“Un cazador no solo debe ser fuerte en cuerpo, sino en espíritu. El miedo, la fatiga y la desesperanza son enemigos más peligrosos que cualquier criatura de la noche.”
― Gerard Evander
—Tienes que concentrarte más —insistió Jasper, con la voz algo tensa.
Diana alzó la mirada al techo, visiblemente irritada, y dejó escapar un suspiro denso, cargado de frustración y agotamiento. Sus ojos ardían tras horas de lectura ininterrumpida, pero no podía concentrarse. Una y otra vez, su mente regresaba a Sybil, a lo ocurrido… a la grieta invisible que se había abierto bajo sus pies.
No dejaba de preguntarse cómo lograría Sybil superar la pérdida de su magia, de su mundo, de todo aquello en lo que había creído. Tal vez se había aferrado a ideas equivocadas, tal vez su fe había sido ingenua, pero era su fe, al fin y al cabo. Era todo lo que tenía… y ahora no quedaba nada.
Miró a sus hermanos, preguntándose en qué creían ellos. ¿En qué habían creído antes de descubrir su legado como Cazadores de Leyendas? ¿Y en qué se suponía que debían creer ahora, con todo lo que sabían? La fe puede ser un refugio o una carga… y a veces, ambas cosas a la vez.
—Eres el único que se emociona por todo esto —dijo, lanzando una mirada burlona hacia su hermano—. Deberías conseguirte una lupa y empezar a investigar insectos. Eres como un gusanito de biblioteca.
Jasper entrecerró los ojos y la miró por encima de su libro.
—Necesitas madurar y concentrarte.
Chase, incapaz de contener la risa, se ocultó tras su propio libro, disfrutando del espectáculo. Las discusiones entre Jasper y Diana, tan predecibles como absurdas, nunca dejaban de divertirlo. Al final, siempre era el mismo ciclo: Jasper lograba sacar de quicio a Diana, y ella respondía con uno de esos gruñidos que duraban días.
—¿Tú de qué te ríes? —lo increpó Diana mientras le lanzaba un libro—. ¡No es gracioso!
Chase esquivó el proyectil con agilidad.
—Sí, sí lo es.
—¡Dejen de portarse como dos niños pequeños! —los regañó Jasper, golpeando la mesa con su libro—. En cualquier momento la abuela va a entrar por esa puerta preguntando por nuestros avances, y dudo que ustedes dos hayan avanzado algo en la última hora.
Chase y Diana se miraron con cierta complicidad. Tenían un vínculo muy especial: eran gemelos. Su relación era más profunda, tejida por años de conexión silenciosa y secretos compartidos. Amaban a su hermanito Jasper, pero a diferencia de ellos, él era más serio, más metódico, más cerebral.
—Saben, no puedo más. Voy a salir a tomar un poco de aire —dijo Diana, levantándose de la mesa. Miró a Jasper y agregó con una sonrisa apaciguadora—. No te preocupes, solo necesito un par de minutos para poder continuar con todo esto.
—Perezosa —murmuró Jasper, apenas moviendo los labios, más para sí mismo que para provocar realmente.
Pero Diana lo oyó. Lo oyó perfectamente.
Levantó la vista con lentitud, clavando en él una mirada afilada como una daga. No necesitó decir una palabra: sus cejas arqueadas, la forma en que entrecerró los ojos y ese leve giro de cabeza bastaron para enviar un mensaje claro y fulminante.
Jasper levantó la vista de su libro justo a tiempo para encontrar esa mirada… y se congeló.
—Solo era una observación… —balbuceó, levantando las manos en gesto de rendición.
Diana no pestañeó.
Con un suspiro resignado —y un leve encogimiento de hombros que delataba una risa contenida—, Jasper bajó de nuevo la vista y se hundió detrás de las páginas de su libro como si pudiera esconderse entre las palabras.
—Iré contigo, también necesito descansar —dijo Chase, acariciando la cabeza de Jasper y revolviendo sus rizos dorados—. Te quiero, ya volvemos.
Jasper suspiró. Quizá se tomaba todo eso demasiado en serio, pero sentía que debía hacerlo. Si sus hermanos no podían aprenderlo todo, él lo haría por ellos. Por algo eran un equipo.
Diana respiró profundamente, con los ojos cerrados, sintiendo cómo los rayos del sol enrojecían sus mejillas. Era una sensación agradable que la reconfortaba, le recordaba que estaba viva.
—Vas a decirme qué es lo que realmente te sucede —dijo Chase, colocándose junto a su hermana. Aunque Diana intentaba disimular, él la conocía demasiado bien—. Sé que nos estás ocultando algo. Y, para ser honesto, me molesta que no confíes en mí.
Diana bajó la mirada. Sus manos temblaban ligeramente. Cuando finalmente habló, su voz apenas fue un susurro:
—Chase… ¿en qué crees? —preguntó Diana de pronto, rompiendo el silencio y tomando a su hermano por sorpresa.
Chase la miró, frunciendo ligeramente el ceño, pero no respondió de inmediato. Diana sostuvo su mirada con seriedad.
—No he podido dejar de pensar en Sybil —continuó ella—. Ella creía de verdad en su magia, en que sus habilidades podían aliviar el sufrimiento de los desesperados por amor. Su fe era sincera... equivocada quizás, pero real.
—Pero estaba equivocada —respondió Chase con un suspiro, encogiéndose de hombros—. Tal vez sus intenciones eran buenas, pero incluso el mal sabe usar un rostro amable cuando le conviene. A veces, lo peor se esconde detrás de lo que parece una bendición.