“No se trata de vencer ese miedo, sino de aceptarlo y seguir adelante. Porque un cazador nunca deja de temer. Solo aprende a caminar con el miedo sin permitir que lo consuma.”
― Gerard Evander
La madera del piso crujió bajo el peso de Diana cuando se lanzó de rodillas, rodeando con sus brazos a sus hermanos. Su corazón latía con fuerza, aún acelerado por la adrenalina, y sus manos sudorosas temblaban. Su labio inferior no dejaba de estremecerse. Por un instante, creyó que morirían a manos de esas criaturas grotescas y malolientes.
—¿Estás bien? —preguntó con urgencia, tomando el rostro de Chase entre sus manos y apoyando su frente contra la de él. Cerraron los ojos juntos, respirando lentamente, intentando calmar sus corazones—. Dime que estás bien.
—Estoy bien, Diana —respondió finalmente Chase, su voz aún impregnada de agotamiento y alivio.
Diana giró sobre sí misma y, con manos temblorosas, tomó la de su hermano Jasper, apretándola con fuerza contra su pecho. Sentirlo cerca, sentir su calor y su vida latiendo junto a la suya, era todo lo que necesitaba para recuperar la calma.
—No te preocupes —susurró Jasper con una sonrisa cansada, aunque un leve gesto de dolor surcó su rostro al respirar profundamente—. Lamento no haber sido de mucha ayuda.
Diana negó con la cabeza con vehemencia, queriendo rebatir sus palabras, pero antes de que pudiera pronunciar una sola palabra, la voz de su abuela Cyrene se adelantó.
—En realidad, los tres han sido muy valientes —afirmó con suavidad, sus ojos llenos de orgullo y ternura—. Se enfrentaron a algo para lo que no estaban preparados, y lo hicieron con coraje.
Chase desvió la mirada hacia su abuela y luego hacia el grupo que los había rescatado. Había algo en aquellas personas que le resultaba inquietantemente familiar, un eco de recuerdos velados que le recordaban a su padre.
—Diana, Chase, Jasper —la voz de la abuela se tornó solemne—. Quiero presentarles a Griffin Amell. Cazador de leyendas… y miembro de la Orden.
Griffin avanzó hasta situarse junto a Cyrene. Era un hombre de complexión fuerte, con una presencia imponente. Su cabello, de un rubio cobrizo, caía en mechones algo desordenados sobre su frente, y su barba perfilaba con precisión su rostro curtido. Había algo en su mirada acerada, en su porte firme, que imponía respeto.
Diana lo observó fijamente, pero pronto su mirada se deslizó hacia el joven que la había ayudado en el claro. Sus ojos, de un gris frío y penetrante, reflejaban un abismo de emociones ocultas. Lo que más la intrigó fue que en ambos, tanto en Griffin como en el muchacho, habitaba un rastro de tristeza, un peso que llevaban en silencio.
Rigel sintió un ligero escalofrío bajo la intensa mirada de Diana, pero no dejó que se notara.
—Si sigues mirándome así, voy a pensar que tengo algo en la cara —dijo con una sonrisa ladeada, llevándose la mano al mentón en un gesto pensativo—. ¿O acaso estabas evaluando si confiar en mí?
Diana desvió la mirada de inmediato, sintiendo el calor subir a sus mejillas mientras intentaba ocultar su repentino rubor.
—Es un gusto conocerlos finalmente —dijo Griffin con un tono amable, aunque su voz poseía la firmeza de alguien acostumbrado a comandar—. Su padre me habló mucho de ustedes. Hemos esperado con ansias este encuentro.
Giró levemente y extendió una mano hacia el grupo que lo acompañaba.
—Este es mi hijo, Rigel —anunció, señalando al joven de ojos grises.
Rigel inclinó ligeramente la cabeza y esbozó una media sonrisa.
—Un placer conocerlos… Y antes de que pregunten, sí, Griffin es así de serio todo el tiempo. Lo he intentado, pero no hay hechizo que lo haga sonreír más de cinco segundos.
Todos rieron, incluso Griffin, quien, al darse cuenta de que estaba sonriendo, rápidamente retomó su expresión seria y pragmática, como si la diversión fuera un lujo que no podía permitirse. Luego señaló al joven a su lado.
—Y él es Barret Malin.
Jasper reaccionó de inmediato; su expresión pasó de la sorpresa a la incredulidad en cuestión de segundos.
—¿El hijo de Theron Malin? —preguntó, su voz cargada de asombro.
Barret se acercó y los saludó con una leve inclinación de cabeza. Su mirada intensa y determinada chocó con la de Diana, quien no pudo evitar quedar atrapada en el verde profundo de sus ojos. Era una mirada insondable, casi hipnótica, y por un instante, todo el caos que los rodeaba pareció desvanecerse. Era como, si Barret pudiese transmitir solo con la mirada una fuerte sensación de confianza.
—Amell, Malin, Tedmond, Kenzo —murmuró Chase en voz baja, asegurándose de que solo Diana y Jasper lo escucharan—. Son las familias de la Orden.
Jasper, con su inagotable curiosidad brillando en los ojos, dirigió la mirada tanto a su abuela Cyrene como a Griffin, esperando respuestas a las preguntas que ya bullían en su mente.
—¿Cuándo conoceremos a los demás? —preguntó, incapaz de contener su impaciencia.
Griffin soltó una risa fuerte y sonora, sacudiendo la cabeza con diversión antes de dirigir una mirada a Cyrene.