguna expresión en su rostro. De pronto siente como su hijo se desmorona convirtiéndose en arroz blanco.
— ¡Gian! ¡Hijo! — dice con angustia Hada mientras toma el arroz en sus manos.

Es cuando todo se difumina y se encuentra ella dentro de una catarata, por en medio del agua una sombra pasa y ella llama pero nadie le pone atención, en uno de sus intentos la sombra logra escucharla y se acerca en dirección a la señora Hada quien observa del otro lado del torrente de agua. Ve como esta se va abriendo dándole paso a un siervo y de la impresión retrocede dos pasos.

— Señora Hada — dice el siervo y Hada abre los ojos ante la ilógica situación. — Dentro de tres días a la hora siete de la mañana usted debe ir al arco del guerrero que queda en la salida de la urbanización Pinar del sur y llevar una sábana blanca. — Dice el siervo y la señora Hada no sale de la impresión pero asiente.
— Pero al arco del guerrero solo entra personal autorizado — dice ella pensando en que el arco queda en medio de un batallón del ejército.
— Solo hágalo — dice el siervo con nerviosismo mirando detrás del agua de reojo — No se arrepentirá.
— ¡Espere! — grita Hada viendo como el siervo sale corriendo por su lado izquierdo rumbo a la oscuridad. Al otro lado del agua se ve una sombra que ha escuchado a la señora Hada, el agua transparenta una figura femenina que arrastra una túnica pero tiene el pelo corto más justo cuando al otro lado lo que sea que esté detrás intenta introducir la mano en el agua Hada despierta de un brinco. Hada estaba soñando.


“Think I done too many downers”, dice completamente desorientada la señora Hada que no sabe ni que idioma hablar, se encuentra en su cama empapada en sudor. Ahora se sienta y se sostiene el cabello rebelde que insiste en tocar su rostro y con la ayuda de unos minutos aclara su mente.

“¿Qué carájos fue eso?”, reprocha Hada y bebe de un vaso de agua que estaba en la mesa de noche. Más ahora se arrodilla en el suelo y empieza a orarle a Dios, tal vez sea una revelación divina o tal vez un mensaje telepático de un criminal, no se sabe.

***

— ¿Mamá? — dice Gian entre un sueño y despierta de un brinco.
— Te estábamos esperando — Le dicen los amigos de Gian mientras este enfoca su vista, ya es de mañana y los periodistas se están alistando para salir.
— No pierdan a esos humanos de vista — dice Gian asomándose por un arbusto seguido de sus amigos.
— ¿Están seguros de esto? Las leyes dicen que no nos podemos alejar de la selva. — dice Eloísa y Gian vuelve a mirarla.
— Si algo he aprendido es que los únicos que invaden el hogar de los animales son los humanos, así que podemos andar por donde se nos venga en gana — dice Gian y vuelve su vista a los humanos.
— No, esperen, es que tengo algo que contarles — dice Unika y todos voltean a mirarla. — Es que soñé con otra cosa anoche.
— ¿Por qué justo ahora Unika? — pregunta Auden subido en el lomo de Gian.
— Porque mientras estemos caminando no voy a poder enseñarles — dice ella y todos asienten mientras la siervo toma una ramita y empieza a dibujar algo en la arena.
— Naifas, vigila a los humanos — le dice Gian al perezoso y este obedece. Mientras tanto el siervo trata de descifrar lo que Unika está escribiendo con su boca.
— Ya está — dice Unika botando la ramita lejos.
— ¿Que dice Gian? — Pregunta Eloísa confundida.
— Los humanos si escriben feo — dice Auden mirando los garabatos de Unika.
— ¿Figuros? — Le pregunta Gian a Unika y esta tampoco sabe.
— ¡Ya se van los humanos! — dice Naifas y entonces los animales se van detrás de las personas claramente sin ser vistos.



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En el texto hay: reencarnación, aventura y fantasia, dosmundos

Editado: 17.12.2019

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