Cazadores de Leyendas - Linaje de Sangre

Capitulo 6

"No importa cuánto caigas, importa cuántas veces te levantes. La oscuridad solo vence cuando dejas de pelear."

― Gerard Evander

—¡No es justo! —se quejó Jasper en voz alta, su frustración evidente mientras hacía girar la última daga entre sus dedos. Con un rápido movimiento de muñeca, la lanzó con precisión, y la hoja cortó el aire antes de hundirse en el centro del blanco con un golpe seco.

Chase resopló, cruzándose de brazos al ver cómo su hermano, una vez más, acertaba sin el menor esfuerzo.

—No entiendo cómo lo hace —murmuró Chase, recogiendo una de sus dagas. Apuntó con cuidado y la lanzó con fuerza. La hoja se clavó muy cerca del centro, pero no en el punto exacto.

—Al menos tú logras acercarte —bufó Diana, sacudiendo la cabeza con fastidio—. Yo ni siquiera consigo rozar el maldito blanco.

La frustración en su voz era evidente. Desde que su abuela Cyrene les había dado la orden de entrenar esa mañana, los tres habían caminado hasta un claro en el bosque, donde varios blancos de entrenamiento colgaban de los árboles. El sol filtraba su luz entre las ramas, proyectando sombras sobre la hierba húmeda, y el sonido de las hojas agitadas por la brisa llenaba el aire con un murmullo constante.

Jasper se paró con los brazos cruzados sobre el pecho, el ceño fruncido y la boca en un claro puchero.

—Tú lograste ver a una bruja del abismo —soltó, con una mezcla de envidia y reproche—. Nosotros no. ¡No es justo!

Diana intentó restarle importancia al asunto.

—No fue la gran cosa —dijo, encogiéndose de hombros, pero sus palabras no coincidían con lo que realmente sentía.

Aún podía percibir el aroma a madera quemada, aún escuchaba los gritos horribles de la bruja cuando la oscuridad la reclamó, aún sentía los temblores en su cuerpo y el peso de aquella mirada espectral clavada en su alma. Y, sin embargo, dentro de toda esa maraña de emociones, había algo más: una extraña euforia, mezclada con cierta satisfacción.

—¡Le acerté! —gritó Chase de pronto, con una sonrisa satisfecha.

La daga brillaba en el centro del blanco, y la sensación de éxito lo hizo sentirse competente, como si, por un instante, tuviera el control de algo en ese mundo de incertidumbre.

Jasper lo miró con el ceño fruncido.

—¿Cómo es que no te molesta? —preguntó, con evidente frustración—. Porque a mí sí me molesta.

Chase sostuvo su mirada por un momento y, en el fondo, supo que su hermano tenía razón. Claro que le molestaba. Pero tampoco quería dudar de las razones de su abuela.

—Sí me molesta —terminó confesando con un suspiro—. Pero es la abuela, Jasper. Ella sabe lo que hace.

Diana se acercó a su hermano menor y le revolvió el cabello con afecto.

—No te enojes, de verdad, no fue la gran cosa —dijo en un tono tranquilizador.

Jasper se apartó de un tirón, gruñendo entre dientes. Sus manos se cerraron en puños y su mandíbula se tensó mientras recogía sus dagas del suelo. No quería que le dijeran que no era la gran cosa. Porque sí lo era.

Con el ceño aún fruncido, volvió a su posición frente al blanco y se preparó para lanzar otra daga. No quería ser excluido. No quería quedarse atrás solo porque su hermana era la elegida para liderar la Orden algún día.

Jasper lanzó la daga con determinación, pero algo extraño sucedió. La hoja pareció detenerse en el aire, suspendida como si un hilo invisible la mantuviera flotando. El chico frunció el ceño, completamente desconcertado.

—¡¿Qué rayos?! —exclamó, sin apartar la vista de la daga que permanecía inmóvil frente a él. Luego, mirando a sus hermanos, agregó con incredulidad—: ¿Están viendo esto?

Diana y Chase, paralizados por la sorpresa, se acercaron a su hermano sin poder comprender lo que sucedía. Las palabras se atascaban en sus mentes, como si algo les hubiera arrebatado la capacidad de reaccionar de inmediato.

De repente, un estremecedor cambio en el aire los hizo sobresaltarse. Nubes negras y espesas se apoderaron del cielo, oscureciendo el horizonte en un parpadeo. El aire se volvió denso, pesado, como si la atmósfera misma se hubiera vuelto más espesa y difícil de respirar.

—¿Qué está pasando? —preguntó Diana, mirando a su alrededor, su cuerpo de repente tenso, adoptando una postura defensiva. Sin pensarlo, se colocó en el flanco derecho de Jasper, como una guardia silenciosa ante lo que sea que se acercaba.

Chase reaccionó con la misma rapidez, girando hacia el flanco opuesto de Jasper. Sus sentidos estaban al límite; podía sentir la presión del peligro inminente recorriendo su cuerpo. Su única preocupación, en ese instante, era proteger a su hermano menor.

—No lo sé, pero me temo que no es bueno —respondió Chase, la voz grave, casi un susurro de alerta.

Diana, sin pensarlo dos veces, tomó la mano de Jasper y trató de caminar, pero sus pies se quedaron pegados al suelo. Miró hacia abajo lentamente, y su corazón dio un vuelco al ver lo que estaba ocurriendo. Un par de manos enormes de barro emergían del suelo, agarrándola por los tobillos con una fuerza inhumana.

—¡Chase! —gritó Diana, el terror marcando cada palabra, su voz ahogada por la creciente desesperación.




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