“La batalla más difícil no es en contra de la oscuridad exterior, sino contra la que habita en nuestro propio corazón.”
― Gerard Evander
La mirada de Diana estaba perdida entre las gotas de lluvia que golpeaban la ventana con fuerza, como si quisieran atraparla en su incesante caída. El columpio del patio, oxidado y desajustado, se movía en vaivén, empujado por el viento, emitiendo un chirrido agudo y molesto que retumbaba en sus oídos. A pesar del ruido, ella no apartaba los ojos, como si estuviese hipnotizada.
Diana quería ver a su padre, abrazarlo, escuchar su voz y entender porque su vida había cambiado tanto en tan poco tiempo. Sus ojos azules se llenaron de lágrimas contenidas, lagrimas que no derramaría, que ella sostendría en sus ojos sin dejarlas hacer su recorrido por sus mejillas. El placer de llorar era algo que ya no tenía permitido.
Un viejo recuerdo empezó a formarse en su mente, un eco lejano de cuando tenía ocho años, cuando su familia vivía en una región apartada de Europa y su madre aún estaba con ellos. Era un día lluvioso, el cielo gris cubría todo el paisaje, y ella y sus hermanos, aburridos y llenos de energía, ansiaban salir a jugar. Pero su madre no les dejaba.
_ Esperen a que deje de llover. _ Les decía su madre, con su voz suave pero firme, que parecía siempre saber lo que necesitaban antes de que ellos pudieran pedirlo.
Los tres se amontonaron en la ventana esperando a que la lluvia cesara, lo único que querían era salir a jugar en los columpios del patio de juegos del pueblo, estaba muy cerca de su casa y ellos podían ir en sus bicicletas, llevarían a Jasper en la canasta.
Finalmente, la lluvia termino y su madre fue generosa dejándoles salir. Diana aun recordaba que había sentado a su hermanito Jasper en la canasta de su bicicleta, era muy pequeño y resultaba la forma más segura de llevarlo. El niño rio todo el camino, sus ojos verdes brillantes de emoción y sus rizos dorados bailaban con la brisa fresca.
Diana recordaba haber bajado a Jasper de la bicicleta y correr junto a Chase a los columpios, estaban tan emocionados que olvidaron a su hermano, lo perdieron de vista. Ellos siempre se sentían tan seguros, tan a salvo que no prestaban suficiente atención a su alrededor. Después de un rato notaron que su hermano no estaba.
_ Diana, ¿Dónde está Jasper? _ Chase salto del columpio y dio un par de pasos.
Diana en cambio bajo del columpio y comenzó a llamar a su hermano a gritos, sentía en su pecho angustia y desesperación apretándola con fuerza. Corrieron por todas partes, gritaron su nombre hasta que la garganta les dolió. Y solo cuando la desesperación les había ganado la batalla escucharon su voz.
_ ¡Diana! ¡Chase!
Ambos divisaron una silueta al borde de la arboleda. Estaba lejos, pero la figura se distinguía con claridad: una mujer sostenía a un niño de la mano. El viento pareció contener la respiración, y la lluvia formaba riachuelos en la tierra húmeda, pero Diana apenas lo notó. Su mente solo podía concentrarse en Jasper.
Apretó el brazo de Chase y echó a correr con todas sus fuerzas. Algo en aquella mujer le erizaba la piel. Su postura, la extraña inclinación de su cabeza… pero, sobre todo, esos ojos oscuros, profundos como tizones de carbón. Un escalofrío recorrió su espalda.
Por primera vez en su vida, la palabra "bruja" cruzó su mente.
La mujer los miraba fijamente con una sonrisa extraña, torcida. Mantenía su cabeza ladeada y sus ojos eran demasiado oscuros, como dos tizones de carbón. A pesar de ser gemelos Diana acerco más a su hermano Chase y lo empujo detrás de ella, aquella mujer no le inspiraba ninguna confianza. Y ella era sobreprotectora.
_ Él es mi hermanito Jasper. _ Dijo Diana a la mujer mirándola fijamente. Sentía escalofríos, pero se decía a si misma que debía ser firme. _ Lo estábamos buscando.
_ Yo lo encontré. _ Respondió la mujer.
Diana pensó que la mujer no debía estar bien de la cabeza. _ Señora, él es mi hermano. Lo tengo que llevar a casa.
_ Me gusta tu carácter. _ Dijo la mujer. _ Valiente, mirada valiente. Tu madre debe estar muy orgullosa.
La mujer rio de forma estridente asustándolos, entonces Diana lanzo su mano y cogió a su hermanito del brazo, corrió con sus dos hermanos sin mirar hacia atrás una sola vez. Todo su cuerpo temblaba, sentía la mirada de aquella mujer en su espalda, no se detuvo.
_ ¡Diana, las bicicletas! _ grito Chase.
_ ¡Olvídalas! _ lo único que quería era llegar a su casa.
Su madre se asustó mucho al verlos llegar, estaban pálidos y fríos como hielo, sus corazones latían sin control. Les dio un abrazo con todas sus fuerzas y poco a poco le fueron contando todo lo que había sucedido. Contaron lo extraña que era la mujer, como los miraba y como reía, que habían dejado las bicis tiradas por miedo a que ella los persiguiera.
_ Chase ¿Paso algo más? _ Su madre había visto que Chase no dejaba de temblar y la miraba con nerviosismo.
Chase miro a su hermana. _ ¿Tú no lo viste? _ Diana negó. No entendía a qué se refería su hermano.
_ ¿Qué viste? _ volvió a preguntar su madre. _ Chase, cuéntame lo que viste.