Catherina

CAPÍTULO UNO

Despierto con el sonido de la alarma, tomo mi móvil de la mesita de noche y la apago. El frío me cala hasta los huesos aún con las gruesas mantas cubriendo mi cuerpo.


Me descubro y de mala gana me pongo de pie, camino hasta el baño para dar inicio a la rutina.


Al terminar tomo mi bolso que cumple la función de mochila y bajo a la cocina donde me encuentro con doce bocas dispuestas a desayunar.

—No falta mucho para que inicien las vacaciones —inicia mi padre, puesto que solo cuando ellos hablan se nota el orden en el área—. ¿Tienen algún plan?

Pasé de largo en los planes que nueve hombres tenían, claro, hasta que el único gorila con novia formal decidió que era buen momento para mencionar a su querida; y como mi deporte favorito es joderlo hice una mueca de asco.


Me fastidia esa mujer, tan jodidamente molesta, tan plástica, tan idiota, tan fácil, tan Elizabeth; pueden llamarlo celos de hermana sobreprotectora o simple gusto por irritarlo, envidia también lo engloba.


Alguna vez envidié a Kaleth, principalmente cuando había iniciado su relación con la eficiente mujer actual. ¿La razón? No podía, más bien, no puedo dar crédito a tanta felicidad, a tanta cursilería, a tanto amor.


La mayoría de las personas dicen que debo estar amargada o con los sentimientos destrozados, pero es que no creo en eso. No puedo idealizar a alguien enamorado de mí, no imagino a alguien pensando en mí antes de acostarse, o hablando con sus amigos y familia acerca de mí con una sonrisa tonta, no me cabe la idea de que alguien esté por las nubes gracias al simple hecho de haber hablado conmigo, no imagino que alguien me vea de esa forma, que alguien sonría por algo tan simple como pasar tiempo juntos, no sé, simplemente no puedo. 


O cuando uso la típica frase de "El amor no dura, lo que dura es el dolor después de haber amado", en algún lugar la he leído y considero que es cierto, ¿acaso soy la única que hasta ahora no ha tenido su dosis de cursilerías y felicidad verdadera gracias a una persona que además te pone el mundo de cabeza? 
No lo creo.


Pero puede que sea lo mejor, ¿para qué voy a enamorarme si son mayores las posibilidades de terminar con todo lo que soy hecho trizas? Simplemente paso de eso.

—Cath —me reprime mi madre—, respétala, es la novia de tu hermano.
—No es mi culpa que haya caído en eso, yo se lo advertí —me encojo de hombros y doy un sorbo al chocolate caliente.
—Yo iré a una convención especial de videojuegos —dijo André orgulloso de haber conseguido invitación al prestigiado evento.
—Me marcho —dije en apenas un susurro y el lugar quedó en silencio, algo muy poco común dada la naturaleza de mi familia.
—¿Qué dijiste Cath? —preguntó mi padre alzando una ceja.
—Me mudaré a Madrid para terminar la universidad —tragué saliva y sostuve su mirada, nunca he vivido sola, pero supongo que este es un buen momento para hacerlo.
—¿Y por qué crees que estás lista para eso? 
—Soy mayor de edad para casi todo el mundo, sé cuidarme desde hace mucho tiempo y estoy segura de que alejarme para probar nuevos horizontes me hará bien —dije al tiempo que una convincente sonrisa de autosuficiencia aparecía en mi rostro.
—Catherina, vivir sola no es tan sencillo como crees —aquí viene el turno de mi madre para intentar persuadirme, es gracioso que luego de años siga usando el mismo discurso, en el que espero no volver a caer—, hay muchas responsabilidades.
—Lo sé mamá, ahora estoy más segura que nunca —le dediqué mi mejor expresión de cachorrito que pide amor.

Ella liberó un largo suspiro mientras me examinaba con sus azules ojos, supongo que piensa en pros y contras al dejarme ir, hay más buenos que malos, ¿no?

—Está bien, tarde o temprano tenía que aceptarlo de todos modos.

Y eso responde a mi pregunta anterior.
¿Qué tan difícil puede ser mudarse? Es sólo un par de búsquedas queriendo la mejor opción.
Termina el desayuno luego de chistes ridículos y recuerdos inoportunos; nos disponemos a iniciar nuestras actividades diarias, mis padres al trabajo, mis hermanos y yo directo a clases. 


Camino por la acera al ritmo que tararea mi mente, es alguna canción que escuché en la radio recientemente, sigo mi curso hasta llegar a la parada del bus; me siento congelar mientras espero y es entonces cuando un par de vocecillas en mi cabeza llaman mi atención por no haberme cubierto mejor.


Cuando el transporte llega soy la primera en subir, casi corro a los asientos finales y saco mi móvil, reviso unas cuantas opciones para departamentos que había remarcado, todos en zona céntrica, de grandes lujos o espacios, que ahora pudiese vivir sola me dejaba mucho a la imaginación, no me reprimiría en ningún gusto, ni siquiera esos que mis padres llaman caprichos innecesarios.


Luego están los muebles, decoración y el tipo de cosas que necesitas para que pase de ser el departamento a tu hogar.


Además, paso a revisar costos en la mudanza, llevaré todas mis cosas hasta allá, por lo menos lo más importante como la ropa, zapatos, maquillaje, accesorios y mis pinturas favoritas.
¿Y si una habitación la dedicaba como estudio de arte? Digo, podría hacerla al estilo de salón de danza pero sería inútil dado que no puedo mantenerme en puntas. 



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En el texto hay: humor, posible cliche

Editado: 20.04.2018

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